Inversión total

La publicación en "Papel Literario", de Málaga, de un artículo titulado "Morir por sobresintaxis", en el que se enjuiciaba, a mi juicio erróneamente, la labor de "La Fiera Literaria, en cuya génesis algo he tenido que ver, me llevó al planteamiento, de qué no es, pero, sobre todo, de qué es esta revista . A mi manera de ver, se trata de un fenómeno, con no demasiados antecedentes en nuestro país, si es que tiene alguno, difícil de calibrar si se parte de su colocación en un contexto cultural inadecuado.

Decía Baudelaire que la crítica literaria, para ser válida, tiene que ser arbitraria, apasionada y partidista. Una tal crítica practican quienes hacen "La Fiera", y no sólo de los textos literarios, sino también, y casi más, de la sociología de los hechos culturales. Por concretar un punto de vista -o de partida-, diré sin disimulo que, al igual que determinados pintores tienen "porque sí" mayor cotización al pertenecer a la cuadra de determinada galería, ciertos libros "nacen" para los "fieras" como reses a destripar por el hecho de ser publicados por determinada editorial o jaleado por el suplemento cultural de determinado medio de comunicación. Lo que no quiere decir que se cometan adrede injusticias: los buenos, muy pocos, simplemente se silencian; no se trata de inciensar. Pero "La Fiera" no es, o lo es sólo por asimilación, una revista de crítica literaria. Mucho menos, de crítica literaria gramaticalista. Y todavía menos, una revista satírica. Aunque se sirva de todo eso: de la crítica, del análisis de textos y de una ironía y un humor que se podrían considerar corrosivos.

"La Fiera Literaria" es, fundamentalmente, un suceso situacionista, aunque no voy a decir que se planteara expresamente como tal cuando su fundación. Se planteó como respuesta a una situación histórica muy caracterizada y desembocó en lo que es porque se encontró abruptamente con la sociedad del espectáculo: con el mundo del libro, de la cultura en general, convertido en espectáculo, con editores ejerciendo de directores escénicos, críticos ejerciendo de coro y escritoras y escritores ejerciendo de actrices y de actores. Ante una tesitura tal, un epigrama como un artículo, una parodia como un comentario bibliográfico, se convertían en armas, no en almas: quiero decir, no en lo esencial, no en lo definitorio.

Como señalara Victoria Sendón en un artículo sobre la sociedad del espectáculo, la convergencia del desarrollo tecnológico con el capitalismo avanzado ha hecho posible que los medios de comunicación -y, digo yo, hay que incluir aquí no sólo lo que se llama prensa, audiovisual o escrita, sino también las editoriales- secuestren cualquier otra posibilidad de mediación con el mundo, de manera que, fuera de ese universo mediático, nada pueda existir. Más grave aún, pienso que es el hecho de  que esas consecuencias atañan sobre todo al espacio que abarcan, que es casi todo, los grandes grupos. Los creadores y gestores de "la sociedad del espectáculo" han conseguido algo que puede tener consecuencias muy graves: apoderarse "capitalistamente" no sólo de nuestro trabajo, sino también de nuestro tiempo de ocio. Lo mismo que, desde mediados de siglo, venía haciendo el capitalismo del ciudadano en general, las mafias mediáticas y editoriales lo están haciendo del lector, del espectador de arte: convertirlo en consumidor. Un libro vale por "lo que es", no por la "función" enriquecedora que pueda desarrollar; es decir, es un objeto de cambio, no de uso. No hay que estrujarse mucho la cabeza para darse cuenta de que las mesas de novedades, los estantes de los grandes almacenes, los escaparates de las librerías, la publicidad, las actividades sociales, los cócteles, las presentaciones, los "premios" tienen muchísimo más valor en orden al éxito de una novela o un libro de poemas que el sesudo estudio de un catedrático y que su propio valor intrínseco.

La raíz del problema -de difícil solución, pues se trata de una lucha del poder contra el no-poder- es, sin la menor duda, yanki. Quienes han llevado al mundo a la consideración idolátrica del dinero, el poder y la fama ya habían inventado los premios, los bestsellers y el marketing en general, cuando hubieron de caer en la cuenta de lo desatendido que estaban los lectores desde el punto de vista de unas posibles ganancias. Analizaron el panorama y se encontraron con que, entre el grupo de los analfabetos funcionales y el de los lectores selectivos, había una masa inmensa de gente que iba al cine, pero no compraba libros. A ellos, como se ha podido comprobar, le sobraban métodos para hacérselos comprar, incluso leer. Y lo primero que había que hacer para que la operación diese resultado era rebajar la literatura al nivel de los presuntos usuarios. Me permito un augurio: ya han logrado que la novela haya retomado lo peor de la estética decimonónica, la de los entreguistas; que la estética, el mensaje, el carácter de transmisora de una cosmovisión que tuvo la novela de en torno a los años medios del siglo XX, sea sustituida por el tema y la peripecia. Ya están invadiendo el terreno de la poesía también. Pronto, personas que ni siquiera habían llegado al anuncio de que volverán las oscuras golondrinas devorarán por cientos de miles los renglones cortos de las advenedizas -tengo la impresión de va a ser parcela reservada a las nenas- que se "arriesguen" a rimar sus pobres experiencias.

Merecen un artículo y hasta un libro, pero, en el orden de ideas en que he intentado situar estas reflexiones, no puede dejar de mencionarse a tantos como actúan de coartada a un sistema con el que, radicalmente, están en desacuerdo, del que abominan, pero del que también se sirven: gente que aplica una moral estricta, válida, a todo, menos a aquello cuyo repudio les arrastraría a hacer ciertas renuncias; es decir, que son capaces de enfrentarse a todo, menos a la voz de su amo.

Alguna conjunción astrológica debió de llevar a "La Fiera" a nacer, como apuntaba Sendón en el  artículo mencionado, en los más confusos momentos de la sociedad espectacular integrada por dos de las mayores lacras del nuestra época: la propaganda estalinista y la publicidad americana, que hoy tienden a imponerse de modo universal. Su existencia pienso que está justificada como una lucha; una lucha de cuya estrategia formaría parte incluso lo que haga mal, si hace algo mal, que yo no lo sé. Conspirar contra los conspiradores es, creo, una muy grande misión. La inversión de los valores es tal, que ha arrastrado otras muchas inversiones, tan peligrosamente sutiles algunas, que hacen pensar en aquellos terribles bomberos de "Fahrenheit 451", que acudían todas las noches a quemar libros. Y el hecho de que se tratase de libros es sólo ahora un contravalor añadido. Lo terrible de la imagen es que los bomberos no extinguiesen, sino que quemaran. Un reflejo nítido de la inversión total. Guy Debord, el creador del situacionismo, en su visión de la sociedad del espectáculo, dejó escrito algo tan tremendo como lúcido, que he tenido en cuenta hace unas líneas: "En otros tiempos, sólo se conspiraba en contra de un orden establecido. Hoy en día, un nuevo oficio en auge conspira a su favor".

Manuel García Viñó

Arriba