El premio Planeta
¿Hasta
cuándo? ¿Hasta cuándo la farsa, el chanchullo, la componenda, la
compraventa, la antiliteratura, la corruptela, la ostentación cateta,
tratada como si fuese un asunto cultural serio? ¿Hasta cuándo ver la
corrupción únicamente en la política y los negocios, y no verla
en eso que se llama industria cultural, que es ciertamente industria,
pero no cultural, sostenida por una mafia editorial que ha rebajado el
libro de valor de uso, como siempre fue, a valor de cambio, con la
complicidad, por ende, de quienes deberían defender la literatura y que
en seguida voy a nombrar?
Todo el mundo sabe lo que es el Premio Planeta. Es la manera que tiene
un editor, un comerciante, un industrial de la cultura, un fabricante
de libros, sin el menor apego por la literatura, para ganar dinero, con
la colaboración de periodistas, críticos literarios, profesores de
literatura, académicos, escritores, políticos gestores de la política
cultural y hasta miembros de la casa real, que, se dice, no participa
de balde en la puesta en escena de la charlotada.
El inventor del Premio Planeta, José Manuel de Lara, analfabeto pero
muy listo, distinguido con el título de Marqués del Pedroso de Lara por
Su Majestad, “en reconocimiento a sus aportaciones a la cultura” lo
dijo paladinamente en una entrevista con un redactor del diario Pueblo,
allá por los 70, según he leído en La Fiera Literaria: <<En
España se lee poco y la publicidad está muy cara. Para eso se
inventaron los premios literarios>> Y así es: los premios
literarios se inventaron para obtener millones de publicidad gratuita
¿Y por qué se puede obtener publicidad gratuita con los sainetes de los
premios literarios? Porque los medios de comunicación españoles, los
críticos literarios, los escritores, los profesores de literatura, los
ministros de Cultura, los políticos, la Generalitat de Cataluña, los
miembros de la Casa real como ya he apuntado, dan tratamiento de
acontecimientos culturales a las que no son sino operaciones de
marketing.
Este tipo de premios, otorgado por una editorial a un libro inédito que
ella misma va a publicar no se conoce en ninguna otra parte del mundo
occidental… Ni oriental, por supuesto. La limpieza, honradez, seriedad
y objetividad están excluidas por principio de su selección y su
concesión.
En su desarrollo y de cara a la masa lectora, que ignora toda esta
picaresca, la convocatoria y concesión del Premio Planeta adquiere
todos los visos de una inmoralidad, de un delito, por supuesto, de un
delito de lesa cultura.
Se anuncia un concurso de novelas, dando a entender tácitamente que se
trata de premiar el mejor libro de ese género, de entre los que se
presenten. El premio consistirá en una fabulosa cantidad de euros que
este modesto ordenador “no sabe” escribir. Del relumbrón que produce se
beneficiarán también otros libros del “ganador” y, además del libro
premiado, otras publicaciones de la editorial, empezando por la novela
que haya quedado finalista.
Mientras las bases del “concurso” circulan por los tontideros, las
redacciones de los periódicos, los departamentos de literatura, las
librerías, el astuto fabricante de libros encarga sin el menor
disimulo, a la vista de todos, a un escritorcete más o menos conocido,
a un reportero, a un popular presentador de televisión, a una guaperas
o a un guaperas de la jet o a un payaso, un libro a la medida de sus
intereses:, es decir, aliterario, vulgar, pedestre –“que lo entiendan
hasta las porteras”, es uno de los axiomas de la filosofía
planetaria--, sobre un tema de actualidad, mejor si escabroso,
“con mucho tomate”, como decía el marqués.
El día señalado, el comerciante organiza una cena de ésas que no
conocen en Uganda, Tanzania ni Zimbawe, a la que asiste el Todo Chorrez
–actrices, actores, banqueros, periodistas de todos los medios,
profesores universitarios, políticos, entre los que se cuentan el
Presidente de la Generalitat y la Ministra de Cultura, miembros de la
Casa Real y, en una ocasión, los propios Reyes, porque era el cincuenta
cumpleaños del invento.
Desde varios meses antes, ya sabe todo el mundo quien va a “ganar”, no
obstante lo cual, un grupo de escritores aparentemente serios y
profesores de los llamados importantes y considerados serios y honrados
fingen estar enfrascados, en un comedor aparte, en reñidas votaciones,
cuyo desarrollo comunican a los comensales entre plato y plato.
Proclamado el nada sorprendente fallo, felicitaciones, parabienes,
entrevistas, etc., etc. para el “ganador”: millones de publicidad
gratuita, ya lo dije. En las radios, las televisiones y los diarios,
reportajes, entrevistas, artículos, comentarios en los que se trata el
suceso como un acontecimiento cultural y, al ganador, como alguien que,
estando allí presente por casualidad, ha llevado a cabo una gran hazaña
literaria.
Es justamente en este punto donde uno recuerda aquella frase lapidaria
de don Ramón del Valle Inclán, que dice: <<ESPAÑA ES UNA
DEFORMACIÓN GROTESCA DE LA CULTURA EUROPEA>>. Como diría un
Hamlet de la Zarzuela, no es extraño que en los países serios nos
tachen de beodos.
Un interesante dato, que no conviene olvidar, es el que atañe a los
ganadores. Son escogidos principalmente entre escritores y periodistas
con ínfulas de novelistas, todos los cuales, casi absolutamente todos
los cuales son personas acérrimas defensoras de la honradez y la
limpieza en las relaciones humanas, que diariamente denuncian en sus
columnas la corrupción, la mentira, el chalaneo, el robo etc.,
pero que no tienen reparo en prestarse al chanchullo del Premio Planeta
o de cualquier otro premio, defraudando a los casi quinientos
concursantes que han optado al premio de buena fe. Engañando a los
miles de lectores que comprarán el libro no porque sea de quien es,
sino porque ha sido premiado en un concurso que ellos, que no
están al tanto del trucaje, creen que es de verdad.
Mintiendo en las entrevistas y en las declaraciones a la prensa.
Participando en la payasada engañosa del fallo, las “votaciones”, etc.
Beneficiando a un industrial de la cultura a quien sólo le preocupa la
ganancia, no los valores literarios. Y embolsándose, mediante tantas
falsedades, una millonaria cantidad de euros que, de otra forma, no
hubiese conseguido.
Relaciono aquí los nombres de algunos de los moralistas
que, en un descuido, no han considerado inmoral ni fraudulento
prestarse a una componenda que tiene las delictivas consecuencias que
he enumerado: Emilio Romero, Torcuato Luca de Tena, Jesús Torbado, a
quien además le facilitaron el tema y el argumento, porque se trataba
de aprovechar la circunstancia de la muerte de Franco. Lo ha declarado
paladinamente quien entonces era director de la editorial, Rafael
Borrás Bertriu, Juan Marsé, Fernando Schwartz, Francisco Umbral,
Terenci Moix, Fernando Fernán Gómez, Ricardo de la Cierva, Gonzalo
Torrente Ballester, Camilo José Cela, Mario Vargas Llosa, Fernando
Sánchez Dragó, Fernando Savater (profesor de ética), Soledad Puértolas,
Antonio Gala, Antonio Muñoz Molina, Juan Manuel de Prada, Carmen
Rigalt, Fernando Delgado, José María Mendiluce, Carmen Posadas, Espido
Freire, Maruja Torres, Rosa Regás, Lucía Etxebarría, Ángela Vallvey,
Juan José Millas, Ángeles Caso, entre otros tantos. Naturalmente, el
industrial no sólo no trata de paliar cualquier escándalo que surgiese
por causa de ciertas “coincidencias” o declaraciones imprudentes (a
Muñoz Molina y a Maruja Torres se les escapó en su momento decir en la
prensa que le habían encargado el libro con la promesa del
premio). Sabe que todo lo que se hable o rumoree, aunque sea negativo,
le favorece, porque los medios, al tiempo que denuncian las
irregularidades, siguen considerando y tratando como algo importante,
en relación con la cultura, “ganar” el premio.
¿Y el jurado? Escritores con ínfulas de serios, profesores
universitarios, fingiendo que deliberan, representando el papel de
discutidores, simulando el sudor de la frente, saliendo una docena de
veces al estrado para informar de cómo van las votaciones, obedeciendo
al fabricante de libros con quien han acordado una paga… ¡Qué
vergüenza! Insisto en que este tipo de “premios” sólo se dan en la
Españeta, como llama Carlos Rojas a la España sainetesca de la
monarquía cocotera.
Sin el menor disimulo, la obra ganadora y la finalista, suelen estar ya
impresas y encuadernadas para el día del “fallo”, y los críticos se
apresuran a comentarla, por supuesto favorablemente.
La Fiera Literaria ha presentado en el registro del Ministerio de
Cultura, durante la “regencia” de Esperanza Aguirre, Pilar del Castillo
y Carmen Calvo, una solicitud avalada por un centenar de firmas,
pidiendo que, si no se pueden abolir los “premios literarios”, de los
que hay en España –Y ES RIDÍCULO—cerca de seis mil, al menos se
regulen. Ni siquiera han acusado recibo a la revista, única defensora
en España de la transparencia, la seriedad, la literatura auténtica y
la honradez. ¡Que un editor premie un libro que él va a publicar!
se escandalizaba ante mí un profesor de la universidad de Florencia.
Si el Rey o algún otro miembro de la Casa Real acude al lanzamiento de
un producto comercial, como es el libro en manos de este tipo de
editores, ¿por qué no bendice con su presencia el lanzamiento de una
nueva clase de embutido o de cerveza, entre mil ejemplos?
Es vergonzoso, es cateto, es repulsivo, es anticultural, sólo propio,
como dicen por ahí, de una república bananera o de una monarquía
cocotera.
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