Novelistas y no novelistas
Publicamos aquí, sin mayores dilaciones y en beneficio de nuestro lectorado, el esquema/guión de la conferencia que, con motivo de la fiesta del Orgullo Fiera, pronunció entre vítores y aclamaciones el profesor Risaco y Condobrín en el aula magna del Centro de Documentación de la Novela Española el pasado julio.
Parece como si ahora todo el mundo quisiera ser novelista, pero nadie tiene la menor idea de lo que es una novela, ni de cuando un relato pasa a ser novela, o no es novela.
Una novela debe poseer antes que nada un tiempo y un espacio. Puede haber novelas “de estilo”, medio líricas. Puede haberlas experimentales. Pero, por lo general, el género novelístico exige tiempo y espacio. Bueno o malo, un novelista es tal en cuanto es capaz de recrear un tiempo y de construir un espacio. Para ello no precisa necesariamente describir, enumerar, le basta con aludir, y aludir significa eludir, dejar entre paréntesis lo que existe, lo que está, pero no se nombra.
Un mal novelista escribirá malas novelas, pero serán novelas si tiene el poder de crear tiempo y espacio, aludiendo y eludiendo.
Un no-novelista se denuncia a sí mismo en seguida: es premioso, necesita constantemente de tics consistentes en enumeraciones inútiles, y situar a cada momento al personaje, porque si no se le va de las manos.
Echemos una ojeada a nuestro panorama:
Un Manuel Vicent, aceptable articulista, como no es novelista, ha de ampararse en el lenguaje, y se va por la adjetivación y por lo lírico. Casi lo mismo que le pasaba a Cela, pésimo novelista, que se lanzaba a la retórica más explosiva. Podía ser narrador o poeta, pero no novelista. Umbral, un simple costumbrista, ni siquiera es poeta. Javier Marías no es novelista y nunca lo podrá ser. Y no porque dé patadas a la gramática y al diccionario, sino porque se las da precisamente porque no tiene más remedio: se siente obligado a buscar detalles, objetos, gestos, etc., porque la narración, la acción, los personajes se le escapan. Tampoco es ni podría llegar a ser novelista porque está incapacitado para aludir.
Se nota que un escritor no es novelista, aunque pueda ser otro tipo de escritor, cuando su prosa pierde tonos, cuando da rodeos, cuando retuerce la expresión, cuando se afana en buscar un detalle que cree significativo pero que no lo es, cuando, en una palabra, es incapaz de aludir a todo lo que está aunque esté eludido.
Basta echar una ojeada a cualquier pseudonovelista para comprobarlo. Un Pérez Reverte, que fue cronista, es novelista, aunque no lo sea bueno. Las chicas de “El País” que se han hecho novelistas -Maruja Torres, Almudena Grandes, Rosa Montero, Rosa Regás, Clara Sánchez, etc.- no lo son, porque sólo están capacitadas para escribir su autobiografía.
Muñoz Molina es un novelista pesado y malo. Molina Foix no es nada. Antonio Gala tampoco es novelista, pero Terenci Moix sí lo era, aunque muy malo.
Un no-novelista busca continuamente, al mismo tiempo que narra. Es premioso y reiterativo -como lo es Marías-, se ve obligado a retorcer la lengua, porque no se mueve con seguridad. Por eso también a_ade sin ton ni son paréntesis y adjetivos: a_adidos inútiles, pues no ayudan a la narración. Es la hojarasca que al no-novelista le resulta imprescindible para seguir escribiendo. No podría hacerlo de otra manera, y las frases se le complican porque es incapaz de trazar una simple secuencia de sujeto, verbo y complemento. Siempre cree que falta algo, y añade, retuerce, adorna...
Casi todos los autores de novela negra americana o de novelas policíacas son auténticos novelistas, aunque generalmente malos. Benet nunca fue novelista por lo ya dicho: excesos verbales para disimular la nada.
Se podrá discutir sobre tipos y subtipos de novelas, pero siempre habrá un denominador común: tiempo y espacio, alusiones y elusiones... No falla. Ni siquiera en la novela lírica del tipo de las de Gabriel Miró.
El caso de Javier Marías, por lo clamoroso, es fácil de diagnosticar. Puede escribir artículos relativamente correctos, pero sus relatos serán siempre desdichados. Como ya he dicho, lo de menos, en este sentido, son sus múltiples incorrecciones; lo grave es la falta de estructura narrativa, de tiempo y de espacio. No es novelista y nunca lo será.
Juan Risaco Condobrín
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