Organizar la resistencia
Sólo gracias a los sin esperanza
nos es dable la esperanza.
Más de un vez, en nuestros números anteriores, hemos comentado algunos
artículos de José Vidal Beneyto, en los que se refería al estado actual
de la cultura, al peligro que corre por haber sucumbido al
mercantilismo, que, al supeditarlo todo al éxito económico, lo ha hecho
a costa de la banalización, de la trivialización de sus contenidos.
Consciente o inconscientemente, el profesor Vidal Beneyto, al hacer la
crítica de los mecanismos mediante los cuales los grandes grupos están
conduciendo a la “mundialización-basura”, dirigía su dedo acusador
hacia -junto a los Berlusconi, los Lagardere, los Murdock y los
Endemol- el propietario del periódico en que se pronunciaba: Polanco.
En su momento, reprodujimos un trabajo aparecido en Le Monde
Diplomatique, firmado por Janine y Greg Brémond, especialistas en el
tema, autores de L’édition sous influence, donde analizan los estragos
que está haciendo en la literatura la aplicación al libro de las
técnicas del marketing.
La situación queda perfectamente descrita en los tres artículos y el
lector, después de leerlos, tiene la impresión de que únicamente se
arreglaría si las cosas fuesen completamente al revés de lo que son.
¿Cabe la menor posibilidad de que tal cosa suceda? ¿Quién podría darle
la vuelta al escenario? Y si no a todo el escenario ¿quién podría
evitar que la mercantilización se apodere de todos los procesos y
actividades humanas? ¿Quién o qué, por lo menos, conseguir que la
sociedad actual sea una sociedad de mercado en todas las parcelas menos
en la cultural? Para Vidal Beneyto, éste sería el primer paso hacia la
consecución de un dispositivo que sustituya el mercado concluyendo que
la resistencia cultural (subrayo yo) es el único medio para la
supervivencia de la cultura.
Resulta gratificante que haya alguien que piense así y, todavía más,
que ese alguien advierta “que empiezan a surgir algunos focos de
resistencia, como el altermundismo”. Ojalá esté justificado su
optimismo. A mi manera de ver, el hecho de que le dejasen publicar unos
artículos sosteniendo semejantes ideas en el órgano más representativo
del mercantilismo mediático en España y buque insignia del
mercantilismo editorial es una clara prueba de que no consideran
peligrosos sus planteamientos. Dos colectivos que se han caracterizado
siempre por su libertad y que podrían haber opuesto alguna resistencia,
los críticos y los libreros, ya los tienen los mercaderes lo
suficientemente amarrados. O contagiados.
En La Fiera hemos pensado alguna vez en el tema de una posible
resistencia, para casi siempre terminar concluyendo lo que apuntaba el
profesor Risaco y Condobrín en su artículo Acriticismo: en el presente,
no vamos a conseguir ni siquiera agrietar el sistema, pero para los
historiadores futuros de la literatura resultaremos de gran utilidad en
orden a que se imponga la justicia. En cuanto comparen las obras con
las críticas de los popes de los grandes medios de comunicación y con
las nuestras, se fiarán únicamente de las nuestras. Hace tiempo
dijimos, en una Carta al Padrino de la Mafia Editorial, que por lo
menos íbamos a servir para que en el futuro se supiera que no todos los
españoles del puente de los siglos carecían de espíritu crítico y
libre. Serviremos -ya lo hemos dicho- para algo más: para alertar a los
historiadores. Pero probemos a especular un poco sobre las
posibilidades de organizar una resistencia que no tuviera que esperar
al Santo Advenimiento para dar resultado, una resistencia que, por
ejemplo, pudiera caminar en paralelo con el movimiento
antiglobalización, puesto que todas las mafias antes señaladas con los
nombres de sus jefes de fila, se apoyan en la parte más negativa del
movimiento globalizador: el capitalismo salvaje y el pensamiento
único, la corrupción de la cultura. En una palabra, una especie de
Mayo/68, que se “ocupara” primordial y enfáticamente de la cultura
strictu sensu. En el sentido en que apuntaba Vidal Beneyto y sin
descuidar otras parcelas. En este orden de ideas, suscribiríamos sin
vacilación la Carta de la Sorbona cuando decía: “El aburguesamiento de
la clase obrera, disimulado por falsas reivindicaciones, ha sido desde
siempre un objetivo del capitalismo moderno. A diferencia de los
obreros, los estudiantes expresamos claramente en las calles que
queremos cambiar todas las estructuras de la sociedad”. Pero a la vista
está lo ocurrido con algunas contundentes manifestaciones del
movimiento antiglobalización: dispersión, confusión.
Como señalaba Omar Gómez en su opúsculo sobre aquella “primavera de la
utopía”, lo ocurrido en el 68 abandonó rápidamente la esfera de lo
económico-político para instalarse en el espacio de lo cultural. Pero,
tal y como están planteadas hoy las cosas, hay que recordar que quienes
hicieron que fuera así no dejaban de reconocer que eran los obreros, y
no los estudiantes, quienes tenían el poder para paralizar la economía.
¿Sería lo mismo si se tratase sólo de la cultura? En estos momentos,
los novelistas ostentan, al menos aparentemente, el doble papel de
agentes culturales y de peones del polanco de turno. Por ende, así como
de los obreros podían decir los líderes estudiantiles que no estaban
en disposición de hacer un aporte decisivo, porque estaban asimilados e
integrados al sistema de dominación, hay que contar con que hoy son
muchos los escritores -bastantes más de la mitad- plenamente vendidos o
aspirantes a venderse e integrarse en el sistema; escritores que,
como viene a decir Antonio Enrique (Canon heterodoxo, pág. 330)
escriben al dictado de las presiones provenientes de las exigencias del
mercado, hasta quedar plenamente domesticados. Frente a ellos, están
otros escritores -muchos menos- comprometidos con la verdad
literaria, críticos y denunciadores, pero marginados por el sistema y
prácticamente imposibilitados para sacar la cabeza del caparazón.
También son pocas y de corta tirada las revistas antisistema -podríamos
decir underground- y apenas si tienen otra posibilidad que la de
convencer a los ya convencidos, pues la lógica perversa de los grandes
medios de comunicación les lleva a impedir la difusión de toda
publicación que contenga ideas que vayan contra sus intereses o su
“buen nombre”.
En un artículo publicado en la revista Heterodoxia (nº 21,
enero-febrero-marzo, 1995), con motivo del 25º aniversario del Mayo/68,
Victoria Sendón, tras analizar los diversos esfuerzos -Escuela de
Frankfurt, Althuser, Lacan y otros, como Foucault, por superar a Marx y
Freud en una síntesis conciliadora, o para encontrar una salida a esos
dos potentes pensamientos, escribía: “El feminismo primero y el
pacifismo y el ecologismo después, bajaron a los infiernos de un mundo
que se debate por renacer. Tal vez sean los movimientos con más futuro,
pero de momento el sistema va digiriendo sus reivindicaciones y
devolviéndolas en forma light de “planes de igualdad”, “medio ambiente”
y “reformas de la mili’”. Para concluir, sin embargo, que “desde Mayo
del 68, nada volvería a ser igual. Parece inverosímil que una revuelta
estudiantil en París y una protesta mantenida en los campus americanos
pudieran acelerar los tiempos de ese modo. Todo parecía estable y todo
comenzó a conmoverse. En estos veinticinco años, muchas cosas se han
puesto en marcha y no sabemos hacia dónde. Cuando aparezca el gran
atractor [que es no sólo una determinada trayectoria de un sistema
dinámico, sino también aquélla en la que las restantes trayectorias
convergen, según la llamada ‘física del caos’] que comience a dar
sentido a esas luces imprecisas entre la niebla, podremos entender algo
mejor qué supuso aquella rebelión aparentemente inocente y
políticamente decisiva”.
A pesar de los logros señalados, ¿no se tiene la sensación de que la
fuerza del 68 se diluyó? “De incendiario a bombero”, se ha llegado a
decir de la personalidad quizá más significativa del movimiento: Daniel
Cohn-Bendit. En cualquier caso, lo que sí puede afirmarse es que no
culminó, pues, como Sendón señala, el sistema digirió las
reivindicaciones. Ahora, treinta y cinco años después, hace más que
digerir: se muestra dispueto a, mediante la domesticación de aquéllos
que podrían haber retomado el relevo, lograr que algo parecido no le
suceda más. Cosa que, después de cuanto se ha sabido por las
investigaciones de Frances Stonor (La CIA y la guerra fría cultural) de
la compra de escritores, editoriales y revistas por la Agencia
norteamericana después de la Segunda Guerra Mundial, ¿qué puede
extrañar? Aquí, ahora, son muchos los escritores, críticos y académicos
que se han vendido a cambio de un trato preferente en los medios,
figurar en las listas de bestsellers y ponerse en la cola del
Alfaguara, el Planeta, cualquier otra de esas rifas o incluso para
ingresar en la Academia.
Los obreros, aburguesados; los estudiantes, alienados o, como el resto
de la sociedad, embaucados por el consumismo, y los escritores,
autodomesticados a cambio del brillo mediático y el dinero, ¿puede
esperarse que surja un movimiento de resistencia fuerte que sirva para
algo?
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