Pax Polanca
(Artículo publicado en La Fiera tras las celebraciones de Prisa con motivo del 25 aniversario del diario El País)
Con un despliegue de declaraciones rimbombantes, fastuosas celebraciones, y un desfile final de tragafuegos, tragasables, tragasapos y tragaldabas, el diario independiente, liberal, neoclásico, y no conviene olvidar que de la mañana, celebró, como se ha dicho, sus veinticinco años de existencia. Impresionante fue, desde luego, la recepción que don Jesús ofreció con motivo de tan magna efemérides: allá fue la larga cola de escritores y filósofos llegados a rendirle pleitesía; allá el esplendor del trono donde Polanco, sobre un cuero de búfalo, aposentaba su regia nalgarada, y desde cuya altura contemplaba con majestuoso desdén a los llegados, quienes ascendían, casi temblando de emoción y con la cabeza gacha, de uno en uno, los tres escalones desde el pasillo al trono, para acabar postrándose de hinojos y con la frente apoyada en el suelo ante los pies del Divino Acaparador. Allá fue también el guepardo que a sus plantas dormitaba y que, cuando acaso amenazaba con levantarse y devorar a alguno de aquellos transidos escritores, un eunuco presto le recitaba cualquier párrafo de Juan José Millás, hasta que volvía a quedarse frito. Allá el gesto enfurruñado y el mohín caprichoso de Cebrianito, el príncipe heredero; los cantos de alabanza que, al fondo, practicaban los intelectuales más izquierdosos y barbados; las giratorias y saltarinas danzas que, enfundadas en vaporosos vestidos, ejecutaban las más jóvenes, mientras aquellas dueñas, viejas ya para estos trotes, doña Torres, doña Regás, doña Aldecoa, doña Lindo, doña Grandes y doña Montero, en un rincón pretendían llamar la atención (yu-juuuu) del muy firme y de gesto muy adusto señor de Muñoz Molina, picoleto en jefe de los ejércitos del dictador, famoso por el grave estruendo de sus ronquidos y por llevar siempre atado al occipucio un pañuelito de seda que su enamorada, Viruca Lindurri, le dejara como recuerdo antes de partir allende las fronteras a tomar rayos UVA. Allá, asimismo, los arriesgados saltos, sin venir a cuento, de lámpara a lámpara, y de lámpara a cortina, con el puñal entre los dientes y el pantalón ceñido, del muy apuesto aventurero Arturito Pérez Dumas, y allá, en fin, las torpes volteretas y los saltos en cuclillas y el agitar del gorro lleno de cascabeles del bufón mayor del reino: Eduardito Haro-Tecglen. Esta fue la escena que se vivió en el magno palacio de Torrelaguna, y de la cual no cuento más porque supongo que todos los lectores tendrían ocasión de contemplarla, así en los amplios y numerosos reportajes, como en las altisonantes aperturas de telediario dedicadas al evento.
Lo único que, tras de todo ello, quedó claro, y en lo que estamos de acuerdo todos, es en que el diario independiente, envolvente y astrigente de la mañana ha sido el referente en la vida política, cultural y social de España durante los últimos veinticinco años. Dicho periódico, y esto es irrefutable, ha marcado la pauta a seguir en lo que toca a comportamiento social, modo de vida, género de pensamiento, en mayor o menor grado conducta política y, desde luego, ejercicio del periodismo. Pues, qué duda cabe que hoy en día, tanto los que se supone sus competidores ( El Mundo, ABC ) como otros periódicos alejados un tanto de este cogollo, todos marchan a rebufo de la estela “paisana”, imitando a veces de manera burda sus iniciativas y copiando por lo general su estilo, de tal modo que no se puede hablar actualmente de la existencia de una prensa alternativa. Y no me estoy refiriendo a plagio del estilo ni al remedo de las iniciativas en un sentido político, que esto, por más que puede sorprender, es lo de menos. Si El País ha alcanzado la cumbre del poder mediático y se ha mantenido en él durante todos estos años no ha sido gracias a su filiación socialdemócrata ni a su tibio izquierdismo de salón. El País ha llegado a estas alturas porque (plan o casualidad) se convirtió en su momento en el periódico de la nueva y abundante clase media que, al término de la dictadura, reclamaba nuevos métodos de lenguaje, nuevos patrones de conducta, nuevos guiños de complicidad. Por aquellos tiempos, y aún ahora, lo que esta gente, lo que el grueso de la población demandaba, era un izquierdismo cómodo, que bendijera sus recién adquiridas propiedades (fuera moto, coche, piso o chalet en la montaña) y que al tiempo les hiciera sentir que andaban por el camino correcto, por la ruta de la solidaridad y el buen rollito. Aquel grito, en suma, de “¡qué majos somos todos!” fue lo que supo articular El País y lo que, desde entonces, le colocó como referente, como patrón, como “el periódico” por excelencia.
En esta situación, poco más o menos da que se defienda o se deje de defender a Felipe González, por ejemplo, que se redacte un editorial a favor o en contra de éstas o aquellas medidas sociales, que se abogue por tal o cual partido en unas elecciones. La opción política, en la lucha por la toma del poder mediático, es algo secundario, una simple excusa, un adorno cuya única condición es que no parezca demasiado radical. Pero, a la hora de la batalla, a la hora de la confrontación, a la hora de ganar lectores, triunfará el periódico que sea capaz de reflejar la idiosincrasia del más numeroso grupo de la sociedad. Bien advirtió Polanco (por deducción, repito, o por potra) que uno no vende periódicos hablándole a la gente de lo que debe votar, de lo que, modestamente, yo creo que es conveniente, no señor, uno vende periódicos señalándole a la gente a dónde debe ir de vacaciones, qué ropa es necesaria que se compre para no perder esa maravillosa condición de “enrollado”, qué películas debe ir a ver y, todavía más, en qué cines, qué música es la que se lleva o deja de llevar, qué libros, qué escritores, qué poetas son los que verdaderamente le convienen. Todo esto es fácil una vez se ha arrogado uno el papel de autoridad, de portavoz de la clase imperante, a fuerza de regalarle los oídos y de hacerle sentir que, pese a todo, está compuesta de gente que sigue en “la línea”, gente maja, gente chipén.
El País-Prisa , en este campo, ha sido el claro vencedor. El País-Prisa es quien, así las cosas, determina en último grado las modas sociales. Un tema éste, el del dominio de la moda, que, aunque parezca residual y de menor entidad respecto al político, es, sin embargo, el principal, y con diferencia, en cuanto incumbe a hacerse con las riendas del consumo, que es lo que importa. Echemos ahora una ojeada a El Mundo , al ABC , o a cualquier otro periódico de los que, en teoría, pretenden hacer frente al universo Prisa. No veremos otra cosa sino que lanzan los mismos suplementos de Cultura, Música, Juventud, Ocio, Motor y un largo etcétera que, bien que con otro formato pero con el mismo contenido, ha lanzado anteriormente El País . En el tema de la literatura, veremos que publicitan y ensalzan a los mismos que aupó a lo alto del escalafón su, por qué no decirlo así, madre nutricia, y si no son los mismos, practican al menos el mismo estilo de literatura de escaso calado y exquisita corrección política. Todos, pues, iguales en el fondo, no se apreciará entre ellos más diferencia que el recomendar a éste o aquél partido, lo cual, en unos tiempos de democracia tibia como éstos, se constituye en verdaderamente lo anecdótico. Todos contentos, progresistas, satisfechos de sí mismos, habitan el gran plano sin protuberancias que es la Sociedad del Bienestar, por cuyo alojamiento en él pagan mensualmente su correspondiente diezmo al señor de Polanco.
Clandestino Menéndez
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