Más sobre el desdichado advenimiento del intelectual mediático
Nadie
sabe lo que es un intelectual ¿Un hombre de letras? Al parecer, el
intelectual es alguien que reflexiona sobre la realidad, pero esta
aproximación no es apropiada, puesto que también los científicos
reflexionan sobre la realidad. Tendría pues que considerarse
intelectual al que reflexiona sobre la realidad social, con lo que se
darían de la mano con los sociólogos. Todo el mundo sabe lo que es un
intelectual, aunque nadie pueda definirlo, y quizá no pueda ser
definido, porque el intelectual es algo cambiante, un constructo, casi
un artefacto, segregado por la sociedad o, para hablar con más
precisión, por las fuerzas sociales más o menos dominantes. El
intelectual, el intelectual ideal, sería el libertario, el
independiente, el espíritu libre como lo definía Nietzsche, alguien
frente a y no según... ¿Existe este intelectual en la actualidad?
Tradicionalmente, por no decir
históricamente, el intelectual ha estado siempre al servicio de, pero
había cierta graduación, cierto equilibrio desequilibrado, y el
intelectual entraba o podía entrar en conflicto con el poder: Occam o
los herejes de la Universidad de Padua... Al parecer, los intelectuales
de entonces se resistían... Más tarde, surgió la explosión del Siglo de
las Luces, que preparó una revolución, la única conocida, y después...
Después los intelectuales revolucionarios se transformaron en
profesores de la universidad napoleónica, es decir, la revolución
burguesa transformó a los intelectuales en funcionarios, a los
filósofos en profesores y a los pensadores en periodistas.
Pero, a pesar de todo, había
resistencias, había espíritu, surgían intelectuales que se alzaban
contra el Estado, contra el poder de la Iglesia, contra el poder
económico: había espíritu...
Los regímenes totalitarios no
podían permitir la existencia de los intelectuales, porque el
intelectual, en aquel entonces, era todavía sinónimo de hombre libre. Y
un hombre libre que critica al estado o al partido del poder, necesita
curación. Surgen los asilos psiquiátricos para los que piensan de otra
manera, o surgen los campos de reeducación chinos, para los que no
comprenden... Imposible discutir, pero, aquella noche en Orán, y con
ocasión de un congreso, a mí se me ocurrió hacerlo con los dos chinos
maoístas. Expuse simplemente el problema de la libertad y expresé mi
desacuerdo con algunas frases del Libro rojo
de Mao. No lo has entendido, adujeron, pero yo insistí: sí lo
comprendo, y no estoy de acuerdo ¿qué ocurre? Ocurre simplemente que no
lo has entendido, replicaron, finalistas y triunfantes. Era ya el
pensamiento único, es decir, la falta de pensamiento. Lo mismo ocurrió
con mis amigos franceses, que tenían puntos de vista independientes
dentro del partido comunista. Fueron expulsados, ya que se había pasado
el tiempo de poder fusilarlos.
Los totalitarios entendieron muy bien a los que llamaban intelectuales, pero se equivocaron en
cuanto a la solución. Al perseguirlos los fortificaron en su fe, porque
ya era una fe en la libertad; los exaltaron, les personalizaron. Y los
perseguidos se hicieron fuertes, y además continuaban pensando.
Pero llegó la solución final,
descubierta por la burguesía triunfante, la que ahora se llama
neocapitalismo, neoliberalismo y otras sandeces parecidas. La sociedad
actual siguió el camino trazado por las universidades napoleónicas,
centralistas y centralizadoras. Nada de perseguir a los intelectuales,
porque un intelectual bien promocionado puede incluso hacer ganar
dinero a sus promotores. Y los profesores cobran de las editoriales, y
los intelectuales hablan por la radio y por la televisión y hacen
dinero y ayudan a la publicidad de nuevos detergentes. Incluso, en la
Academia, los flamantes académicos cobran de las editoriales y cobran
por firmar libros, enciclopedias, etc. Quedan los periodistas, mucho
más fáciles de comprar y hasta de vender... El capitalismo triunfante
no persigue a nadie, y menos a los intelectuales. Los dirige, los
exalta, los compra y los vende. El intelectual, además, es bastante
barato. Se muere por presumir, se muere por salir en las revistas y en
las televisiones, y si además gana dinero ¡miel sobre hojuelas!
Quedan intelectuales
independientes, pero son algo parecido a los residuos de una
producción, astillitas sueltas del mueble confeccionado en forma de
mercancía, que se defienden como pueden, que publican libros que no
venden ni nadie conoce, que hablan en círculos cada vez más pequeños,
que protestan de vez en cuando...
Norman Mailer tuvo la ilusión de
influir con sus ideas en la política de su país, incluso intentó ser
alcalde de New York. Más tarde, reflexivo, se dio cuenta de que un
intelectual no sirve para la política porque no puede influir en la
misma. Quizá soñó con una izquierda norteamericana, pero los asesinatos
contundentes y muy a tiempo de sus amigos Robert Kennedy y Martin
Luther King le convencieron de la inutilidad de sus esfuerzos, de sus
idealistas esfuerzos, habría que decir. No, en política, cada partido
segrega sus propios intelectuales, hombres de pluma que explican el
supuesto ideario del partido que les paga e intentan propagar sus
ideas, quizá sus mots d'ordre.
¿Cuándo se darán cuenta los
Mailer que todavía sobreviven de que la política no necesita de los
intelectuales para nada? Porque la llamada política, esto es, los
partidos políticos, no están interesados por un mayor conocimiento de
la realidad, sino por la manipulación de la misma.
La solución final ante los
posibles intelectuales independientes llega a su colmo con la
fabricación de los mismos intelectuales. Ellos pueden empezar haciendo
críticas en un periódico, para después publicar algún libro y acabar en
las academias u otras instituciones del Estado. Nace así el intelectual
que podríamos llamar mediático, y un intelectual mediático
es ante todo lo que se llama un comunicador. No reflexiona, comunica;
no critica, comunica: es una pieza más en la industria cultural, y está
al servicio de la masa, siempre de la masa, pues es claro que este tipo
de nuevo intelectual nada tiene que decir al nivel precisamente de la
intelectualidad, pero sí puede comunicar lo comunicable a la masa que
espera la comunica ción. Y de la comunicación a la identificación sólo
hay un paso.
¿Qué comunica el intelectual mediático?
Si el medium is the message,
como sostenía Mac Luhan, no hay duda, nada hay que comunicar. El
intelectual mediático es una presencia que recita un discurso sin
sentido. ¿Es entonces el intelectual mediático el punto foral del
intelectual? Algunas funciones del intelectual mediático son las
siguientes: comunicar comunicaciones, traspasar significan tes,
notificar notificaciones, hablar de lo que existe como existente y, en
el mejor de los casos, sostener un deber ser de consistencia moral que
tiene la característica de no apoyarse en ninguna crítica. El
intelectual mediático es así un portavoz más de la Gran Parodia que
domina la sociedad, pero él no es ni siquiera un portavoz paródico. O
quizá sí. Quizá es la parodia que queda del antiguo intelectual, de
aquél que basaba su discurso en una razón crítica. Quizá.
Habría que escribir la historia,
mejor la fenomenología, de esa rara tribu que una vez, hace mucho
tiempo ya, se llamó la tribu de los intelectuales.
¿Demasiado pesimismo? ¿Y si fuera clarividencia?
Arriba
|