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Carta a Vicente VerdúSr. Verdú: recientemente, su periódico, El País , se ha referido en varias ocasiones a una supuesta crisis de la novela; la última, por su egregia pluma, comentando la penúltima, de Eduardo Mendoza, que, como la antepenúltima, información sobre la de varios críticos, tomaba pie en manifestaciones hechas en los cursos de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo, de Santander, casualmente acaparados por colaboradores y allegados de su mencionado periódico. Finalmente, en un artículo de don Domingo García Sabell, tan bienintencionado como tópico y escasamente profundo. Desde que las artes se intelectualizaron, en los años veinte de nuestro siglo, se viene diciendo que la novela está en crisis. Pero eso no quiere decir, ni mucho menos, que la novela haya ido a peor (Mendoza), sea forzosamente aburrida y esté condenada a desaparecer (García Sabell), carezca de imaginación porque de tal cualidad carecen sus autores (varios críticos), “incluidos, dice usted, los mejores”. Tememos, señor Verdú, que, como es sin duda su obligación, usted, como otros, tiene presente al escribir únicamente a los novelistas que promocionan El País y las editoriales afines, y que, al hablar de “los mejores”, está pensando en Javier Marías, Almudena Grandes, Juan Marsé, Maruja Torres, Rosa Montero, Manuel Vázquez Montalbán, Josefina Aldecoa, José María Guelbenzu, Rosa Regás, Vicente Molina Foix, Muñoz Molina, Manuel Vicent y alguna/no más, quienes efectivamente carecen de imaginación, son aburridos y, con su escasa o nula creatividad, pueden comunicar la sensación, a quien sólo les frecuente a ellos, de que el género se está agotando. Para concluir lo cual, por otra parte, habría que tener en cuenta algo más que el panorama hispano. Pero hay otros novelistas, señor Verdú, otra realidad del género, la verdadera, aunque a usted, que se encuentra en una situación de personaje del mito de la caverna, le cueste creerlo. Le relacionamos más abajo una serie de novelas -una por autor- de las que usted, estamos seguros, ni siquiera ha oído hablar y todas las cuales tienen en común haberse publicado en los últimos diez o quince años, reflejar una gran riqueza imaginativa, no ser aburridas, poseer una cierta carga de ideas (las que usted lee carecen de ellas) y no haber sido reseñadas en El País. Todas, además, son prueba de aquella sentencia que Wladimir Weidlé dejó plasmada en el capítulo de Les abeilles d'Aristée (Essai sur le destin actuel des lettres et des arts , París, Gallimard, 1950) dedicado a la crisis de la novela . Fíjese desde cuándo se está escribiendo de lo que ustedes saludan como novedad. De hecho, se empezó a hablar, como decimos, hacia 1920, cuando llegaron a los mejores novelistas –a las cabezas pensantes en general– los efectos de la quiebra del absolutismo newtoniano y su sustitución por el relativismo einsteniano del tiempo y del espacio y la concepción quántica de la materia y de la observación . Por eso, las novelas que le vamos a relacionar no reflejan esa crisis o, por lo menos, no en la forma en que la reflejan las que sí reseña El País , novelas estéticamente decimonónicas, basadas en una concepción del mundo que se atiene a los absolutos clásicos, ya derogados. Las “nuestras” son novelas relativistas y quánticas, esto es, del siglo XX. Y aquí va la sentencia de Weidlé, que da la vuelta a su argumento: “las más grandes obras modernas son aquellas en las que la crisis se manifiesta más claramente”. En cuanto a las novelas -a ninguna de las cuales sabría usted ponerle autor- son éstas: La revuelta, El último de la conquista, El amargo sabor de la retama, Copa de sombra, Aquelarre, Los días del odio, Laberinto, La reducción, Un espacio erótico, El círculo vicioso, Cuando amanece, El borrador, Alá bendice Marruecos, El laberinto del Quetzal, Un día sin mañana, La cuarta locura, Polución, Constitución sobre la Tierra , Inés just coming, El león recién salido de la peluquería, Elegía por una esperanza, Carril de un cuerpo, Los guerreros, Tercer milenio, La larga noche de un aniversario, La linterna mágica, Teatro de familia, El cerro de los caballos blancos, Los caballeros del hacha, Pesebres de caoba, Antes muerto que mudado, El libertador en su agonía, El laberinto de los impíos, El fin de los días, Moira está aquí, Las piedras son testigos, Los años del fuego, El mapa de las aguas, Los forajidos de la palabra, Los anillos de Saturno y alguna más. Es una injusticia muy grave la que están ustedes cometiendo, señor Verdú, al llevar la “ética” neoliberal, cuando no la de la mafia, al mundo de la cultura. Y la forma de exclusión que practican en sus medios, de corte enteramente fascista. Como lo es su manera de engañar al público. Escritores como Almudena Grandes y Javier Marías, no es que no sean tan geniales como ustedes dicen. Son -lo hemos demostrado- los peores de todos los tiempos y lugares; risibles, incluso. Si hay productos dignos con los que sus editoriales también podrían ganar dinero, ¿por qué se empeñan en hacerlo con basura? |
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Boletín del Centro de Documentación de la Novela Española |