Leído en Rebelión: Sobre escritores, lectores y premios literarios
Jesús Aller, Rebelión Es difícil discutir el derecho que tiene cualquiera a
hacer donaciones de su propio dinero para los fines altruistas y
pacíficos que estime convenientes. No obstante, tampoco puede negarse
el que asiste al resto de la gente a tratar de sacar sus propias
conclusiones sobre los intereses o motivaciones que puede haber detrás
de estos "regalos". En este sentido, debo reconocer que la particular
forma de donación que se conoce como "premio literario" siempre me ha
parecido inquietante. ¿Por qué es tan frecuente que algún grupo de
personas o instituciones se reúnan, apropiándose muchas veces del
nombre de algún escritor célebre, y organicen la entrega de una
determinada cantidad de dinero a otro escritor, la cual se presenta en
sociedad vistosamente como la "concesión del premio fulano de tal al
escritor zutano de cual"? ¿Por qué pasan estas cosas? ¿Es realmente
necesario que ocurran? En mi
modesta opinión, sólo escritores y lectores son elementos esenciales en
el mundo de los libros. Un eslabón intermedio de editores resulta
necesario todavía en estos momentos, aunque las nuevas tecnología
permitirán con toda probabilidad en un futuro no muy lejano poder
prescindir de ellos. Revistas donde se opina sobre literatura también
pueden ayudar, pero no son imprescindibles. Escritores y lectores son
el meollo del asunto. Evidentemente, cualquiera debe tener derecho a
leer un texto publicado, y cualquiera debe tener derecho a expresar su
opinión sobre un texto. Pero, ¿por qué alguien da un paso más allá y
reivindica su derecho a "concederle un premio literario"? Incluyo en la
pregunta tanto a los instigadores como a los ejecutores de tales
eventos. Las motivaciones que
se dan para ello podrían convencernos si fuéramos capaces de
creérnoslas. Suele argumentarse que se trata de un empeño generoso
destinado únicamente a destacar los méritos especiales de un escritor y
ayudarlo económicamente. No obstante, aunque tal vez pueden encontrarse
algunos casos en que esto es realmente así, también es cierto que lo
que se avizora en el panorama de premios literarios que se conceden en
estos momentos es algo bastante distinto, y son más bien argumentos
poco confesables. Puede tratarse del puro interés editorial de inflar
la reputación de un autor con el que se pretende hacer negocio en casos
en que no es fácil hallar ninguna razón literaria que lo avale, y con
toda probabilidad precisamente por ello. Podemos adivinar también
detrás del asunto una estrategia por parte de cualquier poder de
privilegiar las concepciones literarias afines ideológicamente, y en
este caso, sabiendo cuáles son los poderes que dominan en esta
sociedad, no es difícil imaginar cuáles serán las ideologías
favorecidas en general. No faltará algún caso tampoco en que algún
poder con una determinada ideología promueva la adjudicación de un
premio a un escritor de otra diferente con el fin de aparentar una
imagen de sí mismo que no es la que demuestran los hechos. Esta
variante puede considerarse una forma de propaganda engañosa, y me temo
que puede encontrarse algún buen ejemplo nada lejano. O puede
percibirse otras veces, por último, un simple y puro amiguismo y la
aplicación de la vieja ley del "hoy por ti y mañana por mí". Las
razones que mueven a alguien a conceder un premio literario pueden ser
muy variadas, pero cualquiera que abra un poco los ojos ve que suelen
dominar intereses más bien dudosos. Tal
vez, sintetizando mucho se podría decir que, pervirtiendo la leal y
amistosa relación entre escritores y lectores que podría ser la
literatura, lo que hace irrupción de una forma brutal en el premio es
simplemente el omnipresente y eterno poder. El poder, con su inmensa
capacidad de penetración y seducción, impregna así la literatura y
encarna en la destellante figura del mandarín, nombre que resulta
bastante apropiado para cualquiera que concede un premio literario. De
ninguna manera se puede consentir que uno lea lo que le dé la gana, y
el mandarín nos dice lo que hay que leer, pero no cómo nos lo diría un
amigo, sino haciendo uso de un subterfugio que en mi opinión traspasa
alguna frontera que no debe ser traspasada. Se trata solamente de una
cuestión de olfato, pero creo que cada vez hay más personas que huelen
algo inconfesable tras el oropel de que se reviste el mandarín. El
único premio literario real que existe es la impresión favorable del
lector. En este mundo de mentiras, la mayor parte de las veces el
mandarín y sus premios dan la impresión de ser sólo otra más con la que
se nos intenta imponer una opinión demasiado parcial. Rodeados de
imágenes brillantes y discursos seductores, tal vez sólo el olfato sea
capaz de guiarnos. Arriba |