Una modesta proposición

Este país, para empezar con una definición, es lo que se dice una desgracia cultural. Tómese la novela o la poesía, el teatro o las artes plásticas, y siempre nos encontraremos con lo mismo: apenas repunta una novedad, una inteligencia, el país, es decir, la sociedad, la aplasta, la desvanece, la ignora. Se explican las dificultades de la novela de la posguerra, se explica la eclosión del realismo chato de la que se llamó novela social, pero habría que explicar también por qué las novedades formales y de fondo de otro tipo de novela ­­(AndrésBosch, San Martín y, en general, todos los novelistas metafísicos) no se atienden o son conscientemente ignoradas.

La transición... ah, la transición. Llegaba la libertad, pero la libertad que llegaba era la económica: la facilidad para las grandes concentraciones editoriales, trust de libreros, cadenas periodísticas y un etcétera tan largo como se quiera. Hay críticos, incluso entre los de La Fiera Literaria , que no acaban de entender lo que significó la transición, y el caso es que transición es igual a concentra ción editorial. A _ ádase la llamada política cultural, los paniaguados y compa _ ía, y obtendremos la subcultura actual en todo su esplendor.

Hoy día, y dado el avance económico, una novela no pertenece a género literario alguno. Se trata de una mercancía y, como tal, es tratada, confeccionada, repartida, jaleada, vendida en una palabra. Y, ante un objeto que se llama mercancía, sobran los análisis críticos y, por lo tanto, literarios. No; una mercancía sólo posee un valor de uso y un valor de cambio. Y lo que prima es el valor de cambio. Su valor de uso es ya sustituible, responde a una ya muy lejana realidad en la que la novela servía para algo... Hoy día, la mercancía ostenta su valor de cambio: ha de venderse muy de prisa y es rápidamente sustituible por otra de las mismas características económicas.

Yo propondría llamar objetos y mercancías a la mayor parte de las novelas actuales; y no sólo llamarlas, sino también analizarlas en consecuencia: cómo ha sido fabricada, quién la vende, cómo se vende, cuándo puede ser sustituida por otra semejante, etc. Un análisis de este tipo quizá nos diera la realidad cultural de nuestro país. Y esta realidad se manifestaría como lo que es: como una parodia de la cultura.

Juan Risaco Condobrín

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