A tramos subterránea

Crítica acompasada de Pasiones romanas, de María de la Pau Janer

Me había prometido a mí mismo no leer más premios Planeta, dejar atrás esa etapa de mi vida
en que uno comete insensateces que al final acaban por dejar secuelas. Adiós, sí, me había dicho, a las noches de insomnio (bastantes cabezadas daba ya por el día); adiós a las tortícolis (fruto de tanto forzar el cuello para seguir el curso de las frases enrevesadas); adiós a los trastornos gástricos (nacidos de empapuzarme con todos esos argumentos absurdos y personajes indigeribles). Adiós a todo eso.
Cerca de cinco años llevaba ya desplanetizado cuando de pronto asistí en la televisión al escandalillo montado con ocasión de la entrega del Planeta 2005. Ya sabe el lector: Juan Marsé, movido de pronto por una extraña furia (no por la honradez, pues de sobra sabía en que pantano se estaba metiendo cuando aceptó ser jurado), que arremete contra los ganadores del premio (María de la Pau Janer y Jaime Bayly, finalista éste) aduciendo que su obra es de una ínfima calidad, «a tramos subterránea»; Rosa Regás y Carmen Posadas, a ambos lados del escritor catalán, que asienten muy convencidas a sus palabras, y hacen (¡ellas!) respingos exquisitos, dolidas (¡ellas!) también por eso que ha dicho Marsé de la calidad; Janer y Bayly (más aquélla que éste) que escuchan el rapapolvo con expresión consternada, balbuciendo acaso la Janer el tópico: «que decidan los lectores»...
Confieso que, en un determinado momento, dicha María de la Pau Janer llegó a causarme compasión, allí subida, aguantando la reprimenda, sin poder levantarse y contestar: «pero ¿de qué habláis? ¿No fuisteis vosotros también en su día un producto del amaño? ¿No fueron vuestras novelas en su momento tam bién malas, y hasta horribles y calamitosos?». Sin embargo, la mujer tenía que callar, para no estropear la función, y aquello, ya digo, me producía cierta lástima. Pero sólo cierta, porque luego reparé en que, al fin y al cabo, estaba allí, participando de la gran estafa literaria, por su propia voluntad; leí luego su currículum, construido todo él a base de premios “a la española”, como ya se conocen nuestras prácticas literarias por esos mundos; y acabé, al fin, por hacerle caso y decidirme a juzgar su obra como público.
21 euros, por cierto, me costó el dichoso libro, Pasiones romanas. Debe de ser lo que se llaman
“las costas del juicio”.

Para decargar el trabajo completo pulsa aquí (pdf 44 KB)

Arriba