Literatura y publicidad

Se están queriendo apoderar de todo, en el mundo de la cultura y de la comunicación. Ya dominan territorios, algunos muy extensos, en la televisión, la radio, la prensa y la editorial. (Sin tapujos, el número dos del grupo, flamante académico, defendió hace dos años, en un curso de la Complutense en El Escorial, la conveniencia y el carácter democrático de la acumulación del poder informativo en una sola mano.) Por ende, quieren hacerlo de manera excluyente. Cuando consigan su objetivo, quienes no estén con ellos no estarán contra ellos. Sencillamente, no estarán.

En su edición de este año, completando la operación iniciada en las de los anteriores, han invadido la Feria del Libro de Madrid. Con excepción de Gala, que va por libre, y cuyo éxito entre un público que sólo le lee a él obedece a razones que poco o nada tienen que ver con la literatura, sólo los chicos y chicas Polanco (los boludos y las tontitas del sistema)  han "sonado"; como han venido "sonando" durante todo el año, después de la eliminación de toda posible competencia, con la ayuda involuntaria o tontorrona de otras publicaciones, como ABC Cultural, cuatro o cinco editoriales que hay que considerar asociadas y, es de suponer, también la Academia Española, que ya se ha tragado a varios de ellos: la avanzadilla del desembarco. Para todas estas operaciones cuentan con el apoyo logístico de una docena de críticos perrunamente fieles, con García Posada a la cabeza.

Las/los escritoras/res favorecidas/dos son Almudena Grandes, Maruja Torres, Rosa Montero, Rosa Regás, Josefina Aldecoa, Soledad Puértolas, Muñoz Molina, Javier Marías, Pérez Reverte, Fernando Savater, Juan Marsé, Molina Foix, Vicent, Guelbenzu, Trapiello, García Montero... Además de unos cuantos mayores respetables -Sampedro, Ayala, Matute, Delibes, Martín Gaite, Torrente- y otros cuantos sudamericanos a cuya sombra se cobijan y que, para cuando ya no les necesiten, ni sombra darán. A menos que continúen siendo "suyos" en el otro mundo, como es el caso de García Hortelano, un mediocre escritor, ya en vida beneficiario de artificial lanzamiento, al que se está queriendo rescatar del lógico olvido en el que está sumido y presentar como un gran novelista, lo que nunca fue y lo pienso demostrar.

Las razones por las cuales han sido ésos los elegidos no se le alcanzan fácilmente al observador. Su calidad literaria o su novedad estética, desde luego, no lo son. Todos ellos cultivan un tipo de novela decimonónica -con excepción de Marías, que intenta algo más acorde con los tiempos, aunque le sale muy mal-, un tipo de novela que ignora por completo lo caminado por la poética narrativa desde la primera década del siglo hasta 1968. El psicologismo más elemental, el costumbrismo y una variante ibérica del policiaco que sonroja -como en los últimos productos de ambos Molina- hacen acto de presencia en estas novelas, que, con las ayudas mentadas y una abundante publicidad directa o encubierta, se venden profusamente y están estragando el gusto del lector.

Utilizan un sistema de promoción y venta típicamente made in USA, capaz de convertir en best seller una mala novela como Love Story y propiciar que se venda en todo el mundo; un sistema deleznablemente capitalista, que los antaño revoltosos e inconformistas en nómina aceptan complacidos; un sistema condenado con duras palabras por Noam Chomsky y por toda la gente decente del planeta. Dos ejemplos de su funcionamiento aquí y ahora: ha llevado a los primeros puestos, en las listas de libros más vendidos, Un calor tan cercano, de Maruja Torres, con todos los defectos y algunos más de las novelas primerizas (autobiográfica, claro), y La hija del caníbal, de Rosa Montero, desigual, titubeante, con personajes desdibujados, como ha señalado, en ambos casos, el profesor Ricardo Senabre.

Decía el mariscal Tito que la mayoría de los revolucionarios lo son hasta que logran establecerse. Entonces, se convierten en conservadores y se olvidan de la verdad y la justicia que reclamaban. Es el caso de los anteriormente nombrados, a quienes, sin duda, resulta exagerado llamar revolucionarios.

El montaje comercial se disfraza de cultura, aunque sus resultados son en realidad completamente anticulturales. Se ha conseguido, dicen los montadores, que la gente lea autores españoles. Probablemente sea así, pero ¿a qué precio? En mi trabajo, en mi casa, estoy rodeado de personas que, víctimas de la publicidad, no se pierden una de Juan Marsé, de Muñoz Molina, de Almudena Grandes y de todos los demás que, desde Babelia y los grandes almacenes, se pregonan. Pero voy y les pregunto si han leído algo de Kafka, de Huxley, de Hesse, de Faulkner, de Prattolini, de Valle Inclán, etc.; de tantos grandes novelistas del siglo, que son los mejores de toda la historia del género, y me responden que no. Como me responden que no si les pregunto por Dostoievsky, Flaubert, Thackeray, Pérez Galdós, etc. Desconocimiento absoluto de la gran novela, lo que no ocurría con la masa lectora -menor, pero más culta- del medio siglo.

En el aspecto estético, los manipuladores del sistema, por medio de sus voceros -los García Posada y compañía-, dictan lo que ellos piensan que será mejor asimilado -y, por tanto, más vendible- por los lectores: novelas en las que se cuenten "historias cercanas, parecidas a las suyas [de los lectores]", como se decía en el número de 8-VII-97 de "El País Semanal". Un programa paupérrimo; lo contrario de lo que ha pretendido siempre la gran novela, desde El Quijote y Tristram Shandy, hasta El juego de los abalorios, Contrapunto, Santuario, Sobre héroes y tumbas, pasando por Lo prohibido, La feria de las vanidades o Madame Bovary. El resultado es un tipo de novela pedestre, lineal y costumbrista, que nada sabe y todo lo ignora de la nueva visión del mundo y del hombre que han propiciado la nueva física y la antropología.

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