Carta a los señores de la guerra

GARCÍA DE LA CONCHA, RICO, MAINER, SALVADOR, JORDI GRACIA, VILLANUEVA, ETC. (AQUÍ EL NOMBRE DE OTROS PROFESORES DE LITERATURA, CRÍTICOS LITERARIOS, DIRECTORES DE SUPLE­MENTOS CULTURALES...)

Ligeramente aplacada en sus justas, vindicativas y elíseas iras tras los fuegos estivales, La Fiera ha decidido darles a ustedes, ahora que los vientos empiezan a soplar negros para la industria cultural y antes de que se hundan del todo con ella y con las maldiciones que, desde sus tumbas, les estarán mandando, entre muchos otros, Cervantes, Quevedo, Herrera (¡el primer crítico en nuestra lengua!), Gracián, Fray Luis de Granada y San Juan de la Cruz, otra oportunidad. Ustedes saben desde hace mucho tiempo que llevamos razón y que es por eso, y no por otra causa, por lo que no duermen tranquilos; ustedes saben que uno de los dos grandes patrimonios que tiene nuestro país, la literatura -el otro es la pintura- está en gravísimo peligro por contagio de una sucia enfermedad de nuestra época: el ansia de ganar dinero, muchísimo dinero, más del que se necesita y se podrá gastar, a costa de lo que sea: en el caso que más nos afecta a ustedes y a nosotros, mediante la maniobra de convertir el libro en un valor de cambio, no de uso y, para ello, mentir, manipular, falsear, corromper... Saben que no hay razones para brincar y palmotear como el profesor Rico hizo, chillando: “¡qué bien! ¡Lo mejor de la novela española de hoy es que en ella se unen calidad literaria y éxito de ventas!”, cuando  la verdad es exactamente lo contrario. Que, aunque nosotros seamos, como atinadamente ha señalado don José Carlos Mainer, unos resentidos -al fin y al cabo, dijo Sánchez Dragó en la memorable ocasión del bautizo televisivo de La Fiera, el resentimiento es un sentimiento muy humano- y unos envidiosos, lo que decimos es la pura verdad, resumida en fórmulas o’garthianas como “los más lanzados son los más ineptos”, “hacen vender más a los que menos tienen que ofrecer”, “actúan desde la infernal consigna delenda est literatura”,  cimentadas sobre la seguridad de que, como ha escrito Derrida, “la sociedad actual vive inmersa en la mentira absoluta”. Que es una innegable verdad lo que dijo Gregorio Salvador  en la Universidad Menéndez Pelayo,  de que el noventa y nueve coma nueve por ciento de las novelas que se publican hoy en España son malas sin paliativos, aunque, si esto no se ilustra con la afirmación de que tal acusación se hace con referencia a las que van firmadas por Muñoz Molina, Javier Marías, Almudena Grandes, Rosa Montero, Juan José Millás, Antonio Gala, Maruja Torres, Lucía Etxebarría, Rosa Regás, Juan Manuel de Prada, Pérez Reverte, Eduardo Mendoza y sucursales de barrio de todos ellos, tipo Trapiello, Pombo, Mateo Díez, Cercas, Espido Freire, Landero, Soledad Puértolas, Clara Sánchez, etc., que son a quienes más hacen vender, no sirve para nada. Que es un crimen de lesa cultura que Juan Luis Cebrián, Fernán Gómez, Pérez Reverte y Muñoz Molina estén en la Academia, para la que nunca se ha pensado en Rafael Morales y a la que se le ha cerrado el paso a personas como Antonio Quilis y José Luis Castillo Puche. En fin: que, en razón o sinrazón de que todo esto y cuanto llevamos dicho es, insistimos, la  verdad, ustedes nos odian, y, desdichadamente para ustedes, ahora y a pesar de nuestra actitud caritativa, nos van a odiar más. Y ¿saben por qué? Porque no son tan inteligentes como se creen y siempre creyeron sus idolatradas madres, pues lo inteligente sería que reconocieran que se han equivocado de bando o que han tenido la debilidad de venderse a cambio de muy pocas lentejas. Por cierto que nosotros, que no somos ni pizca de tontos, sabemos de sobra que no todos ustedes, señores académicos, profesores, críticos, directores de suplementos culturales, son recuperables. A don Francisco Rico, los servicios médicoliterarios del Centro de Documentación de la Novela Española, lo han desahuciado hace tiempo. Nos gustaría dar mejores noticias próximamente del señor García de la Concha, de momento en la UVI.

Dijo Jonathan Swift que, “cuando aparece un verdadero genio, puede reconocérse­le por este signo: todos los necios se conjuran contra él”. La Fiera Literaria es genial y, como todo lo genial, nació cuando tenía que nacer, profética y denunciadora, incorruptible y desfacedora de entuertos: sin doble fin, sin doble moral ni blanca doble, pues no juega al dominó ni a ningún otro juego en que el azar ocupe más sitio que la necesidad.

No se comporten ustedes como necios. No vayan ustedes contra la historia. Ni contra sus propios intereses de amantes de las letras, algo que, como el código castrense el valor a los soldados, les suponemos que son. Sería una pena que, al final, tanto derroche de talento, imaginación y salero, por parte de las personas que aquí trabajamos y que ustedes no pueden ni sospechar quiénes son, sólo sirva para, como dijo el profesor Juan Ignacio Ferreras en carta a nuestra directora que dio la vuelta al mundo, sólo sirva para que, en el siglo XXII, se sepa que no todos los españoles de principios del siglo XXI carecían de sentido crítico ni se habían vendido. Si ustedes hacen un acto de humildad al tiempo que de amor a nuestra lengua, a nuestro pasado -y un tanto del presente- literario, algo puede cambiar todavía. Saben tan bien como nosotros, y con más datos, que los tinglados de los Polanco, los Lara y  sus imitadores de Espasa, Anagrama, Tusquets, etc. no defienden los mismos intereses que ustedes juraron defender cuando velaron sus armas ante el altar de don Quijote. Aún están a tiempo de hacer algo por limpiar, fijar y dar esplendor a una de las lenguas más bellas del mundo y de la historia, y a la literatura que de ella ha brotado. Aún lo están de dominar a la jauría de los pregoneros chabacanos y de los fabricantes de los productos pregonados.

Pese a haber invocado el lema de la Academia -esa desfasada institución cuyas momias y cuyos lechuguinos ya deberían haber sido reemplazados por ordenadores y cuadrillas de filólogos y lingüistas innominados, cada vez más club social que institución cultural, cada vez más tinglado editorial, cada vez más vacía de especialistas y llena de aquéllos que la industria quiere que estén allí, como sostén de un gancho más para promocionarlos: ¿qué carajo hace Mateo Díez donde no está Quilis? Se comportan ustedes como políticos-, nos dirigimos a todos, como desde el principio: profesores, críticos literarios, directores de suplementos y revistas culturales... ¡Culturales! ¿Son culturales esas Holas del mundillo literario que han proliferado al calor de la industria? Ellas  son también especies a extinguir, como los críticos a sueldo y los escritores transgénicos. Hagan examen de conciencia. ¿No se autoengañan por miedo a enfrentarse con el poder económico y perder sus favores o el importe de sus anuncios publicitarios? ¿No condenan la novela que hoy día se escribe, se publica y se promociona cuando se expresan en términos generales, mientras, ante los casos concretos, defienden lo indefendible? ¿No son conscientes de que, tras el crecimiento en valores estéticos e intelectuales de la novela en el siglo pasado, cuando el género alcanzó las más altas cotas de la historia, los fabricantes de libros actuales promocionan el vacío de ideas, la peripecia vulgar y las formas del entreguismo pregaldosiano? ¿No condenan ustedes la crítica literaria, pero a ningún crítico concreto? ¿No se sienten obligados a dar el visto bueno a todo lo que tienen éxito de ventas, siendo así que lo tiene precisamente por su falta de exigencia, de rigor y de honradez intelectual? ¿No comprenden que han declarado intocables a personas que nunca debieron estar donde, con la complicidad de ustedes, se han o las han colocado? Esos muñoces, grandes, monteros, torres, marías, pradas, millás y demás miembros de la caterva que los sigue no es que sean malos, es que son dañinos y contagiosos... Tantas claudicaciones ¿a cambio de qué? ¿De verdad prefieren acudir a cócteles y saraos para recibir la sonrisa entre autoritaria y agradecida del Gog de turno, a quedarse a solas con la verdad y la tranquilidad de sus conciencias? ¿No ven que eso les lleva a fundir y confundir a braceros, funcionarios o vendedores de castañas de la pluma, como Hortelano o Marsé, con los auténticos escritores, por otra parte cada vez más escondidos en catacumbas o aherrojados en mazmorras inaccesibles? ¿Por qué hablan en el mismo tono de Saramago -un auténtico escritor que, como Valgas Llosa, haría mejor papel si se dejara mimar menos por los domadores-, o incluso de Sampedro y Ayala, que el que emplean para referirse a los tristes payasos ya nombrados? ¿Por qué acogen como a redescubridores, una vez más confunfiendo resultados de marketing y “éxitos de venta”, con calidad literaria, a esos productos de importación, manipulados ya en origen, de las Zoe Valdés, las Isabel Allende y tantos más que les está colando Alfaguara. ¿Por qué se sienten obligados, en fin, a aceptar sin reparos todo lo que la industria editorial produce? ¿Se han olvidado ustedes de la generación perdida, de la beat generation, del nouveau roman, los angry young men, de esos colosos como Kazantzaki, como Hesse, Mann, Joyce, Woolf, Morgan, Abellio, Mauriac, Greene, Green, Kafka, Svevo, Musil, Pavese, Camus, Faulkner, Steinbeck, Scott Fitzgerald, etc., etc.? Si no, ¿cómo hablan entonces de obras maestra refiriéndose a productos de los mediocres del sistema político-cultural de la Españeta, que se cree que va bien sólo cuando va bien en economía? No protesten en su día; no hagan, ahora, generalizaciones. La falsedad, “la fraude” ha subido “a tribunal augusto”, que diría Argensola, con el visto bueno de ustedes.

Si ustedes han leído, como era su obligación, nuestro ensayo Los escritores más vendidos y el retraso mental, han tenido que comprender que sus elementos sólo han podido ser recogidos de la basura: de esa basura que al lector españetolo, tan poco preparado, se le ofrece como un tesoro, para que lo esté todavía menos. No cometan la frivolidad de ignorarnos o, lo que es peor, hacer como que nos ignoran, basándose en el socorrido expediente de que actuamos por resentimiento, porque lo que importa no son nuestras motivaciones, sino si lo que decimos es o no cierto. Tampoco, la de minimizar nuestra implacable crítica, basada en un método completamente nuevo y cuasi infalible, porque en ella se haga uso abundante del humor y de la ironía. Sobre que la ironía y el humor son cualidades propias de inteligencias superiores, sepan ver que es la mejor manera posible para, tras demostrar la ignorancia de la lengua que supuestamente emplean y de su gramática que padece tanto pseudoescritor, hacer ver que, de tan ridículos e inmaduros, son risibles, entes de risión, en lenguaje o’garthiano.

Para sacar provecho de la industria cultural, pues está claro que lo sacan, están pagando un altísimo precio, a costa de un patrimonio que no les pertenece. Nos pertenece a todos y a nuestros descendientes. La novela, en forma y contenido, ha sufrido un retroceso de más de cincuenta años: los mismos años, más o menos, de retraso que nuestro país ha llevado siempre por la historia. No volveremos a advertirles. Reflexionad y orad. Y actuad en consecuencia. Antes de que suene el día de la Fiera, grande y terrible, y les entregue a todos al anatema.


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