Algunos,
quizá ingenuos, quizá nada enterados de lo que se cuece en las cocinas
de las grandes mansiones, hemos leído con extrañeza la columna titulada
Vía Digital, publicada por Vicente Verdú en El País. ¿Qué era eso? ¿Qué
significaba? Como nunca me ha parecido que don Vicente Verdú tenga
derecho a creerse en posesión de una expresión irónica tan sutil como
para escribir en un periódico de su empresa algo tan condenatorio de
los procedimientos y actividades de su empresario, dando además por
sentado, si tal fuera el caso, que éste no se iba a dar cuenta, lo más
fácil es pensar en una manifestación del cinismo entreverado de
soberbia y tontería que exhiben los prisanos generalmente. Tengo mis
dudas a los dos respectos.
Aconsejaba a Vía Digital que se
fusionase, cuando ya ha llevado a cabo una fusión -o yo he leído
mal-, en las condiciones humillantes de un contrato leonino que
beneficia de forma descomunal a su señorito, el dueño del medio en que
escribe; condenaba el hecho de que a los pobres, si no pagan una
cuota al capitalista, les interpongan una cortinilla entre su visión y
lo que anhelan ver; acusaba a Vía Digital de lo que hace a todas horas
y desde hace años Sogecable, prisana como el diario desde el que
lanzaba la acusación; llamaba aborrecible y elitista a la que lo es
menos que aquélla a la que directamente o indirectamente sirve; le
reprochaba aprovecharse de los privilegios de un odioso monopolio;
consideraba mezquina, odiosa y torpe a la pariente pobre porque ha
tenido que dejarse avasallar por la grandullona, etc.... Es demasiado
simplón e inteligible todo, como para que se trate de un pretendido gol
a quienes, al fin y al cabo, le dan de comer. En fin, como yo pienso
que nadie, ni siquiera un columnista de El País, puede ser tan tonto
como quien escribe tantas tonterías, me inclino por una razón más
perversa aún que la del cinismo: se quiere hacer desaparecer a Vía
Digital hasta del universo platónico de las ideas de lo que un día
existió. No es, no ha sido ni un sueño; no es un recuerdo: ni siquiera
una posibilidad. Si acaso, el eco de lo que el gran Polanco inventó,
construyó y puso en funcionamiento, eso sí, a su estilo -genio y
figura-: con prepotencia que cabría llamar berlusconiana si la
polanquiana no fuera todavía más destructiva, más salvajemente
capitalista, más buscadora del pensamiento único, del imperio de la voz
de su amo, de la aniquilación de la democracia de la palabra y el
pensamiento. Pero, con tantos parados que no tienen pan, ¿es
inteligente, si no se es absolutamente perverso, quitarles también las
funciones de circo?
Demos por descontado, antes de que nos salga
un guardia de la porra de la última ortodoxia, que el franquismo surgió
de un golpe de estado ilegal, dado por militares que faltaron al
juramento que había hecho al gobierno de la República; que llevó a cabo
una represión brutal; que coartó las libertades. No voy a justificarlo
ni muchísimo menos. Lo condeno sin reservas. Pero, sentado esto, hay
que decir que duró cuarenta años y, en tanto tiempo, los españoles -no
el régimen- no se quedaron pasmados: hicieron cosas. Y, si se es
honesto, de la comparación de lo que hicieron en el campo de la cultura
con lo que hacen los actuales se deduce que fueron más creadores y
-tremenda paradoja- más libres. Para la literatura, para las artes
plásticas, las dictaduras a lo Polanco son más perniciosas que las
dictaduras a lo Franco. Porque los franquistas, desentendidos de
libros, de cuadros, de representaciones teatrales, si no le tocaban el
trigémino dejaban hacer: el campo acotado a la creación no era tan
pequeño como se ha dicho, como ha señalado más de una vez José Hierro,
cuando le han preguntado por sus relaciones con la censura. Pero los
polanquistas, que enmudecen a "los otros", ponen vallas, dictan
consignas a los suyos, acotan hasta tal punto con su poder económico y
mediático el panorama que, desde luego, el que no se mueva en la
dirección adecuada no disputa el sprint.
Volviendo al campo
señalado por Verdú, recuerdo un libro de un periodista catalán,
correspondal de La Vanguardia en Nueva York, Ángel Zúñiga, titulado Pan
y fútbol, en el que ironizaba sobre aquella situación que suscitó en La
Codorniz una sección titulada "Fúbol hasta en la sopa". Me pregunto qué
encuentra en la suya -en su sopa- quien esté abonado a Canal Plus. Yo,
cuando hago zapping, paso a veces por encima de la cortinilla que tan
infame resulta al columnista sabatino de El Pais, siempre vislumbro a
su través sombras que dan patadas a una cosa redonda.