Almudena es un nombre de chotis

Cada vez que el conocido literato Juan Palomo, uno de los puntales del “ ABC Literario” , quiere dar importancia a una relación de escritores, sea cual sea la justificación de la misma, la apostilla con esta nota enfatizadora de su habitual y generalizado entusiasmo: “Y Almudena Grandes, que ya es decir”. Como quiera que yo no miro más que por los ojos de ese veraz, honesto y perspicaz informador que es mi amigo Palomo, aun antes de leer a esta “mujer contundente”, según la nombrase Ignacio Echevarría, me hice devoto de ella como escritora. Pero luego leí Las edades de Lulú , su primera novela, y no produjo en mí la devoción feraz y benemérita que esperaba; antes bien, advertí que me encontraba ante una escritura en zaragüelles. Escribí y publiqué ( Boletín del Centro de Documentación de la Novela Española , nº 8) un trabajo titulado Las edades de Almudena Grandes, en el que demostraba, como se ha podido ver, que la citada no era más que una novela verde, rosa y gualda, costumbrista por ende, más que ligeramente casposa, pésimamente estructurada y no muy bien escrita. Pero la opinión de Palomo continuaba pesando en mi ánimo, por lo que decidí leer la obra que consagró a Grandes, Malena es un nombre de tango , tan ensalzada por los mejores críticos españoles: los García Posada, Conte, Sanz Villanueva, Ramón de España, Guelbenzu, Savater, Trapiello, García Montero etc. y sobre cuyos valores literarios, el mayor elogio que había llegado a leer es que tuvo, en menos de un año, nueve ediciones. Atrapado en las redes de estas valoraciones impuestas por “ Babelia”, “ABC Cultural”, “El Cultural” y otras publicaciones, como la horrenda Lulú había tenido treinta y dos, no sabía cómo interpretar la abrumadora diferencia, que más bien me incitaba a no emprender la lectura del nuevo y voluminosísimo libro. No obstante, y sin dejar de pensar que sólo el Quijote, Tristram Shandy, Los hermanos Karamazovi, La educación sentimental, Lo prohibido, Ulises o Contrapunto, entre otras pocas, tienen derecho a ocupar tanto papel, decidí acometer su lectura. Con las carnes abiertamente tolendas, a la vista de sus quinientas cincuenta y dos páginas – “¿cantidad excesiva?”, se pregunta el siempre benévolo profesor Martínez Cachero, de la Universidad de Oviedo, en su libro La novela española entre 1936 y el fin de siglo, y se advierte que se queda con las ganas de responderse que sí- comencé a leer y anotar, siguiendo el método, ya suficientemente contrastado, de la crítica acompasada.

Pero, antes de “entrar” en el libro, debo decir que el resumen que del mismo, y cual reclamo publicitario, figura en su contracubierta, me erizaba todas las suspicacias. Semejante resumen no corresponde, en manera alguna, a una novela de finales del siglo y del milenio. Antes bien, espeja una narración de aquéllas hechas a caballo entre el XIX y el XX, esto es, después de los grandes productos del realismo y antes de aquéllos de los innovadores del primer cuarto y más de nuestro siglo: uno de los momentos más pobres y adocenados del género. Por otro lado, la ilustración de la cubierta, horrenda, de pésimo gusto, prometía a los lectores vernáculos, incultos y pensionistas, entre los cuales no me alineo, que en aquellos centenares de resmas iban a encontrarse con otra Lulú, dicharachera y putiaguda. ¡Qué tristeza!

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