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Los ataques defensivos del nene MaríasAcusamos hace tiempo al holding mediático Prisalfaguara, de hacer pasar en sus publicaciones, con El País a la cabeza, auténticas besugadas de los miembros de su mariachi por cosas serias. Ningún periódico riguroso daría cabida, en sus páginas de respeto, por ejemplo tomado al azar, a un bolodrón con apariencia de artículo, como el que, bajo el pseudoingenioso título de La muy crítica crítica , parió Javier Marías y “dio a la estampa” el 2 de octubre, Festividad de los Santos Angeles Custodios, del año del Señor de 1999. Una sarta de vaciedades, tópicos, lugares comunes, convencionalismos, desperdicios varios y, sobre todo, obviedades, hilvanadas en el lenguaje vulgar que caracteriza al autor aun por encima de su pobreza conceptual, para, como al cuasi inalcanzable final se comprueba, dejar ver que de lo que se trataba era de cumplir su mezquina venganza -no llega a serlo, claro- de los dos críticos más importantes que hay ahora mismo en España: Ricardo Senabre, al que medio nombra, e Isidoro Merino, a quien (otra mezquindad) ni siquiera nombra, claro signo para psicólogos y albigenses de toda laya, de que lo quisiera ver borrado de la arrugada faz de este, a pesar de todo, entrañable planeta, tan variadamente habitado. Referirse al profesor doctor don Ricardo Senabre, catedrático de Teoría de la Literatura de la muy antigua, muy noble e histórica Universidad de Salamanca, como “un tal Senabre”, es de una zafiedad, una ordinariez, una pedestrez, una vulgaridad, una falta de tino para la ironía y una carencia de recursos expresivos, dignas respectivamente de un cateto, un ineducado, un bufón, un lechuguino, un mal escritor y un pésimo escritor. Un escritor tiene que ningunear, rudimentar, palotear o asaetar a quien quiera que sea con muchísimo más salero y/o ingenio. La expresión “un tal” era una de las predilectas de Jesús Gil y Gil, dicho el Innoble. Aunque Marías afirmaba, en su inacabable “epístola ad carajotes”, que “un escritor no debe responder jamás públicamente al crítico de su obra” (punto 11), él lo hacía. Por mor de tener que obviar las exigencias de un punto posterior contradictorio con éste, aunque su venganza era claramente por un juicio de Senabre, quien afirmó en El Cultural (21-2-99), que Marías era el más llamativo ejemplo en España de autor sobrevalorado, con prestigio muy por encima de la calidad de su obra, por lo que le atacaba ridícula y disimuladamente es por haberse equivocado respecto a la fecha del óbito de un niño que a él le importaría mucho, pero que a los demás nos aflojaba y afloja los alamares. Y sólo por tal pequeño error decreta, con la pedantería, petulancia, engreimiento y tricornustez que lo adornan, que queda descalificado como crítico. No es la primera vez, ciertamente, en que, en un texto suyo encebollado, Marías deja ver su vocación inquisitorial. En cuanto a nuestro compañero Isidoro Merino, que ha aplicado su infalible batidora a cinco novelas de Marías -una sexta la analizó/trituró Manuel Asensio-, con resultado de allanamiento de morada, ni lo nombra. Contábase a la sazón, en los pasillos del Todo Madrid Literario, donde reinaba y sigue reinando Almudena Grandes, que el traducido autor, premio Fastenrath de la Academia Española , ahora también académico, no se puede quitar a Merino del pensamiento, que lo ve por todas partes: en el espejo del cuarto de baño, en la almohada, en la tapa del vaterclós, en el altar, cuando va a los oficios... En sus pesadillas, sobre todo. Debe de ser la razón por la que lo hacía objeto de preterición, el pobrecillo. Aludiendo a las críticas merinianas que tanto le han hecho sufrir, opina Marías que el “crítico no debe rebajarse a señalar en detalle supuestas incorrecciones o faltas del autor, como si en vez de ejercer su alto oficio estuviera corrigiendo exámenes de párvulos con lápiz rojo. En primer lugar, porque quienes lo hacen yerran con demasiada frecuencia. En segundo, porque en literatura es difícil saber qué es una incorrección y qué una transgresión, una opción estética deliberada. Para algunos de esos vigías no existirían la hipérbole, ni la metáfora, no habría erotesis ni aposiópesis ni catacresis ni hiálage. Y en tercero, porque, perdiéndose en esas minucias, producen una impresión de absoluta impotencia, como si no tuvieran ni una idea con qué llenar la página”. ¡Qué mono, bebé Marías! ¡Con qué candidez expresa su deseo de que Isidoro el Implacable emigre a otras mesetas o se dedique al cultivo de las mesopotas de invernadero! ¡Qué más quisiera él que, desatendiendo sus sabios consejos, Isidoro demostrara “absoluta impotencia” y falta de ideas y abandonase “su alto oficio”. Pero, yendo a su caso: no es cuestión de “supuestas incorrecciones”, sino de auténticos errores, tan elementales, que, señalarlos, cumple la función de demostrar que quien se cree, y lo creen, un gran escritor falla en lo más trillado, como son las concordancias y el significado de las palabras, cosas en las que hasta un estudiante de bachiller acierta. No se trata, por tanto, de corregir a un párvulo, sino a un escritor talludete, y demostrar que escribe como un párvulo. Está por demostrarse todavía una equivocación del sin par Isidoro Merino, quien no sólo es un experto en la hipérbole y la hipercor, sino que ha escrito un ensayo sobre la metáfora, la sinécdoque y la metonimia y es el máximo especialista mundial en ajógajes, diéresis, prótesis, metástasis, éxtasis, sindéresis, batulógesis y parálisis. El detallismo de Merino el Sano y sus colegas del Centro de Documentación de la Novela Española no es una manía. Forma parte del método de la Crítica acompasada, que -Marías lo debe de saber muy bien- no solamente va poniendo de relieve, al compás de una lectura atentísima, las incorrecciones gramaticales y las de léxico, sino también las estupideces, chorradas, chistes involuntarios, tonterías garrúleas y pedorretas conceptuales, etc., que prueban la inmadurez del pensamiento del autor y su falta de gracia, de ingenio y de afrodisiaquez contemporánea. No, pobre Marías. Te has ido a meter entre las Escila y Caribdis de la crítica española hodierna, el profesor Senabre, que se atreve a ir a contracorriente de tanto pastelero sin ideas propias, y ese auténtico starcritic que es Isiduag le Meguén. Ignoramos qué hará don Ricardo. Lo más probable es que pase de ti. Pero nosotros, que ya no podemos evitar no haber sido educados en un colegio de pago, aunque habíamos pensado dejarte tranquilo por un tiempo, hemos decidido ocuparnos -bofetadas hay, a ver a quien le cae la breva -¿será una rosa? ¿será un clavel?- de tu recién reeditada primera novela, Los motivos del lobo , que te situó en un puesto que no mereces, que sólo la reinstauración monárquica explica, y del que no te sacan ya ni introduciéndote agua caliente entre trasero y calzas. Mary Luz Bodineau En su día, el texto anterior apareció seguido del siguiente Post Scriptum bodinensis decretatur in festa Mary Luz Bodineau -¡menuda es ella!- se cabreó con la fazaña de Marías. “¡Ese desgraciao -paseaba su malhumor por su despacho, mesándose los bigudines-, ese presumido, ese engreído, ese pedante, con más faltas de ortografía que el expreso de Villacañas! ¡Será posible! ¡Tú!...” Tú era yo, que venía de hacer dos fotocopias en el holding de la esquina... Me encargó que tomara en mis manos -protegidas con guantes de goma- el texto mariasno y lo exprimiera más, que sin duda daba de sí para nuevas llamadas de atención y señales de tráfico, dada la incompetencia del sujeto conservado en formol por Alfaguara. He aquí lo que logré -sin emplearme a fondo; hacer fotocopias me extenúa-, no sin pensar que si me hubiese mandado detectar las frases sanas hubiese acabado antes. 1.- Marías se dispone a escribir sobre el “lamentable o crítico estado de la crítica literaria en España”. No me ando con tropos por conexión del todo por la parte. Digo sencillamente: hay que ser un imbécil agropecuario de segunda mano para, en lugar de dar gracias al celeste por unas circunstancias que le están haciendo pasar por escritor, emprenderla a sopapedos con los pobres -Posada, Conte, Echevarría, Palomo, Angeles García, Paula Izquierdo, etc.- que le favorecen con su incompetencia. 2.- Ah! Marías escribe con mayor corrección en los artículos que en sus presuntas novelas. Al menos, se le entiende. Pero la redacción es tan burda, tan de andar por el tejado, tan vulgar, tan blandita, que no recuerda a un escritor más que en la crema de afeitar y el betún de los zapatos. 3.- Marías, en un rapto de humildad, pide que no se le de a sus propuestas para arreglar la crítica más valor que la que se daría a las de cualquier otro. Ah! Lo dice sin miedo, porque don Juan Cruz le ha dado garantías de que es inigualable. 4.- Marías prescribe que nadie que tenga intereses en el libro debe escribir sobre él. Inter parens: ¿Romperá Marías con Juan Cruz? Porque Juan Cruz, director de Alfaguara, se pasa la vida publicando en El País elogiosos artículos sobre malos libros publicados por su editorial. ¿Rompera consigo mismo? Porque él redacta las solapas y/o contracubiertas de los suyos -después se las corrigen-, en las que se llama varias veces sobrecogedor. 5.- Otrosí digo inter parens: ¿Romperá Marías con El País , diario independiente de la mañana? Porque el rotativo polanquestre se harta de hacer publicidad indirecta y subliminal, esto es, inmoral, venenosa, de los libros de Alfaguara, Taurus, Santillana, Aguilar y todas las demás editoriales del insaciable holding? 6.- Dice Marías en el primer punto de su declaración fijada con chinchetas en la puerta de plástico de la catedral de la Almudena : “Un novelista no debería hacer nunca crítica de novela, ni un poeta de poesía”. Yo modificaría ligeramente la redacción de este artículo de la fe: “Uno que no sabe escribir ni pensar no debería dedicarse a escribir novelas, sino a la caza del pato a la naranja” 7.- Inter parens: Marías ha pasado por alto un pequeño detalle: los mejores críticos de poesía del siglo XX son Juan Ramón Jiménez, Luis Cernuda, Pedro Salinas, Dámaso Alonso, Gerardo Diego, Jorge Guillén, Manuel Mantero, Arturo del Villar... 8.- Puestos de hinojos, leemos el punto seis del alegato mariestre: “Los críticos deben ser sinceros”. ¡Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob! ¡Santa Mónica bendita, madre de san Agustín! ¡Eureka! Ya está todo arreglado. Si los críticos le hacen caso a Marías y son sinceros, ¡chirrín! 9.- En el punto siguiente, baby Marys , vecino de Oxford, habla de “críticos muy desfachatados”. ¡Desdichado! Para neologismizar hay que tener la gracia que tenemos nosotros. En adelante, abstente de intentallo. 10.- Y también afirma que, aquí, nadie se atreve a decir que es horrible, o floja, una novela cuyo autor goza de bula o vasallaje. ¡No lo dirás por La Fiera , insensato! 11.- En el artículo de la fe que Savater llamaría onceavo, decreta: “Un escritor no debe responder jamás públicamente al crítico de su obra”. Como consecuente y como pelagiano, él se pasa la vida contestando en público. 12.- Para esta última regla, el abate Marías admite dos excepciones o más: las de aquéllas ocasiones en que pudiera convenir a su entrañable Marías. El resto es todo lo relativo al profesor Senabre, Isidoro Merino el Casto y los hipogages, camuflages, potages, cirrosis, trombosis, potágesis, etc., que ya han quedado comentados en el texto anterior. M.A.M. |
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Boletín del Centro de Documentación de la Novela Española |