Novela y poesía, costumbrismo y experiencia

Resulta muy difícil entender, para cualquier persona medianamente asentada en la historia, la defensa y promoción que se está haciendo, por parte de críticos, editores y medios de comunicación pertenecientes a un mismo grupo de intereses, de un neocostumbrismo novelístico y de ese vergonzante revival de la poesía social que constituye en el fondo la llamada "poesía de la experiencia" o "de la vida". Cuando ha concluido el más grandioso siglo de la historia humana (ni en la Grecia de Pericles se produjo una concentración de cerebros de magnitud especial en todos los campos del saber y de la creación, como la que conoció el período 1905 - 1968), el siglo en que tanto las ciencias como las artes, el pensamiento como la técnica alcanzaron una hondura de comprensión y una riqueza de imaginación, una sutileza y una universalidad que será muy difícilmente superable durante milenios, unos señores, sedicentes representantes de la cultura de vanguardia, se preocupan –nadie sabe por qué, puesto que su razonamiento es el del burdo y antiintelectual "porque sí"–, se preocupan, digo, y quieren obligar a los demás a preocuparse, del color local y los sucesos vulgares, y de aplicar el toque mágico de la poesía a la narración o descripción de lo cotidiano, y mejor para ellos cuanto más pedestre.

Dos factores, sobre todo, pueden captarse a primera vista detrás de la increíble pretensión. Primero: que quienes la mantienen se mueven en torno al suplemento cultural Babelia , del diario El País . Segundo: que estos pseudointelectuales otorgan una importancia especial al beneficio económico que produzcan las diversas artes, por encima, muy por encima, de sus logros culturales. Por ejemplo, el responsable de la sección de artes plásticas de la citada publicación, Francisco Calvo Serraller, concluía su comentario a la Feria ARCO (Feria de Arte de Madrid) de 1996 con estas palabras: "Vender o no vender, esto es lo que importa". Y el largo reportaje que dedicaba El País Semanal a la última Feria del Libro de Madrid, aludía repetidas veces al éxito de la novela española en el mencionado certamen, en atención a sus ventas, no, en modo alguno, como se reconocía varias veces expresa y paladinamente, a su calidad. Por supuesto, se ejemplificaba la gloriosa hazaña con una veintena de escritores, cuyos nombres ocupan sistemática y exclusivamente las páginas culturales del mencionado diario, y que publican sus libros en cuatro o cinco editoriales que suelen volcar generosamente su publicidad pagada en el mismo. A este fenómeno, parece ser que se le denomina "el circuito". Podría haber llegado a llamarse también de otra manera y justificar que Jacques Derrida constatase, precisamente rodeado de socios de este tinglado, que "el mundo actual está dominado por la mentira absoluta".

En el citado reportaje de El País Semanal , Benjamín Pardo, discípulo aventajado del García por antonomasia, García Posada, defendía que la novela tenía que contar "historias cercanas, parecidas a las suyas [de los lectores]", es decir, como ya he señalado en otro artículo, lo contrario de lo que ha pretendido siempre la gran novela. Aparte de que habría que preguntarles: ¿por qué alquilar un adosado y tomarse un bocadillo de calamares es una historia cercana al hombre y los remordimientos de Raskolnikov, el adulterio de Emma Bovary o el conflicto de identidad de Gregorio Samsa no lo son? ¿Por qué dictar un interdicto contra quien tenga la genial ocurrencia de una historia semejante a Sobre héroes y tumbas , Merlin y familia , La puerta de paja o Cien años de soledad ?

Con anterioridad a este malhadado reportaje, ya el maestro García, probablemente el crítico más nefasto que mariposea actualmente por los cielos mediáticos, había lanzado la consigna en un número de Babelia, bajo el título de La literatura "joven": "Este siglo camina, y de modo acelerado, decía el predicador, al encuentro de una literatura que plantee los problemas de la gente de la calle y que haga de la literatura un mundo que tenga que ver con nuestro mundo, con el mundo del lector". Obsérvese, primero, la elegante redacción del maestro: tres veces "mundo" y "una literatura que haga...de la literatura". Pero errores gramaticales y faltas de ortografía aparte: ¿es que los locos, lo sabios, los soñadores ¿no son de nuestro mundo? ¿Es que la más grande aventura que puede vivir un terrícola es que le ponga una multa un guardia de la porra o se le quemen los pimientos? Pero, sobre todo, salvo en el coro angélico del cual él es el corifeo, ¿en quién observa el pregonero esa prosaica y antiestética tendencia en este prrincipio de milenio, en que la novela ha asumido los nuevos paradigmas propiciados por los descubrimientos de la física, la biología, la antropología y la filosofía de ellos derivada, diseñando una nueva cosmovisión que tiene en el misterio precisamente su epicentro?

Dando ingenuamente por sentado que la esclerosis que padece su imaginación es una plaga planetaria, sentencia, en otro especialmente brillante párrafo de su encíclica, que "el experimentalismo literario ha tocado fondo" y que "el lenguaje [...] tiene sus límites formales". Que alguien que se pretende amante de y entendido en literatura haga estas dos afirmaciones es como para encerrarle a perpetuidad en la cárcel de papel. Y es también para preguntarle: ¿de dónde le llueve y le encharca este reaccionario pesimismo antropológico, digno del más empecinado de los fundamentalismos? "La gente, el común, quiere reconocerse, añade, en los personajes de las novelas". Pero ¿quién le ha soplado semejante tontería? La gente lo que quiere, mediante el intelecto, los sueños, la fantasía, la excepcionalidad, el planteamiento de situaciones límite o la reducción al absurdo, es, con la ayuda de ese inagotable e inmortal demiurgo que es el novelista, escapar por unas horas de este prosaico mundo poblado de Garcías, ver las cosas con milagrosa lupa y adentrarse en zonas que sin esa ayuda no podría ni vislumbrar. Alcanzando así lo que los griegos llamaban catarsis.

Si se trata de la poesía, el apóstol de las gentes, dejándose arrastrar por su entusiasmo por lo vulgar e imaginativamente romo, intenta "quebrar de modo definitivo el culturalismo" ( Babelia , 3–mayo–97), y pretende que éste que él considera un "espléndido endecasílabo" de García Montero, " Tú me llamas, amor, yo cojo un taxi", "sea tomado como emblema de una poética de la cotidianeidad". Tal gachupinada memorable, que tomaríase por broma en otra pluma, suscita, al menos, cuatro comentarios. En primer lugar, resulta evidente que, al hacer tan estúpida propuesta, runruneaba por su obtusa mente aquello de La marquis sortit á cinq heures , de Claude Mauriac, sino que errando por completo en la intención. En segundo lugar, hay que decir que el experimentado Montero se pronuncia como un lamentable clasista. Pudiendo tomar un transporte público, para acudir al encuentro de su impaciente amada, prefiere llamar un taxi. Sólo le hubiese faltado escribir, para mayor solaz de don Miguel García, "Tú me llamas, amor, yo aviso a mi chauffeur ". Tercero: ¿por qué coger un taxi es experiencia y vida y no lo es lo que quiera que fuese que impulsó a San Juan de la Cruz a escribir el Cántico espiritual , abundoso por cierto en endecasílabos levemente superiores al que García nos intenta imponer como emblemático? Finalmente, una pregunta directa al mencionado: si usted califica de espléndido ese endecasílabo, ¿cómo calificaría esos que rezan: "serán ceniza, mas tendrán sentido / polvo serán, mas polvo enamorado" // "Enhiesto surtidor de sombra y sueño / que acongojas el cielo con tu lanza..." // "Siempre mañana y nunca mañanamos"... Y otros varios miles más, no tengo que decirlo. Repito: ¿qué calificativo para ellos?

Cuando a García Posada le da por entusiasmarse por otro García de su banda, difícilmente encontraríamos a quien le superase. Su comentario en torno al libro que contiene la historia del precipitado viaje en taxi –tal vez con parada al paso para comprar una caja de bombones, un ramo de flores o un estuche de profilácticos– concluye con estas palabras: "No faltan quienes vocean últimamente la pronta ruina de esta clase de poesía [...] Quizá estén pensando en otros poetas. Porque Luís García Montero se halla en su mejor momento, a mil leguas de cualquier paisaje literariamente ruinoso". Por mi parte, creo que podemos darle la razón, tranquilizarle. "Esta clase de poesía" puede durar tanto como el mundo; tanto como dure la tontería humana.

Isidoro Merino

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