Manuel
Rodríguez Rivero constata con júbilo el auge de la novela de género en
nuestro país: policiaca, "negra", de vaqueros, de piratas, de romanos,
erótica... "Desde hace algún tiempo, dice, [se nota] un especial
interés por la narración de género". Yo me pregunto: pero ¿es que,
durante el último cuarto del siglo XX y lo que llevamos del XXI no
colman los estantes de las librerías las novelas de género, con
subgéneros como los citados más los del costumbrismo en su versión
ligth, el pornográfico, el fantacientífico, el rosa, etc.?
No
sólo no tengo nada contra la novela de género, a la que siempre he
confesado que debo gran parte de mi interés por el género, de mi
vocación y de mi formación. He aprendido de todos los grandes
escritores que he leído, pero, si tengo que reconocer mis principales
"maestros", siempre nombro a Bécquer, Edgar Poe y al único gran
novelista "de género" que hemos tenido en España: José Mallorquí. No
tengo nada, digo, pero una de mis luchas, en los terrenos de la teoría,
la historia y la crítica de la novela, ha sido para separar la novela
de género de la gran novela, que a veces puede encarnarse en una
especie de novela de género trascendida. Confundir al novelista de
género con el escritor, en el sentido nietzscheano de la palabra, es
muy dañino para la literatura y, a la larga, para la sociedad. Ésta,
sus miembros, la especie humana desde que tiene uso de razón, tiene un
ansia legítima de que le cuenten fábulas así como de entretenimiento,
de diversión. Pero que una sociedad ocupe todo su tiempo de ocio -que
ahora es cada vez mayor- en escuchar o leer banalidades y divertirse,
en comer pan y asistir al circo -televisión, fútbol, toros, etc.- es
pura y lamentable decadencia. A veces me pregunto cuándo piensa o sueña
la gente. Las estadísticas señalan que los españoles somos, en la Unión
Europea, los segundos por la cola en cuanto lectores de libros. Y eso
que habrán repartido entre todos lo que leemos unos cuantos. De hecho,
creo que también se señala que un altísimo porcentaje, como el noventa
por ciento, no ha leído un libro en toda su vida.
Nada
se hace desde instancias oficiales por remediar este estado de cosas,
que es muy grave y peligroso, digo. En cuanto al sector privado, induce
a algo que hasta puede ser peor que no leer: leer engañado, leer
tomando por gran novela lo que es novela comercial, de entretenimiento.
No
es "desde hace algún tiempo", como escribe Rivero, desde cuando "se
nota [...] un especial interés por la novela de género en la edición
española" -algo que a él, y más desde donde escribe, debería
preocuparle y no alegrarle-, sino desde el momento mismo de la
Transición, hace ya más de un cuarto de siglo. La compacta y
omnipresente, pero en el fondo inexistente, crítica literaria -que,
como ha dicho y reiterado Vargas Llosa, no posee el rango intelectual
que tuvo en los años 50 y 60 y está al servicio de los editores- señala
la irrupción en nuestra literatura de la que abusivamente llama nueva
narrativa, en la publicación de La verdad sobre el caso Savolta, de
Eduardo Mendoza, que, como ha dicho un lúcido conocedor de la novela,
el profesor Antonio Enrique, en su excelente libro Canon heterodoxo
(DVD Ediciones, Barcelona), constituye "un hito...más que dudoso", ya
que se trata de "una novela menor", que lo que inicia es "un tipo de
novela de intriga y policíaca que va a obtener consenso de público y
comercial", arrastrando, añado, una infinidad de imitadores.
Verdaderamente -y causa pavor-, en los últimos veinte años, se ha
podido ver cómo muchos "historiadores" del periodo -Guelbenzu,
Trapiello, García Posada, Conte, etc.- señalaban, como características
de la "nueva era" novelística, no alguna virtud que tenga que ver con
la estética, sino las grandes ventas que se alcanzan y el prestigio
social que ha adquirido el novelista.
No
hay más que echar una ojeada, no sólo a las novelas actuales, sino
también a las manifestaciones de sus autores, para verificar su empeño
por encontrar un tema -elemento, el tema, que nunca ha sido esencial;
es más, que, por definición, no debe serlo- que despierte interés en
una masa de lectores poco exigente.