Organizar la resistencia

Sólo gracias a los sin esperanza
nos es dable la esperanza.

Walter Benjamin


Más de un vez, en nuestros números anteriores, hemos comentado algunos artículos de José Vidal Beneyto, en los que se refería al estado actual de la cultura, al peligro que corre por haber sucumbido al mercantilismo, que, al supeditarlo todo al éxito económico, lo ha hecho a costa de la banalización, de la trivialización de sus contenidos. Consciente o inconscientemente, el profesor Vidal Beneyto, al hacer la crítica de los mecanismos mediante los cuales los grandes grupos están conduciendo a la “mundialización-basura”, dirigía su dedo acusador hacia -junto a los Berlusconi, los Lagardere, los Murdock y los Endemol- el propietario del periódico en que se pronunciaba: Polanco. En su momento, reprodujimos un trabajo aparecido en Le Monde Diplomatique, firmado por Janine y Greg Brémond, especialistas en el tema, autores de L’édition sous influence, donde analizan los estragos que está haciendo en la literatura la aplicación al libro de las técnicas del marketing.

La situación queda perfectamente descrita en los tres artículos y el lector, después de leerlos, tiene la impresión de que únicamente se arreglaría si las cosas fuesen completamente al revés de lo que son. ¿Cabe la menor posibilidad de que tal cosa suceda? ¿Quién podría darle la vuelta al escenario? Y si no a todo el escenario ¿quién podría evitar que la mercantilización se apodere de todos los procesos y actividades humanas? ¿Quién o qué, por lo menos, conseguir que la sociedad actual sea una sociedad de mercado en todas las parcelas menos en la cultural? Para Vidal Beneyto, éste sería el primer paso hacia la consecución de un dispositivo que sustituya el mercado concluyendo que la resistencia cultural (subrayo yo) es el único medio para la supervivencia de la cultura.

Resulta gratificante que haya alguien que piense así y, todavía más, que ese alguien advierta “que empiezan a surgir algunos focos de resistencia, como el altermundismo”. Ojalá esté justificado su optimismo. A mi manera de ver, el hecho de que le dejasen publicar unos artículos sosteniendo semejantes ideas en el órgano más representativo del mercantilismo mediático en España y buque insignia del mercantilismo editorial es una clara prueba de que no  consideran peligrosos sus planteamientos. Dos colectivos que se han caracterizado siempre por su libertad y que podrían haber opuesto alguna resistencia, los críticos y los libreros, ya los tienen los mercaderes lo suficientemente amarrados. O contagiados.

En La Fiera hemos pensado alguna vez en el tema de una posible resistencia, para casi siempre terminar concluyendo lo que apuntaba el profesor Risaco y Condobrín en su artículo Acriticismo: en el presente, no vamos a conseguir ni siquiera agrietar el sistema, pero para los historiadores futuros de la literatura resultaremos de gran utilidad en orden a que se imponga la justicia. En cuanto comparen las obras con las críticas de los popes de los grandes medios de comunicación y con las nuestras, se fiarán únicamente de las nuestras. Hace tiempo dijimos, en una Carta al Padrino de la Mafia Editorial, que por lo menos íbamos a servir para que en el futuro se supiera que no todos los españoles del puente de los siglos carecían de espíritu crítico y libre. Serviremos -ya lo hemos dicho- para algo más: para alertar a los historiadores. Pero probemos a especular un poco sobre las posibilidades de organizar una resistencia que no tuviera que esperar al Santo Advenimiento para dar resultado, una resistencia que, por ejemplo, pudiera caminar en paralelo con el movimiento antiglobalización, puesto que todas las mafias antes señaladas con los nombres de sus jefes de fila, se apoyan en la parte más negativa del movimiento  globalizador: el capitalismo salvaje y el pensamiento único, la corrupción de la cultura. En una palabra, una especie de Mayo/68, que se “ocupara” primordial y enfáticamente de la cultura strictu sensu. En el sentido en que apuntaba Vidal Beneyto y sin descuidar otras parcelas. En este orden de ideas, suscribiríamos sin vacilación la Carta de la Sorbona cuando decía: “El aburguesamiento de la clase obrera, disimulado por falsas reivindicaciones, ha sido desde siempre un objetivo del capitalismo moderno. A diferencia de los obreros, los estudiantes expresamos claramente en las calles que queremos cambiar todas las estructuras de la sociedad”. Pero a la vista está lo ocurrido con algunas contundentes manifestaciones del movimiento antiglobalización: dispersión, confusión.

Como señalaba Omar Gómez en su opúsculo sobre aquella “primavera de la utopía”, lo ocurrido en el 68 abandonó rápidamente la esfera de lo económico-político para instalarse en el espacio de lo cultural. Pero, tal y como están planteadas hoy las cosas, hay que recordar que quienes hicieron que fuera así no dejaban de reconocer que eran los obreros, y no los estudiantes, quienes tenían el poder para paralizar la economía. ¿Sería lo mismo si se tratase sólo de la cultura? En estos momentos, los novelistas ostentan, al menos aparentemente, el doble papel de agentes culturales y de peones del polanco de turno. Por ende, así como de los obreros podían decir los líderes estudianti­les que no estaban en disposición de hacer un aporte decisivo, porque estaban asimilados e integrados al sistema de dominación, hay que contar con que hoy son muchos los escritores -bastantes más de la mitad- plenamente vendidos o aspirantes a venderse  e integrarse en el sistema; escritores que, como viene a decir Antonio Enrique (Canon heterodoxo, pág. 330) escriben al dictado de las presiones provenientes de las exigencias del mercado, hasta quedar plenamente domesticados. Frente a ellos, están otros  escritores -muchos menos- comprometidos con la verdad literaria, críticos y denunciadores, pero marginados por el sistema y prácticamente imposibilitados para sacar la cabeza del caparazón. También son pocas y de corta tirada las revistas antisistema -podríamos decir underground- y apenas si tienen otra posibilidad que la de convencer a los ya convencidos, pues la lógica perversa de los grandes medios de comunicación les lleva a impedir la difusión de toda publicación que contenga ideas que vayan contra sus intereses o su “buen nombre”.

En un artículo publicado en la revista Heterodoxia (nº 21, enero-febrero-marzo, 1995), con motivo del 25º aniversario del Mayo/68, Victoria Sendón, tras analizar los diversos esfuerzos -Escuela de Frankfurt, Althuser, Lacan y otros, como Foucault, por superar a Marx y Freud en una síntesis conciliadora, o para encontrar una salida a esos dos potentes pensamientos, escribía: “El feminismo primero y el pacifismo y el ecologismo después, bajaron a los infiernos de un mundo que se debate por renacer. Tal vez sean los movimientos con más futuro, pero de momento el sistema va digiriendo sus reivindicaciones y devolviéndolas en forma light de “planes de igualdad”, “medio ambiente” y “reformas de la mili’”. Para concluir, sin embargo, que “desde Mayo del 68, nada volvería a ser igual. Parece inverosímil que una revuelta estudiantil en París y una protesta mantenida en los campus americanos pudieran acelerar los tiempos de ese modo. Todo parecía estable y todo comenzó a conmoverse. En estos veinticinco años, muchas cosas se han puesto en marcha y no sabemos hacia dónde. Cuando aparezca el gran atractor [que es no sólo una determinada trayectoria de un sistema dinámico, sino también aquélla en la que las restantes trayectorias convergen, según la llamada ‘física del caos’] que comience a dar sentido a esas luces imprecisas entre la niebla, podremos entender algo mejor qué supuso aquella rebelión aparentemente inocente y políticamente decisiva”.

A pesar de los logros señalados, ¿no se tiene la sensación de que la fuerza del 68 se diluyó? “De incendiario a bombero”, se ha llegado a decir de la personalidad quizá más significativa del movimiento: Daniel Cohn-Bendit. En cualquier caso, lo que sí puede afirmarse es que no culminó, pues, como Sendón señala, el sistema digirió las reivindicaciones. Ahora, treinta y cinco años después, hace más que digerir: se muestra dispueto a, mediante la domesticación de aquéllos que podrían haber retomado el relevo, lograr que algo parecido no le suceda más. Cosa que, después de cuanto se ha sabido por las investigaciones de Frances Stonor (La CIA y la guerra fría cultural) de la compra de escritores, editoriales y revistas por la Agencia norteamericana después de la Segunda Guerra Mundial, ¿qué puede extrañar? Aquí, ahora, son muchos los escritores, críticos y académicos que se han vendido a cambio de un trato preferente en los medios, figurar en las listas de bestsellers y ponerse en la cola del Alfaguara, el Planeta, cualquier otra de esas rifas o incluso para ingresar en la Academia.

Los obreros, aburguesados; los estudiantes, alienados o, como el resto de la sociedad, embaucados por el consumismo, y los escritores, autodomesticados a cambio del brillo mediático y el dinero, ¿puede esperarse que surja un movimiento de resistencia fuerte que sirva para algo?

M. Asensio Moreno

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