De Marías, críticos teutones, publicidades y otros engaños

Todos los grandes escritores manejan un cierto número de constantes, sean estilísticas, sean temáticas o de contenido. Javier Marías no podía ser menos. Entre sus temas recurrentes se encuentra el que aparece al principio de su novela Corazón tan blanco: su preocupación por la procedencia de las  pis­tolas con que se autoultiman sus personajes suicidas. En El hombre sentimental, dejaba per­fectamen­te sentado que Manur utilizaba, para el luctuoso lance, "una pistola de su propiedad". Aquí, "una de las niñas, cuando ya no era niña", utiliza la pistola "de su propio padre". ¿Se imagina el lector lo distinto que hubiese sido todo, a partir de ese punto, si en vez de pegarse el tiro con la pistola de su pro­pio padre se lo pega con la del padre de una amiga?

Con semejante ocurrencia mancomunada y limítrofe, que a cualquier persona sensible po­dría inducirla a abandonar la lectura, arranca una novela que, en España, obtuvo el Premio de la Crítica; en Venezuela, el Premio Rómulo Gallegos y, en Irlanda, el Premio Impac. (Este premio, por cierto, se lo entregaron al autor el mismo día en que el Real Madrid se proclamó Campeón de Liga, lo cual, según la exaltada mariasnista Angeles García -El País, 15 de junio de 1997- constituye igualmente un éxito personal de Marías).

 Pero el caso es que, pese a esta aparente aceptación in­ter­nacional, la obra, sometida a profundo análisis, según el método de la crítica acompasadal, merece el mismo juicio negati­vo, la misma descalificación que merecieron en su día Todas las almas, El hombre sentimental y Travesía del horizonte: Marías no sabe escribir ni si­quiera "a nivel de" redacción escolar; comete continuos aten­ta­dos contra la sintaxis, que le hacen decir a veces lo con­tra­rio de lo que quiere; es pródigo en  repeticiones y anacolutos; ignora el empleo ade­cuado de los signos de puntuación; adjetiva inco­rrecta­mente; desconoce el sig­nificado de muchas palabras y todo ello en una prosa, además, desangelada y al servicio de una suma de digresiones -que en eso consisten sus novelas- sin el menor interés, que no se justifican ni por  su agudeza de observación, ni por su humor ni por su ironía crítica ni por nada.

Por otra parte, en todo cuanto escribe, novela o artículo, se le advierte una total falta de sintonía con los tres principales manan­tiales que alimentan la literatura de Occidente: la cultura bíblica, la filosofía griega y el derecho romano, estéticamente pasados por el Renacimiento.

Uno, después de haber fácilmente destrozado tres novelas suyas anteriores a 1990 -las ya mencionadas Todas las almas,  El hombre sentimental y Travesía del horizonte-, tenía la esperanza de encontrar, en sus producciones posteriores, más corrección en su prosa y menos chorrez en la expresión de un pensamiento que en las otras le había parecido débil. Máxime, cuando, por la contracubierta, se entera de que, sobre Corazón tan blanco, se habían hecho los siguientes juicios: "La obra de un supremo estilista" (The Times), "Una de esas escasas obras que harán época" (Le Monde), "Una grandiosa novela" (Frankfurter Allgemeine Zeitung). No dispongo de ninguna muestra procedente de la prensa españo­la, pero seguro estoy de que todas serían tan orgasmiásticas como las del resto de la Unión Europea, pues, reunidos los más importantes críticos patrios en solemne asamblea, otorgaron a esta obra, como ya he dicho, su Premio anual. ¡Marías supremo estilista! Antes de leer Corazón tan blanco, pero luego de haber leído las otras que he mencionado, semejante elogio se me antojaba imposible en la pluma de un terrestre articulado. Atónito, me preguntaba: ¿habrá logrado el parlamento de Estrasburgo, en su versión mediát­ca y editorial, la cuadratura del círculo? Seguro que ni el celebrado escritor ni sus concelebrantes me creerán si digo que, tras rezar una salve y entonar un motete -precisamente aquel que dice "venid y vamos todos / con flores a Marías"- me subí a una silla y grité: "¡Ojalá, San Simón Ante Portam Latinam, ojalá!"

Concluida la lectura, mi juicio, como se habrá adivinado, no difirió en nada del que ya tenía formado. Pese a sentirme abrumado por tantos premios y la opinión de críticos analectos y vislumbrados como García Posada, Rafael Conte, Darío Villanueva, Santos Sanz Villanueva, Rosa Mora, Luis Suñén, Masoliver, García Montero, García Martín y Fernando Savater, entre otros, eché mano a mi congénita honradez y sinceridad y, jugándome como mínimo ser condenado al más feroz ostracismo mediá­tico e intendente, murmuré con arrojo: E pur si muove, y pregunté a los analectos: Si los de Corazón tan blanco son personajes bien caracterizados; si lo que se produce entre ellos son conversaciones inteligentes; si sus peripecias constituyen una trama interesante, si ésta, en fin, es una gran novela, ¿qué es entonces La montaña mágica? ¿Qué calificación daríais vosotros,  patres conscripti, a Contrapunto, El juego de los abalorios, Santuario, En busca del tiempo perdido, Memorias de Adriano, La metamorfosis, Las olas o La peste?

Al principio de este artículo, comentaba tres entusiásticos juicios sobre Corazón tan blanco, emitidos, según el editor, por críticos de The Times, Le Monde y Frankfurter Allgemeine Zeitung, de los que no facilitaba el nombre. Ahora voy a hacerlo con otros transcritos por el diario El País, con el motivo y en la ocasión que más adelante diré. Tratándose de este escritor, los redactores y colaboradores de El País siempre se muestran entusiastas. Y siempre, también, intentan contagiar su entusiasmo a los lectores de una manera que se podría considerar coactiva. En seguida lo comento. Parece ser que de la concesión del Premio Impac a su ídolo no se ha hecho eco absolutamente nadie más que ellos en España. ¿Quizá porque no lo otorga ninguna entidad cultural, sino una empresa de ingeniería de gestión y productividad? ¿Quizá porque no tiene la importancia que ellos le han dado? ¿Quizá porque piensen que el montaje Marías es un asunto exclusivo de El País, que a ellos les trae al soplo del levante y al cante de las minas? El caso es que ese silenciamiento le costó amargas lágrimas a Antonio Muñoz Molina, uno de los valedores de Marías, y de ello dejó sentida constancia en su artículo Noticias de Dublín, publicado asímismo en El País, el 18 de junio de 1997. Pena daban, en verdad, sus mediáticos lamentos.

Las críticas que quiero comentar las transcribió el diario independiente de la mañana casi un año justo antes (23 de junio de 1996), con motivo del éxito tenido en Alemania por la traducción de la "tripremie" Corazón tan blanco, esa misma novela que nosotros hemos demostrado que es tan mala.

M. Asensio Moreno

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