Sobre novela y posmodernidad

Carta abierta a Fernando Savater

Señor Savater: esta carta se la dirijo abierta por tres razo­nes: Primera, porque la quiero separar de la correspondencia cerra­da que mantu­vimos a raíz de la publicación de mi ensayo Una novela de Javier Marías  (Todas las almas); segunda, porque en ella no me dirijo a usted como al amigo apasionado de Marías que aparen­ta ser, sino como un intelectual dado a opinar sobre los problemas que se suscitan en la vida social y, más concretamente, cultural de nuestro país, y, tercera, porque ahora le puedo decir que un eminente lingüista, el profesor José Polo, del Departamento de Filología de la Universidad Autónoma de Madrid, en un trabajo titulado De la crítica ponderada al "te­rro­rismo crítico", publicado en la revista "Analecta Malaci­tana" (XIX, I, 1996, pág. 133), de la Universidad de Málaga, comen­tando el dicho trabajo mío, afirma que las faltas gramaticales, de léxico y de estilo que señalo en la novela de Marías son "muy graves".

Faltas muy graves y, como recordará, numerosísimas. Por ende, como también creo haber demostrado, tan mala prosa vehicula un pensamiento débil, desprovisto hasta del menor contenido espiri­tual, y relata argumentos sin el menor interés. O sea, que quien es considerado, sobre todo en los suplementos literarios de la prensa madrileña, el más importante novelista español del momen­to y uno de los más importantes de Europa, comete en un solo libro una gran cantidad de faltas gravísimas y muestra no tener práctica­mente nada que decir.

Después de Todas las almas (novela que usted y cincuenta y nueve más, todos escritores y críticos de renombre, consideraron en su día, según una encuesta del diario El País, la segunda mejor de una década), he analizado El hombre sentimental y Travesía del horizonte con los mismos resultados. Y los mismos resultados estoy seguro que voy a obtener, por lo que ya llevo leido, del análisis de Corazón tan blanco, novela que obtuvo el Premio de la Crítica corres­pondiente a 1993 y que, según el periódico mentado, arrasó el año pasado en Alemania.

Como me es imposible dudar de lo que veo tan claro, comprende­rá mi estupor al leer tres juicios que, en la contracubierta de la última obra mencionada, dice el editor que se han vertido sobre ella, aunque sin citar los nombres de los autores (subrayo), sólo los medios en que aparecieron. Son éstos: "La obra de un supremo estilista" (The Times), "Una de las escasas obras que harán época" (Le Monde), "Una grandiosa novela" (Frankfurter Allgemeine Zei­tung), juicios que, juraría, no se vertieron cuando la aparición de Al faro, El extranjero ni La montaña mágica. También en la contra­cubierta de Travesía del horizonte se transcribe la opinión que le mereció esta obra a un crítico español, Luis Suñén: "Una hermosísi­ma novela, muy hábilmen­te construida, en la que Javier Marías confirma absoluta­mente su talento". La verdad es exactamente lo contrario.

¿Qué significa esto? Es la pregunta que le hago, señor Sava­ter. ¿Se trata de uno de esos juegos postmodernistas como los que denuncia y comenta Alfonso de Vicente en su precioso y silenciado libro El arte en la postmodernidad. Todo vale (Ediciones del Drac, Barcelona, 1989)? Tiene todas las trazas de serlo.

El galerista neoyorquino Leo Castelli nunca ha tenido empacho en afirmar, refiriéndose a su gremio: "podemos darle caris­ma al artista que queramos", se entiende que independientemente del valor intrínseco de sus obras. Se diría que, ante su doloroso vacío estético, la postmodernidad, a través de sus miembros más conspí­cuos, se venga de sí misma, de su triste destino, lanzando, no los productos auténticos que aún le quedan, como herencia de momentos culturalmente más ricos, sino su propio estiércol. Sin duda, a esto se refería Manuel García Viñó (La novela española desde 1939. Historia de una impostura, Liberta­rias/Prodhufi, Ma­drid, 1994), cuando, comentando el mercado de valores comerciales, que no esté­ticos, en que hoy se mueve el arte, decía que estaba dispuesto a admitir, como lógico y consecuente, que quienes lo manejan se rijan por la primera norma del ganste­ris­mo: "ganar dine­ro". "Más aún, continuaba, estaría dispuesto hasta a concederles que, dado tal punto de partida, no es necesario que actúen, para cumplir su norma, con impecable decencia; es decir, a aceptar, con inevitable resignación, sus reglas del juego sucio. En lo que no estaría dispuesto a ceder ni un palmo de com­prensión es en el hecho de que, pudiendo cumplir sus fines con productos dig­nos, lo hagan con basura".

En España, señor Savater, hay dos docenas largas de excelentes nove­lis­tas que no han visto nunca reseñadas sus obras en el perió­dico en que usted colabora, El País. ¿Qué tendría usted que decir de esto, si fuese a comprobarlo y resultase ser cierto? Y no tanto porque sean sistemáticamente preteridos, sino, sobre todo, porque se les silencia siendo, como son de verdad, excelentes. ¿Le preocu­pa al menos, por el momen­to, que pudiera ser así? Usted, tengo enten­dido, es profe­sor de éti­ca. Por otro lado, ¿no le ha chocado nunca que, con la canti­dad de edito­riales que hay en nues­tro país, su periódico se ocupe casi exclusi­vamente (y exclu­yente­mente, habría que añadir), de las obras edita­das por Alfagua­ra, Tusquets, Anagra­ma, Planeta y sus satélites, y Muchnick? Algo huele a podrido, don Fernando, y no solamente en Dinamarca. Y yo pienso que es deber inexcusable de las personas como usted denunciarlo, primero, y, después, intentar remediarlo. Cualquier cosa, menos pactar con la injusti­cia y la mentira -mediante la aceptación de la siniestra fórmula del "todo vale"-, como ha venido haciendo hasta ahora.

Isidoro Merino

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