Y también el Premio Nadal
Y también dos huevos duros
Chico Marx
El Premio Nadal de Novela, como siempre el
Planeta, al que me he referido aquí hace poco, (ambas editoriales
pertenecen al mismo grupo), ha vuelto a beneficiar, casualmente, a una
colaboradora del matutino global de referencia. ¿Qué se puede decir ya?
El enjuague está siempre presente en este tipo de chanchullos que, sin
embargo, siguen siendo tratados como sucesos culturales por los medios
de comunicación de España, único país que los tiene y los sostiene.
Se preguntaba Wilhem Reich: ¿acaso somos nosotros, los científicos, los
poetas, los artistas, los filósofos –digo yo: los outsiders-- los
normales, y es el resto de la especie humana el que se ha apartado de
la normalidad? A estas alturas, ya, quienes diferenciamos la cultura de
esas formas zafias de obtener publicidad gratuita, con la complicidad
de políticos, periodistas y pseudoescritores, tenemos
derecho a preguntarnos si constituimos, en este país de broma y
monarquía, el último reducto de la honradez intelectual, de la decencia
tout court, del rigor crítico, mientras los críticos que prostituyen su
labor, la ponen al servicio del neoliberalismo editorial y la
convierten en desorientadora, en mercadotecnia al servicio del comercio
y la industria cultural, han escapado de las normas éticas y morales
que deben regir todas las acciones de los humanos, pero muy
especialmente las que afectan a las creaciones del espíritu, como las
del arte plástico, la creación científica, la especulación filosófica y
la literatura.
Aquí va un relación de críticos que habrían podido poner orden en el
mercadillo de Monipodio, antes de que alcanzase las dimensiones de
basura y delirio que ha alcanzado, y ni lo han intentado.
José Carlos Mainer, José Mª Pozuelo Yvancos, Ricardo Gullón, Fernando
Rodríguez Lafuente, Manuel Rodríguez Rivero, Blanca Berasátegui,
Ricardo Senabre, Santos Sanz Villanueva, Darío Villanueva, Ernesto
Ayala Dip, Javier Goñi, Rosa Mora, Luis Alberto de Cuenca,
Gregorio Salvador, Víctor García de la Concha, María Luisa Blanco y
unos cuantos más de no sabemos por qué “reconocida autoridad”.
La obligación, moral y profesional, de estas/tos señoras y señores, no
es escurrir el bulto, quitarse de encima el compromiso y dejar que haga
la crítica un becario, que naturalmente tratará bien el emplasto, pues
no se la va a jugar a las primeras de cambio. Y así continua el
culebrón. Su obligación moral y profesional, iba a decir, es hacer ver
que el esperpento de turno es tan espantoso como todos los que ganan
una de estas rifas amañadas. Y, más aún, desprestigiar este sistema de
premios literarios a la española, sistema que no funciona en ningún
otro lugar del mundo –un fabricante de libros, mediante el concurso de
un jurado comprado, premia un libro que él mismo va a publicar-- y que
hace que en otros países se rían de nosotros y nos tachen de beodos,
como diría Hamlet.
¿Hasta dónde se proponen llegar los mercaderes y sus cómplices?
Contemplar recientemente los titulares de los periódicos anunciando el
Premio Nadal a Clara Sánchez producía vómitos. Aparte de que ese tipo
de premios en que un editor sin escrúpulos premia –y propagandea
gratuitamente- un libro que él mismo va a publicar, cosa que la prensa
y la crítica literaria considera un acontecimiento cultural, no existe
en ninguna parte de la Europa culta. España, que siempre ha sido un
país de catetos, lo es ahora también de horteras, nuevos ricos y
corruptos, lo que la constituye, como decía Valle Inclán, en una
deformación grotesca de la cultura europea.
Pero ¿es que están ciegos? ¿Es que son tontos? ¿Tan entregados,
tan vendidos están a los factores del neoliberalismo en la cultura? ¿No
sienten vergüenza? ¿Ni vergüenza siquiera? ¿Tanto les puede el olor del
dinero y los agasajos? ¡Lo tienen que saber! ¡Es imposible ignorarlo!
El caso de un editor poniéndose de acuerdo con un escritor para que le
fabrique una novela “ad hoc”, con los miembros de un jurado de
marionetas para que la distinga como la mejor entre los varios
cientos que han enviado unos ingenuos de provincias y ultramar, y unos
periodistas y unos críticos que la alaben.
Es una falacia, un conjunto de falacias encadenadas, un timo, una
prostitución de la cultura, algo para desmayarse de asco y desear haber
nacido en las antípodas.
Entre los dos últimos Planetas y este Nadal se tiene la impresión de
que ya ha rebosado la sentina… Y el Ministerio de Cultura ¿qué? Y la
Academia ¿qué? Y la literatura ¿dónde?
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