¿Quién le teme a Javier Marías?

Explicación que quizá necesiten algunos lectores

Esta breve travesura teatral está inspirada en una obra de Edward Albee, un autor muy presente en los escenarios norteamericanos en los años 60. Su obra más celebrada fue ¿Quién le teme a Virginia Woolf? , título en el que Albee jugó con el parecido del apellido de la novelista inglesa con el sustantivo lobo en inglés, para evocar el estribillo de una canción popular que también cantamos en España: ¿Quién le teme al lobo feroz? Quizá alguien recuerde su versión cinematográfica, con Elisabeth Taylor y Richard Burton.

Pero no es ésta la pieza que me ha inspirado, aunque he parodiado su título, precisamente por ser del mismo autor de aquélla de la que me he servido. Su título era -es- Todo en el jardín. He aquí una síntesis de su argumento:

Se centra en la vida de un matrimonio que vive, como otros de la misma colonia, por encima de sus posibilidades: hipotecas, plazos, deudas... Todo ello provoca tensiones en la pareja, encarnada, en el Teatro María Guerrero de Madrid, cuando se estrenó, por el matrimonio Gema Cuervo - Fernando Guillén. Un día en que precisa­mente el matrimonio ha discutido, se presenta allí una señora francesa y propone a la mujer, sola en aquel momento, que se prostituya con los magnates del petróleo que vienen de vez en cuando a la ciudad y pagan sus buenos dólares. Algunas de sus amigas ya han aceptado y viven holgadamente. Dudas y, al final, aceptación. En el segundo acto, el marido descubre un cajón lleno de billetes. Preguntas, gritos, celos, molestias entre la frente y las sienes, pero, ante el nivel de vida alcanzado con aquel pequeño sacrificio, vale la pena consentir. Tercer acto: reunión en el salón de la casa de los protagonistas, de cuatro o cinco parejas con la madame . Hay que aumentar la producción. La organizadora se va, justo en el momento en que entra un amigo, de todos, soltero. Lo encarnaba Carlos Mendy. Pensativo, se pregunta varias veces: “¿Dónde he visto yo a esa señora?” Y, al poco rato: “¡Ya está! Es madame Tal. Y era la dueña del más lujoso burdel de París cuando yo vivía allí”. No tiene que hacer ninguna pregunta para comprender. Pero, al decir a continuación que la va a denunciar, firma su sentencia de muerte. Los ocho o diez que llenan la escena le impiden salir y lo apuñalan por todas partes.

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