Las tontitas del sistema
Voy a ocuparme en este artículo de un grupo de novelistas, formado exclusivamente por mujeres –el gineceo literario de El País-, que se comportan como mimadas damiselas, en el sentido más hortera del término, y a las que me he referido en más de una ocasión como a “las tontitas del sistema”. Por cierto, que yo creía deber el concepto “sociológico” de tontita a Francis Scott Fitgerald, que, según mi recuerdo, lo habría empleado en su estupenda novela El gran Gatsby. Recordaba, más o menos dudosamente, una conversación hacia el final de su versión cinematográfica, en la que Daisy dice a Tom que el de tontita es el papel que el hombre, la sociedad, obliga a representar a las mujeres y nunca dudé de que esta importante denuncia estaba también en el libro. Pero no. Ni tampoco en la película. Si se trató, como parece, de un “enriquecimiento” mío, sin duda fue ideado a partir de la exclamación de Daisy cuando le presentan a su hija recién nacida: “Si es una niña, ojalá sea estúpida. Bonita y estúpida. Es lo mejor que una mujer puede ser en este mundo”.
Es evidente que los magnates de la industria cultural, con Polanco y su guardia pretoriana a la cabeza, aún dicen lo mismo, aunque no con ironía y despecho, como el personaje de principios del siglo XX, sino porque lo piensan, a juzgar por lo que exigen a sus girls , quienes, si desean medrar, no solamente han de escribir de determinada manera -vulgarmente-, asentarse en una estética pasada -la decimonónica- y buscar temas cotidianos, salpicados de picardías, al gusto del público consumidor de productos de las grandes superficies, sino llegar hasta hacer y decir las tonterías que vemos y oímos a Clara Sánchez, Almudena Grandes, Rosita Montero, Elvira Lindo, Rosa Regás, Espido Freire, Rosa Posada, Lucía Etxeberría y Maruja Torres. Desde Espidín, que se disfraza de flor clorótica, hasta Lucía, que se retrata encuerada para las revistas del corazón, pasando por Torres, que presume de insaciable, Montero, que lo hace de encontrar un amante en cada aeropuerto, Viruka Lindurri, que encandila con las tetas a “su” jardinero, y Grandes, que se jacta de haber visto tantos hombres en porreta como para levantar una teoría del culo masculino, todas se presentan, según quiere el Padrino, como gala y ornato del florido pensil donde reinan los varones. La ñoñez y el candor de antaño, sustituido por la picardía y el descoque de hogaño. Todo cuanto las tenistas, las pelotaris, las tanguistas, incluso las prostitutas de antes tenían de recatadas, lo han de tener ahora las escritoras de exhibicionistas.
Lo triste del depauperado mundo cultural español es que las damiselas componentes del, después de todo, en buena medida discutible adorno, no tienen que esforzarse en parecer tontitas. Por eso, cuando en sus “novelas” pretenden dibujar mujeres rebeldes, con personalidad, originales e inteligentes, lo que les sale son unos intragables híbridos de mujercitas de su casa y progres trasnochadas, convencionales, tontorronas y patéticas. Quieren presentarse como feministas beligerantes, pero sus personajes, como también sus temas, las delatan. No hay más que leer, por otra parte, sus artículos y sus declaraciones, u observar su comportamiento en la vida, para advertir que van por el mundo de “señoras de” o de soltera que se pone como meta no permanecer siendo tal y casarse como Dios manda. En este sentido, el caso de Elvira Lindo es clamorosamente hortera: en su deprimente serie de artículos Tinto de verano , su sedicente progresismo -es progresía- va adobado de increíbles jactancias por las hazañas de “su santo”, por su adosado con piscina, sus visitas semanales a El Corte Inglés y su asistencia diaria al gimnasio adonde va, dice, “lo mejorcito del barrio de Salamanca”.
Las “mujeres” de Almudena Grandes, Rosa Montero, Lucía Etxeberría, Maruja Torres, Rosa Regás y las demás son mujeres que aceptan la humillación y hasta disfrutan si “su hombre”, su dueño, les da una paliza. Las de Grandes lo reclaman hasta mediante anuncios en la prensa... En la prensa alemana, para mayor concesión a lo grotesco. (Después de unas cuantas cartas a Fernando, que el emigrante no contesta, Almudena pone una serie de anuncios por palabras en el Hamburguer Rundschau , uno de los cuales reza así: “Si sólo te sirvo para follar, llámame. Iré a follar contigo y no haré preguntas.) Piensan, sin duda, como su creadora, que ser moderna y liberada consiste en follar -o en hablar de follar- mucho y con cualquiera -no son selectivas- en cada página. Y así dicen cosas como que -una- no va al entierro de su madre porque en los entierros le entran ganas de joder (Torres). Que -otra- los dos mejores inventos ( sic ) de Dios son la polla y la penetración (Grandes). O, plagiando a una becaria de la Casa Blanca -una tercera-, que ella conserva la falda sobre la que se derramó el primer muchacho al que masturbó (Etxeberría). Y así todas, incluso la respetable, por sus muchos años, Rosa Regás, que piensa todavía que estas son afirmaciones de resistencia contra el franquismo.
Si han sido “elegidas” por el sultán, supongo que es porque pertenecen al gremio de los que creen que novelar no consiste más que en ponerse a contar cosas -algo, por tanto, que cualquiera puede hacer-, sin necesidad de levantar un espacio ni crear un tiempo, sin hacer uso de la alusión ni de la elusión, sin componer la materia ni presentar la realidad novelesca como algo ficticio, pero consistente, que configura un segundo mundo. Personas que hacen de la literatura su modus vivendi , no su razón de ser; una profesión, no un estado, como quería Nietzsche, ante quien aparecerían como auténticas imbéciles. Todas, absolutamente todas, las nombradas, como también Rosa Posada, Zoé Valdés, Soledad Puértolas, Carmen Posadas y alguna más, se quedan en la autobiografía y en la simple referencia a unos cuantos sucesos intrascendentes e intrascendidos, mediante los que saben -la publicidad y una crítica obediente a los dictados de ésta les ayudarán- van a conectar con un público nada exigente y cada vez con el gusto más estragado.
M. García Viñó
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