Literatura: ¿adocenada o subversiva?

En la redacción de La Fiera Literaria, hemos enmarcado y colgado en la pared la entrevista de Hermann Tertsch a Günter Grass, que reprodujo El País el 15 de octubre de 1999. Un sincero juicio global de la misma nos da abrumadoramente la razón en nuestro diagnóstico sobre el subproducto de Europa que es España, su cultura, sus escritores y su tabla de valores. Para empezar, ¿qué periodista español sabría hacer las preguntas que hace ­Tert­sch? Uno de nosotros, de acuerdo, pero desde las catacumbas eso no es posible ¿Qué escritor español -qué premio Nobel- sabría dar unas respuestas como las de Grass? En una conferencia pronunciada recientemente en nuestro Centro de Documentación de la Novela Española, se preguntaba Isidoro Merino: después de Saramago y Grass, ¿dónde queda el Cela, que, donde aquellos ponen ideas y sentimientos, no sabe poner más que cuescos, eructos, soldados meneándosela bajo un alcornoque, coles, sardinas y machismos carpetovetónicos?

Los críticos hispanos, abierta o solapadamente, son más de derechas que una olla a presión. Por eso se han escandalizado ante la declaración de Günter acerca de que “la literatura sólo sobrevivirá si es subversiva”. Su corifeo, Juan Palomo, en El Cultural  del 24 de octubre de 1999,  le ha respondido así, causando la desazón del Nobel: ‘La literatura sólo sobrevivirá si es subversiva’, ha dicho. Pues mire usted, señor Grass, la literatura sobrevivirá, incluso parte de la subversiva, solamente si es buena (¡inmenso tópico), que es la única obligación que - como sabe cada hijo de vecino, sin que le den el Nobel- tiene la literatura. Seguiremos atentos a su próxima homilía”. Párrafo contundente, digno de su autor, que, como hemos dicho, ha conmocionado y sumido en las dudas al aludido, quien, con eso de “señor Grass” y de “cada hijo de vecino” se habrá sentido verdaderamente picoteado por Palomo. (En el mismo contexto, esta implacable ave depredadora deja entrever que prefiere el Planeta al Nobel y Spido Freire al subversivo alemán, que va por ahí lanzando desagradables proclamas. ¡Qué puñetas Juan Palomo! ¡Juan Burro!)

Los Fieras nos estremecemos de placer al ver cómo las ideas de Günter Gras, uno de nuestros primeros suscriptores, coinciden con las nuestras. Y es que, desde el rigor, desde la seriedad, desde la honestidad intelectual, no valen otras. El País destacaba las más radicales, como si comulgara con ellas, cuando nada más lejos de su ánimo que anhelar la subversión. Alfaguara y editoriales satélites promocionan una literatura bur­guesa, fabricada por escritores y escritoras descomprometidos, que sólo saben hablar de sus paseos por Madrid, de su familia, de sus comidas, de sus menstruaciones... “No deja de ser curiosa esta tendencia narcisista de la literatura que se observa; es lo que se puede llamar la literatura del ombliguismo [...] con eso no se puede acometer una vida como escritor. Cada uno tiene una sola biografía y no está nada claro que sea interesan­te”. ¡Cuántas veces hemos lamentado aquí que el escritor predilecto de nuestros críticos sea Javier Marías, quien solamente sabe escribir -y muy mal- de sí mismo, de su calle, de su casa, de sus libros, de sus libros sobre sus libros?... Los escritores jóvenes, opinaba Grass, “llegarán en su día a ser buenos si logran tomar distancia de esa concentración en el yo y se enfrentan a retos y controversias difíciles”. Con la modestia del sabio, no añade: “como yo he hecho”. Y como -añadimos nosotros- hizo la gran novela de este siglo, la que acabó en 1968. En uno de sus especímenes, Los ojos de Ezequiel están abiertos, afirmaba Raymond Abellio: “los verdaderos activistas no pueden ser ya más que novelistas independientes”.

        La ya famosa frase -que tantas veces, de la misma o parecida forma, se pronunció en los años medios de la pasada centuria- acerca de la literatura subversiva la pronunció Grass como complemento a la afirmación de su interlocutor de que “las ferias literarias como la de Francfort -y como la de Madrid, y como el tinglado Prisa, añadimos ecuánimes- están lanzándonos a una cultura masificada que acaba en niveles ínfimos”. Es la apisonadora de la “industria cultural”, que tantas veces hemos denunciado en estas páginas. Para el autor de El tambor de hojalata, la política, que ahora está en manos de políticos sin poder, como meros gestores que son de los grandes movimientos económicos y financieros, tiene necesariamente que recuperar la primacía para afrontar los retos del nuevo siglo. Lo cual, en nuestra traducción y aplicado a la literatura, equivale a una defensa del compromiso, del que -lo mismo que del “mensaje”- se ríen nuestros critiquitos, como conceptos periclitados. ¿Alguien tacharía a este gran escritor de elitista? No lo creemos. Sin embargo, demuestra una gran valentía e independencia de criterio, como nosotros, cuando afirma: “lo que está claro es que nadie va a llevar a las masas hacia el libro. Quien quiera hacerlo acabará escribiendo trivialidades”. Es lo que ha ocurrido y ocurre: estamos en el reino de la frivolidad, de la trivialidad, del vacío de ideas. ¿Cuántas veces ha denunciado La Fiera que, por mor del desenfrenado comercialismo de Alfaguara, de Planeta, de Tusquets, de Anagrama, de Destino y tantas otras editoriales, su ansia de buscar lectores hasta entre los analfabetos, se está alejando a los buenos lectores potenciales de la gran novela de nuestro siglo y del anterior, y de los clásicos, y se los están llevando a  la superficialidad, a la ausencia de compromiso y de valores?

M. Asensio Moreno

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