Dos artículos sobre García Posada

Reproducimos a continuación dos artículos sobre Miguel García Posada. El primero, publicado por el gran poeta y novelista cordobés Antonio Rodríguez Jiménez, en Papel Literario, de Málaga, el 14 de julio de 1996; el segundo, por el profesor de Literatura y excelente ensayista, Víctor Moreno, en  Esfera/El Mundo, el 16 de enero de este año.

Los dos son más duros de lo que nosotros, por nuestros votos perpétuos, nos atreveríamos a ser, lo que, a nuestro juicio, viene a demostrar que esta poco agraciada criatura, en cuya confección el Buen Dios ciertamente no se esmeró, ha sido calada ya en diversas latitudes y calendas. ¿Para cuándo esa lluvia de cartas sobre el director de El País, pidiéndole que no mantenga por más tiempo en un puesto de tanta responsabilidad cultural a alguien que no sólo manifiesta una total incompetencia y ha reconocido varias veces practicar la exclusión y el amiguismo,  sino que se las pinta solo para esponjar las antipatías de todos los escritores con salero?

Eterna juventud y caudillaje

Es todopoderoso. Pertenece a la tribu de los creadores fracasados y desde hace años se dedica a la crítica sectaria y papanata como único asidero para reconocerse a sí mismo. Cuando dimitió el presidente de la Asociación Española de Críticos Literarios lo sucedió agarrándose al pírrico cargo como el que se abraza a un clavo ardiendo. Tuerce la cabeza cada semana desde su tribuna de dios para divisar el país entero. Se cree dios y por eso desprecia a los que ignora e ignora a los que desprecia.

Desde hace algún tiempo practica una crítica del vacío, de la mezquindad y tiene como bandera la nadería. La gente malévola, díscola y "fracasada" –según su propia terminología de eunuco poético– lo llaman el mayor de los "Garcías", uno de los tres o cuatro clónicos puros.

Estuvo en ABC pontificando y luego se marchó a otro rotativo nacional. Es el intocable de los culturetas españoles –¡claro, como no escribe!–. Es el dios del insulto y del silencio, y se ha convertido en un virtuoso del ninguneo. Umbral lo protege incomprensiblemente. Contagia con sus tics desde Conte a de Villena. De joven era de derechas de toda la vida y ahora, a la vejez, tras fracasar una y otra vez en su intento de dar clases en la Universidad, le ha dado por convertirse  en hombre de izquierdas. Ya es un señor del 68. Ha conseguido que sus rebuznos traspasen las fronteras provinciales de Madrid. La última fechoría la ha llevado a cabo con sigilo. Aparentemente todo lo que hace es legal. De ahí que haya nombrado para que represente a su Asociación en el Premio Nacional de Poesía a un librero sevillano llamado Linares, que es a la vez el patrón de un tal Benítez, que por lo visto aspira al citado galardón. En dicho jurado estará un poeta granadino que se apellida también García y ya obtuvo él también el citado galardón. El librero y el poeta lucharán para que el premio –ya le toca este año– se quede en el clan de la nueva poesía social.

En esta ocasión el vaticinio del premio se hace con varios meses de antelación. ¡Ya verán los lectores! Con esta gente es fácil consagrarse como adivino. Siempre se acierta. Si se metieran en el mundo del fútbol podríamos hacernos millonarios con las quinielas. Curiosamente la fiesta de la corrupción literaria no tiene fronteras. Estos mismos le hacían guiños hace unos meses a los anteriores inquilinos del Ministerio –de color socialista entonces– y ahora le hacen carantoñas a la ministra y seguro que se la ganan. Viven de eso. De la sonrisa fácil, de la migaja pobre, del eco adormilado, de libar de flor en flor para ver lo que sacan. Lo más triste es que embaucan de verdad. La ideología no sirve. Sólo el interés del dinero en el eco adormecido de los tulipanes. Los del PP estarán en babia y encima leerán los versos en los escaños del Congreso, mientras que la oposición se frotará las manos con la baba que produce la risa diabólica. Le darán el premio por un libro más que flojo. En nombre de un prestigio perdido. El vaticinio suena a brujería, a magia, a mentiras a medias. Y, sin embargo, existe, está ahí tras la ventana, en el vapor de los cristales. Habría que hacer un ejercicio de higiene mental y arrojar a las ratas por la borda. En su lugar se las protege. Los suplementos nacionales del ramo tiemblan antes de denunciar lo que pasa y prefieren actuar en lo políticamente correcto. Temen a la revolución, a la vergüenza. Y decir la verdad escuece, es arriesgado porque puede suponer el ostracismo, el ninguneo, la ignorancia, la inexistencia plena en nombre de una falsa calidad y en nombre de la "envidia", del "fracaso" y de la mentira.

Antonio Rodríguez Jiménez

¿A quién teme García Posada?

Sin duda Intrusos, el artículo de Miguel García Posada (GP) publicado en El País el pasado día 7, pasará a formar parte de una antología de la infamia. Iba a decir que nunca un texto nos había ofrecido un espectáculo tan deplorable de la supuesta capacidad intelectual de un crítico, al parecer, obsesionado más por repartir mandobles a diestro y siniestro que en reflexionar de manera serena y clara acerca del fenómeno del intrusismo. Pero GP. es reincidente. El asunto de los intrusos le viene agujereando la úlcera desde hace ya una década.

Las razones por las que se repite las ignoro. Quizá es que no lo puede evitar. Pues cuando habló con nitidez, la metió hasta el garganchón, como aquella vez que sostuvo que "pocos han dicho que Juan Goytisolo escribe mal el castellano y eso de que es novelista no pasa de ser una hipótesis" (ABC, 17-7-1990).

El intrusismo de GP, se parece cada vez más a las famosas crisis morales de los obispos que, como es sabido, suelen asolar a la sociedad cada vez que el gobierno de la nación está en manos de liberales. Pura verborrea. Y si no, que sea valiente: Que cite nombres de intrusos. En 1990, afirmaba con actitud despiadada y cruel: "Hay gentes despreciables, escritorzuelos diestros en la insidia, obsesionados con su propia nada, a quienes será mejor olvidar en nombre de la higiene mental y literaria (...). Conviene ser rigurosos en el uso de los términos. Es mucho suponer eso de que hay, así, en general, creadores y críticos. En realidad, existe, a qué engañarnos, mucho escribidor de un lado y mucho gacetillero de otro. Viniendo de este lado, hay que decir que el intrusismo es la gran plaga de la crítica" (ABC, La crítica en la picota, 14-7-1990).

Si, como reconocía en 1990, para subsistir ante la plaga intrusa existente lo mejor es mirar a otro lado, ¿a qué viene, ahora, este Intrusos, que, tanto en la forma como en el contenido, es clónico al de 1990? GP. no quiere ver la viga en su propia pupila y se ensaña con la pajita del supuesto intrusismo en el vecino. Sin embargo, la plaga de la crítica son los propios críticos, que siguen siendo los mismos desde hace veinte años. Unos críticos, que en el colmo de la desfachatez, se tildan a sí mismos de profesionales y al resto de "gacetilleros y picoteros". Es imposible que la crítica de este país cambie un acento, si no cambian las personas que la perpetran.

Por lo demás, si GP. desea prestar un servicio de higiene literaria, no se ande con tiquismiquis y repulgos, sea valiente y desvele quiénes se ocultan en esa turbamulta despreciable -"dóminas, jóvenes, analfabetos sin preparación ni dominio del idioma"- en fin, gentes que son tan distintas al propio GP., quien, al parecer, es un dechado de cultura, de honradez y de profesionalidad. ¿No tendrán estos "intrusos garcías" la misma naturaleza vaporosa que aquellos 150 escritores del gobierno socialista? Yo le recordaría a GP. lo que el propio Conte aconsejaba, aunque raras veces practicaba: "si no se citan nombres ni argumentos todo esto es una burda generalización" (ABC, 14-7-90). Nunca mejor dicho: Su artículo Intrusos es una burda generalización ambulante.

GP. alardea, también, de purista de la lengua. Desde antiguo ha bramado contra "las devaluaciones del idioma" perpretadas por "tanto posmodernista y cosmopolita" (ABC, 19-9-1987). Eso sí, nunca puso nombres detrás de esos deslenguados.

Ahora, en 1999, repite lo de "rigor y exactitud lingüística". Esto le gusta una barbaridad. Paradójicamente, GP. no es, en modo alguno, la persona más indicada para exigir a los demás propiedad y exactitud lingüísticas. GP. es, en mi opinión, uno de los críticos que más ha contribuido a llenar las reseñas de libros en los periódicos con más lugares comunes que nadie y ningún crítico ha hecho tanto por elevar su pedantería a la seña de identidad más reconocible de su prosa asmática y estreñida. Así termina una de sus pedantes reseñas, dedicada a una obra de Caballero Bonald: "(...) en un espacio vertebrado por una vigorosa articulación  mítica, de filiación clásica, que se remite a los arquetipos primordiales, convertidos en fuentes de revelación, de una revelación negativa, de la que el lenguaje -germinal, poliédrico, relampagueante de sentido- se hace obstinado hierofante" (GP. El País, 25-9-1993).

Y en cuanto a su cacareado rigor, ¿dónde encontrarlo en un crítico que aplica idéntica adjetivación a escritores y novelas dispares entre sí estéticamente hablando? A una Historia breve de la literatura portátil, de Vila Matas, le atribuyó GP. una "prosa ágil y musculada, ajena a decorativismos superfluos" (ABC, 29-10-1988). A Vargas Llosa le reconoce "ese estilo vigoroso suyo, de potente musculatura que se despliega siempre con característica fuerza de pegada" (El País, 6-11-1993). Y como no hay dos sin tres, allá va la despedida: La poesía de M. Mas es "retórica que se conjuga con el uso del verso libre de una amplia musculatura" (El País, 25-9-1993). ¿Con que musculada, eh?

Y este hombre se queja de que la camada de los intrusos no sabe escribir. Y a él, ¿quién le ha dado el carné de crítico? ¿Y de escritor de memorias? ¿A quien ha pedido permiso para invadir un territorio de la escritura en el que nadie le ha dado bula alguna? Lo de los demás es intrusismo; lo propio, en cambio: dignidad, profesionalidad y amor a las letras... ¿del tesoro? Menos lobos.

Víctor Moreno

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