Una tragedia nacional
En el curso de unos pocos meses del último año del siglo pasado, apareció en España media docena larga de libros, la mitad de los cuales corrió muy distinta suerte que la otra mitad. De un lado, Salvajes y sentimentales, de Javier Marías; Señoras y señores, de Vicente Verdú; Tinto de verano, de Elvira Lindo, y La eva futura, de Lucía Etxeberría, que en seguida se colaron en las listas de libros más vendidos, tuvieron múltiples y amplios comentarios en los periódicos y suplementos culturales de toda España y superaron los cien mil ejemplares de venta. De otro lado, La gran parodia, de Juan Ignacio Ferreras; Puñeta, la Españeta, de Carlos Rojas; Más allá de Ítaca, de Victoria Sendón, y El soborno de Caronte, de Manul García Viñó, de los que nadie se ocupó, no pudieron verse en los escaparates de ninguna librería y de ellos no sé si llegaron a venderse dos docenas de ejemplares.
Salvajes y sentimentales, de Javier Marías, al que se dedicó un acto especial en la carpa del Ministerio de Cultura en la Feria del Libro, es un mazo de vulgares comentarios sobre fútbol, del que se llegó a decir en El País que "descubre la épica y la ética para el hombre común". Sonaba a portento: lo que no consiguieron Sócrates, Epicuro, Séneca ni Pedro Abelardo lo lograba un español del siglo XX diciendo chorradas. En Señoras y señores, Vicente Verdú, el aventajado discípulo de Fernando Savater, comunicaba al mundo que acababa de cumplir cincuenta años y que lo veía todo muy distinto a como cuando sólo tenía cuarenta y nueve. Leyendo Tinto de verano, recopilación de las treinta y una columnas publicadas por Lindo, durante el mes de agosto, en El País, podía uno enterarse de cosas tan sustanciales como que la autora, durante una representación de Parsifal, sufrió un ataque de almorranas, de que ella lee el periódico sentada en el váter (sic), antes de irse a un gimnasio a donde acude "el cogollito del barrio se Salamanca", y de que uno de "sus criados" le mira las tetas cuando le habla. No menos interesante resultaba la aportación de Lucía Etxebarría, esa intelectual de cuerpo entero que, en vez de dar conferencias, posa desnuda para la prensa del corazón y, consecuente con este tipo de actitudes, considera urgente comunicar a su abundante lectorado que aún conserva la falda escocesa que resultó manchada con el semen del primer muchacho al que masturbó. No añado otros ejemplos, porque esto es lo más importante y profundo que cuenta, tras definirse como una muchacha atrevida, cachonda y de colosal tetamen.
El ser humano, al hacerse sapiens-sapiens, adquiere conciencia de su diferenciación respecto a sí mismo y a su entorno. Inventa el juicio y el lenguaje, y ensaya las primeras representaciones racionales paródicas de él mismo y de sus circunstancias. Su conciencia formula parodias y, con el tiempo, la humanidad va construyendo la Gran Parodia que reemplaza la realidad y convierte al hombre en esclavo de su parodia totalizante. Esta es, si no he entendido mal, la tesis que Juan Ignacio Ferreras, profesor durante un cuarto de siglo en la Sorbona y máximo especialista mundial en novela española de los siglos XVIII y XIX, desarrolla en un libro, La gran parodia, escrito en aforismos que hubiese firmado Nietzsche, y en el que estudia sucesivamente la parodia religiosa, la jurídico-estatal, la sociedad del espectáculo, la burocratización del mundo, etcétera.
Puñeta, la Españeta no es un título afortunado, del que creo no es responsable el autor, Carlos Rojas, profesor en Emory University desde hace treinta años y, a mi juicio, uno de los tres mejores novelistas españoles del siglo XX, con obras tan innovadoras como Adolfo Hitler está en mi casa, Las llaves del infierno, Aquelarre, El jardín de las delicias, o La ternura del hombre invisible. Como el gran intelectual que es, Rojas ha desarrollado una importante labor ensayística, en los terrenos de las artes plásticas novecentistas y de la interpretación histórica. A este último campo pertenece Puñeta, la Españeta. En un amplio ensayo introductorio, analiza el ser histórico de nuestro país, mediante una muy inteligente contemplación de los conceptos de España esencial, España negra y Españeta. Después vienen dieciséis extensas epístolas a cuatro jefes de estado (Juan Carlos I, Francisco Franco, Estanislao Figueras y Alcalá Zamora), cuatro dirigentes (Francesc Maciá, Sabino Arana, Alejandro Lerroux y Pablo Iglesias), cuatro profetas (Mestre de Sant Climent de Taüll, Miguel de Unamuno, Ortega y Gasset y Antonio Machado) y cuatro creadores: Pablo Picasso, Federico García Lorca, Salvador Dalí y Ramón del Valle Inclán.
Estoy convencido de que si, en un patillo de una balanza ideal, colocamos el clásico libro de Johann Jakob Bachofen El matriarcado y, a continuación, ponemos en el otro Más allá de Ítaca, de Voctoria Sendón, veríamos el libro del antropólogo y romanista de Basilea salir disparado hacia arriba y perderse entre las nubes. Victoria, catedrática de filosofía, feminista militante, es autora de obras tan interesantes y a la vez tan sugestivas como La Espña herética, Sobre diosas, amazonas y vestales, Feminismo holístico, Agenda pagana, etc. Aunque lo he comparado con el de Bachofen, creo que el libro de Sendón contempla el patriarcado más que el matriarcado -aunque, ¿cómo se puede tener en cuenta el uno sin aludir, aunque sea tácitamente, al otro?-, pero, sobre todo, mientras el alemán no dio un solo paso fuera de la historia de la antigüedad clásica y de la antropología, Victoria se proyecta hacia el futuro, en lo que llega a constituir una auténtica aproximación a un mundo nuevo en el que impere un nuevo estado de cosas; y aún más allá, cuando reflexiona sobre el derrumbamiento actual de nuestro monoteísmo cultural , la pérdida de las certidumbres, el adiós a la verdad y a la esencia, y el fin de la metafísica en el mundo occidental, a través de todo lo cual profundiza en el trasfondo mítico del cambio de sentido. La interpretación que hace la autora del tabú del incesto es absolutamente revolucionaria.
Estos son hechos -me refiero a la distinta suerte corrida (provocada por el sistema de la industria cultural) por uno y otro grupo de libros- y quien no me crea "pruebe y compare", como decía un slogan publicitario de hace cuarenta años. Resulta estremecedor. Que haya personas que se dicen "de cultura" que no sólo consientan sino provoquen tamaños desbarajustes, no sólo en las valoraciones, sino hasta en el conocimiento -¿qué lector que frecuente las páginas culturales de los diarios ha podido ver siquiera una mención de estos tres libros, a los que añadí al principio a El soborno de Caronte: Sobre autenticidad e impostura en las letras y las artes contemporáneas, del que nada voy a decir porque su autor, Manuel García Viñó, mi maestro, no me deja,? Sé muy bien que ninguna, aunque me consta que se enviaron a todos los medios-; que esto ocurra, es decir, que se consienta y hasta se fomente por los responsables de poner orden en el mundo de la cultura, es muy grave.
¿Hasta cuándo y hasta dónde se va a consentir que sea el marketing, y no los valores éticos y estéticos, el que decida las valoraciones literarias?
M. Asensio Moreno
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