La cultura del cinismo

Todos asistimos en su día al bochornoso espectáculo que ofreció el diario El País, volcado en alabanzas sin cuento sobre el Partido Popular y sus dirigentes, a raíz del triunfo de la derecha por mayoría absoluta, en las antepenúltimas elecciones. De no producir cabreo, y hasta un cierto asco, hubiese  producido ternura leer los mimosos encomios de cuanto hacían y representaban los mencionados. Así como, por otro lado, producían pena y un poco de sonrojo, las críticas condenatorias y advertencias a posteriori –"ya lo decíamos nosotros"– de cuanto estaba haciendo y había hecho en  su reciente historia el PSOE. La limpieza de intenciones del rotativo independiente de la mañana  quedó de manifiesto mediante el hecho de que, cuando fue elegido presidente de los socialistas Rodríguez Zapatero, un hombre con evidente empuje, cierto afán de novedad y cara de tener posibilidades, las críticas se mitigaron y, en los días  posteriores, el sahumerio paisano se repartió, entre el autodenominado centro y la autodenominada izquierda –lo es en alguna medida, no quiero ser injusto– como a un cincuenta por ciento.

Vivimos en un país donde, salvo casos muy aislados de publicaciones minoritarias como ésta, todos los medios de comunicación son de derechas. Cuanto más grandes, más. Y es por eso por lo que algunos, como el principal órgano escrito de difusión de PRISA, que muestran cierta postura crítica ante la iglesia, exhiben cierto progresismo en temas como la educación, la política familiar en general, el aborto en particular y otras cosas por el estilo, pretenden exhibir, y de hecho exhiben, un aparente marchamo izquierdoso. El caso es que si se puede decir que, por ejemplo, ABC pertenece a la derecha de intereses, pero también, y con lógica consecuencia, a la ideológica, y es monárquico convencido, El País lo es únicamente de la de intereses, con rojiza piel de zorro, y monárquico de conveniencia, lo cual resulta bastante menos noble.

Pero es que en el dicho periódico –técnicamente bueno y con algunos colaboradores, articulistas, realmente competentes, que lamentablemente salpican con su brillo a una partida de columnistas–moralistas que practican la doble moral y la ley del embudo– se está implantando cada vez con mayor amplitud y solidez lo que he llamado en mis clases del taller de Literatura del Centro de Documentación de la Novela Española, cultura del cinismo. El chiste de Forges que reproduje como ilustración de este artículo cuando se publicó impreso constituye una manifestación de la actitud que denuncio. Lo que decía acerca de que todo es fútbol n prensa y televisión es una verdad sangrante. Una verdad que, por otra parte, han señalado también, en las mismas páginas, pensadores ilustres en textos bien meditados. Ello no obsta para que, de los noventa días del trimestre junio/agosto, la primera página del periódico en que dichas denuncias se hacen haya destacado más de sesenta  una noticia con foto relativa al deporte –la mayoría, al fútbol–, ni para que Canal Plus dedique más del setenta por ciento de su programación a lo mismo –prácticamente nada a la cultura– y que, en ocasiones, en titulares de su diario fraterno, como uno aparecido el miércoles 31 de mayo pasado, se jacte de que EL DEPORTE LLENA LA PROGRAMACIÓN DE CANAL PLUS LA PRIMERA SEMANA DE JUNIO y festeje, el mismo día, que EL FINAL DE LA LIGA DE CAMPEONES COPA[RA] LA PROGRAMACIÓN RADIOTELEVISIVA [DE ESPAÑA; ni para que, en fin, la jornada en que se resolvían las elecciones a la presidencia del F. C. Barcelona, El País dedicara cuatro páginas sin anuncios al acontecimiento. A la dirección del periódico no le importa que sus colaboradores critiquen aquello que el grupo de empresas practica y defiende, con tal de que no traspase, supongo, ciertas dimensiones en extensión y profundidad y lo hagan con el debido respeto. Aunque presuma de lo contrario, aparte pequeñas excepciones con las que intentan confirmar la regla, jamás publica –lo sé por experiencia– una carta al director realmente crítica en profundidad de sus posiciones fundamentales ni, mucho menos, opuesta a sus intereses económicos.

El País se viene autopresentando como el paladín de la democracia, al tiempo que sus dueños pregonan –he leído y oído a su Presidente y a su Consejero Delegado hacerlo– una de las más deletéreas doctrinas antidemocráticas que se pueden pregonar: "es bueno para la democracia que los medios de comunicación se concentren en unas pocas manos". Y ha venido teniendo y tiene la habilidad necesaria para, al tiempo que el holding a que pertenece practica el capitalismo más salvaje y promueve la globalización y el pensamiento único, ofrecer una aureola de progresismo mediante el manejo –liberal, a fin de cuentas– de, como ya he dicho,  una doctrina sobre las relaciones matrimoniales, el aborto, la educación, etc. y para, unas veces con sutilezas dialécticas y otras mediante una auténtica ocupación del territorio, constituirse por las buenas en herederos de todo cuanto de aceptable hay en el pasado reciente de este país que, como decía Valle Inclán, representa una deformación grotesca de la civilización europea. Por ejemplo, aparte de adueñarse mediante conquista o compra de foros prestigiosos como las universidades de verano de El Excorial y Menéndez Pelayo de Santander o el Círculo de Bellas Artes, usufructuan el patriomonio material e ideológico de la Institución Libre de Enseñanza, sin importarles lo más mínimo que ésta fuese republicana, mientras ellos se inclinan lacayunamente ante la corona, cuyas gracias festejan de continuo. La cosa es, para estos cínicos, remar siempre a favor de la corriente que en cada momento más empuja.

Otro ejemplo: PRISA es uno de los principales agentes de globalización que hay en el mundo: El mayor, sin duda, en el ámbito de habla hispana. Ello no obsta para que, a su vez, subvencione un curso en la Universidad de Santiago de Compostela, durante el cual un grupo de pensadores –¿engañados? ¿autoengañados?–, con poquita voz –no más en cualquier caso que la que quienes le pagan les permite tener– arremeten contra la globalización. Ni que sus medios de comunicación orales o escritos muestren como bichitos simpáticos a los sindicalistas franceses que fueron condenados por saquear unos cuantos establecimientos –globales– de comida basura.

Y para colmo, por encima de todo esto, el periódico en el que venimos fijando la atención, en un alarde de cinismo espectacular, pues no creo que quepa hablar de un honesto quitarse del todo la careta, ha llevado a cabo este verano –martes 1 de agosto– una difusión de ideas ultraderechistas que ha pasmado incluso a los, como yo, más habituados a sus maneras de ejercitar los tejemanejes ideológicos. Me refiero a la entrevista, publicada con gran despliegue tipográfico, de Arcadi Espada –que se trasladó a Londres expresamente para hacerla– con el conocido escritor de las cavernas Paul Johnson. Después de presentar a éste como uno de los principales escritores ingleses del momento, influyente pensador, consejero de políticos entre los más ilustres del siglo y autor de libros decisivos y artículos magistrales, se le daba cancha para que dijera cosas como éstas: "Mayo/68 no sirvió para nada, no cambió nada, pues no fue más que la revuelta de unos estudiantes  que lo que pretendían era obtener cátedras en seguida sin estudiar ni trabajar; tras los movidos 60 y 70, en los 80 entramos felizmente en el realismo de Reagan y Tathcher, quienes, formando triunvirato con Wojtyla, fueron decisivos para que la sociedad fuese más libre; Franco fue un hombre extraordinario, uno de los más inteligentes del siglo, a quien los españoles tendremos que poner un día en el lugar que merece; la culpa de lo que pasa en África es únicamente de los africanos, y lo único que hicieron mal los colonialistas fue irse.

Y algunas perlas más, por el estilo. Todo ello sin la menor matización, sin la menor crítica por parte del entrevistador o la dirección del periódico, en medio de un contexto enaltecedor y laudatorio. Cabe preguntarse: ¿a qué juega la mafia cultural?

Manuel García Viñó

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