Comparecencia
Ilmo. Sr. D. Fernando Lázaro Carreter
Alto Magistrado de la Lengua
Ilmo. Sr.: Los abajo firmantes, miembros del Círculo de Fuencarral de Crítica Literaria, ante V. I. comparecen y, con el debido respeto, EXPONEN:
PRIMERO: que V. I. está llevando a cabo, a juicio de este colectivo, una buena labor de limpieza y fijación de la Lengua Española, mediante sus libros y sus artículos publicados en diversos medios de comunicación.
SEGUNDO: que V. I. viene dirigiendo sus dardos preferentemente contra los políticos, los diplomáticos, los locutores de radio, los presentadores de televisión, los publicitarios y los periodistas.
TERCERO: que V. I. no ha criticado en ninguna ocasión el pésimo uso que del idioma hacen muchos escritores, entre ellos, algunos de los más apoyados por los medios de comunicación del sistema y más favorecidos por un público manipulado. E incluso admitidos en la Academia.
CUARTO: que tres de los que peor lo hacen, como vamos a demostrar en los FUNDAMENTOS, fueron varias veces nominados como candidatos a la Academia, en el tiempo en que ésta estaba bajo la dirección de V. I.
QUINTO: que dichos tres delincuentes de lesa lengua y lesa inteligencia, que pretendemos poner bajo la jurisdicción de su Alta Magistratura a los efectos oportunos, son Almudena Grandes, Javier Marías y Antonio Gala, exhaustivamente analizados por los miembros de este Círculo en el Centro de Documentación de la Novela Española.
SEXTO: que los resultados de esos análisis han venido siendo dados a conocer, desde 1995, en las publicaciones del Centro de Documentación de la Novela Española, Cuadernos de Crítica y La Fiera Literaria, de las que acompañamos, como prueba sendas colecciones.
SÉPTIMO: que en dichas publicaciones se pueden encontrar diez o veinte veces más pruebas de las que aquí hemos seleccionado.
PRIMER OTROSÍ DIGO: los demandantes recusan al defensor de Javier Marías, Fernando Savater, por incompetencia manifiesta. En su edición de las Cartas Filosóficas de Voltaire, escribe “Onceava carta”, “Doceava Carta”, “Treceava Carta”, etc.
SEGUNDO OTROSÍ DIGO: los demandantes recusan al defensor de Almudena Grandes, Luis García Montero, por ser el compañero sentimental de la acusada, profesar como ella la religión católica y militar como ella en el Partido Popular, amén de viajar con ella en el mismo taxi.
TERCER OTROSÍ DIGO: los demandantes recusan al defensor de Antonio Gala, José Infante, por ser su hagiógrafo, apologeta y panegirista y sé andalú lo mimmito que é ademá de verdá que no se pué aguantá.
FUNDAMENTOS
PRIMERO: el llamado Javier Marías confunde el significado de muchas palabras. Así por ejemplo, entre varios centenares, en los siguientes casos:
Todas las almas, p 51: [Los platos de la cena] “eran tres o cuatro, según la riqueza o tacañería del college”. O sea que, para él, riqueza es lo opuesto a tacañería y, consiguiente¬mente, pobreza lo opuesto a generosidad.
Id., p 66: escribe “verosímilmente” por “correctamente”.
Id., p 127: Un personaje lleva “cascos de cerveza vacíos para cambiarlos por otros intactos”, lo que quiere decir que si, para el acusado, lo contrario de vacío es intacto, lo contrario de lleno será roto.
Id., p 138: Aquí califica unos muslos de obesos.
Id., p 145: Escribe “abundante” como lo contrario de “avaro”.
Id., p 189: Escribe, como tantas personas incultas y como sus dos compañeros de banquillo, “escuchar” por “oir”.
El hombre sentimental, p 36: “chaqueta pervertida”. Sometida la frase a concienzudo peritaje, no se ha podido establecer qué quería decir.
Id., p 47: escribe “pensamientos fugitivos” cuando debió escribir “pensamientos fugaces”.
Id., p 96-97: escribe “inapelables”. El contexto indica que quería decir “inesquivables”.
Id., p 102: pide al conserje del hotel que le “convoque” una puta a su habitación.
Id., p 117: escribe “deducida” por “previsible”.
Travesía de horizonte, p 20: escribe “longitud” por “extensión”.
Id., p 25: “aconsejaran” por “permitieran”.
Id., p 28: Un personaje no puede prescindir de determinadas botas y Marías habla de “sus incondicionales botas”. Subrayado del Ministerio Fiscal.
Id., p 53: “inadmisible” por “insoportable”.
Id., p 68: Se refiere a “los fallidos avances que había hecho”. El acusado ignora que si los había hecho no cabe calificarlos de fallidos.
Id., p 71: Escribe que la tripulación no cesa de cantar “baladas obscenas”. Si eran obscenas, no eran baladas.
Id., p 92: [Arledge] “había encomendado a la muerte de Meffre desempeñar una función”. Subrayado del Fiscal.
Id., p 134: escribe “agilidad” por “rapidez”.
Id., p 175: una hamaca vacía es, para Marías, “una hamaca desierta”.
Id., p 177: “suplantar” por “suplir”.
Corazón tan blanco, p 19: escribe “incalculable” por “imprevisible”.
Id., p 26: cuando debería escribir “me viera sin dificultad”, escribe “sin vacilaciones”.
Id., p 41: escribe “deducible” por “inteligible.
Id., p 239: “improcedentemente” por “inoportunamente”.
Id., p 242: Marías demuestra creer que “sendos” significa “dos”.
Mañana en la batalla piensa en mí, p 135: escribe “paulatinamente” cuando quiere decir “pausadamente”.
Id., p 234: escribe “invariable” por “infalible”.
Id., p 255: porque no es frecuente verlos trotando por la ciudad, Marías califica unos caballos de “incomprensibles”.
Id., p 308: Se refiere a un caballo por el que una mujer “había apostado su gran penuria”. Lo que había apostado era una pequeña cantidad de dinero.
Negra espalda del tiempo, p 29: Escribe imaginativas por imaginarias.
Id., p 48: “como si hubiese sido pillado en una falta halagadora”. Ni los más grandes especialistas mariasnos saben lo que es una “falta halagadora”.
Id., p 49: Escribe revoltosa por revolucionaria.
Id., p 114: “su autoridad debía de ser mayor de la que yo le logré ver”.
Id., p 149: Marías dice que pensaba “en alguien real que existió”.
Id., p 193: “se pasaba la noche en los juzgados raudos de guardia”. Subraya el ujier.
Id., p 254: escribe inverosímilmente por incomprensiblemente.
Id., p 299: escribe natural por original, primitivo o apropiado.
SEGUNDO: asímismo, el llamado Javier Marías comete, en sus (presuntas) novelas, anacolutos y faltas de concordancia, y dice cosas que se pueden calificar de ridículas y risibles, en tan gran cantidad, que hemos considerado prudente traer aquí solamente una duodécima parte:
Todas las almas, p 19: “falsos, auténticos o semiverdades”. Tendría que haber escrito “semiverdaderos”.
Id., p 26: Escribe el encausado: “Y mientras dudaba la amiga le tiró de la manga”. Por falta de las imprescindibles comas, nos quedamos sin saber si, mientras ella dudaba, la amiga le tiró de la manga, o si, mientras dudaba la amiga, ella le tiró de la manga. O si la amiga lo hizo todo: dudar y tirar de la manga.
Id., p 39: “Clare me veía a contraluz. Con la otra mano fumaba”. ¿Quiere decir que con una mano miraba a contraluz y con la otra fumaba? Y falta coma después de mano.
Id., p 142: Un profesor, en un rato, se ha hecho amigo de una chica a la que acaba de conocer. Así lo expresa el acusado: “El profesor del Diestro llevaba ya muy avanzado el conocimiento trabado de su desconocida”.
Id., p 144: Uno de esos enigmas que Marías se autoplantea, cual Gorgona en el espejo y con la finura sintáctica que lo caracteriza: “¿Tengo la polla en su boca o ella tiene su boca en ella, puesto que ha sido su boca la que ha venido a encontrarla?”
Id., p 216: Como dice que Clare “encendió un cigarrillo nuevo”, comunica al lector la impresión de que en Oxford hay cigarrillos de segunda mano.
Id., p 235: Escribe Marías: “Amablemente, como siempre lo era, se había ofrecido...” Tendría que haber escrito: “amable, como siempre lo era” o bien “amablemente, como siempre se había comportado”.
Id., p 238: “Ahora me preocupa [...] mi mujer Luisa y mi hijo nuevo”. Es decir, que no se trata de un hijo de segunda mano ni de uno anterior, ya usado.
El hombre sentimental, p: Un personaje se suicida “con una pistola de su propiedad”. Como pistolero antes que fraile, Marías sabe muy bien lo distinto que es suicidarse con una pistola alquilada.
Corazón tan blanco, p 58: “...razonamiento acerca de la convencia o humillación” de instruir sexualmente a los ninos”. Subraya el Ministerio Público.
Id., p 80: “esté al tanto de que se ha asesinado desde el momento siguiente a que se ha asesinado”.
Id., p 107: “Mi edad de entonces fue siendo otra”. Nos admira, verdaderamente, tanta agudeza de observación y estamos a punto de solicitar una disminución de la pena.
Id., p 137: “Lo apartó de sí [el humo] con la mano irritada”. La otra mano, por lo visto, no se irritó.
Id., p 138: “Custardoy encendió un cigarrillo nuevo”. Esto es, que no tenía remiendos ni era de segunda mano. Solicitamos una ampliación de la pena por la reincidencia.
Id., p 185: “Luego echó a andar de nuevo con celeridad de nuevo”.
Id., p 189: En lugar de escribir, como hubiese escrito Juan de Mairena: “Cuando llegué a la esquina y pude verle de nuevo”, escribe: “Cuando llegué a la esquina y se hizo posible que de nuevo entrara en mi campo visual”.
Mañana en la batalla piensa en mí, p 9: “Nadie piensa nunca que pueda ir a encontrarse con una muerta entre los brazos y que ya no verá más su rostro cuyo nombre recuerda”. Habla del nombre del rostro, cuando quería hablar del nombre de la difunta.
Id., p 26: “algunos amantes se estarían despidiendo, el uno abusado y el otro intacto”. (Solicitamos dictamen pericial).
Id., p 36: “Al entrar yo de nuevo alzó la vista”. Dado que se come la coma, no sabemos si quiere decir que al entrar él por segunda vez, ella alzó la vista, o si, al entrar él, ella alzó la vista otra vez.
Id., p 173: aquí una de esas afirmaciones profundas de Marías, que hacen doloroso mantener la demanda de extradición: “Y es insoportable que nos crean vivos si nos hemos muerto”. _Qué gran verdad! Nosostros hemos visto a más de un difunto morirse de dolor, al no poder soportar que algún desalmado lo creyese vivo.
Id., p 191: “la barrieron los barrenderos del suelo”. Aparte la rareza de ser barrenderos que barren, suelen ser más caros que los barrenderos del techo.
Id., p 198: “Los empleados o dueños vetustos nos daban bombones y nos gastaban bromas de niños”. Si los señores vetustos, fuesen empleados o dueños, gastaban bromas de niños hay que pensar en la chochez adviniente. O en que el acusado quiso decir otra cosa.
Id., p 229: “a otra mujer más nueva”. Recientemente adquirida por Marías, tras desechar la vieja. Como quiera que el defensor de Marías, el corrupto letrado Fernando Savater, de la dinastía mafiosa de los Savater-quien-pueda, basa toda su defensa en el axioma “un descuido lo tiene cualquiera” (quieraqunque metepatus habeat), solicitamos de V. I. que anote siete descuidos iguales.
Id., p 243: Como voyeur reincidente, por lo que se sigue contra él un juicio paralelo ante el Tribunal de Orden Público, Marías observa desde las sombras a una prostituta y su cliente, y hace cábalas: “podía ser un médico, quizá sabía que conciliaría antes y mejor el sueño si se iba a la cama tras echar un polvo o tras una mamada rápida con el volante a mano”. Marías sabe muy bien los insomnios que produce una mamada lenta y lejos del volante. En cualquier caso, ya conocemos el secreto del buen sueño de Marías, que ha pasmado a sus compañeros de celda.
Id., p 262: Marías llega, en espionaje nocturno, al dormitorio de su ex-mujer, observa el panorama y dice: “en la cama no estaba yo, sino otro hombre”.
Id., p 302: Un personaje hace, delante de Marías, “diversas llamadas telefónicas con pretextos varios”. Quizá Marías esperaba que llamase siempre para lo mismo.
Id., p 329: Está solo, cerca de las doce de la noche, al final de una calleja desierta, ante un descampado y dice: “Encendí un cigarrillo con mis propias cerillas”. En semejantes circunstancias, difícilmente hubiese podido encenderlo con las cerillas de Teodoredo.
Negra espalda del tiempo, p 53: Otro profundo axioma de la filosofía mariasna: Luego de decir que los profesores de Oxford que no salían en su novela se sentían “molestos u ofendidos”, vilipendiados o escarnecidos”, “por resultar humillante no ser motivo de inspiración”, establece: “Lo peor es no figurar allí donde hubo posibilidad de hacerlo”. Gran verdad. Uno de nosotros sabe muy bien, por su profesión de bombero, que lo que más hace sufrir a los supervivientes de un incendio es ver que su nombre no figura en la lista de fallecidos, en la que tuvieron la posibilidad de figurar.
Id., p 115: “habrían sido finalmente informados de sus presuntos trasuntos”.
Id., p 197: “opinaba mucho de literatura y no”.
Id., p 212: “se me hace mal soportable”. P 216: “sabíamos que estaba mal enfermo”.
Id., p 236: Al final de unas largas consideraciones sobre nada, saca esta genial conclusión: “si no hubiese nacido nunca nadie, tampoco habría muerto nunca nadie”.
Id., p 248: “pero de esto hablaré más tarde. O quizá hablaré más tarde”.
Id., p 264: “A veces pienso en él y en él pienso”.
Id., p 281: “entonces silencio y apaga la luz, y luego la apaga”.
Id., p 302: “hasta que se quedó errabundo”. Muy bien Marías, aplaude el ponente. Unos se quedan viudos, otros se quedan cojos y éste se quedó errabundo.
Id., p 311: “su ya obtenida esposa”.
Id., p 340: “el espía espiaba”. Y también: “los espías del espionaje”. ¡Extraños espías! exclama el acusador particular.
Id., p 350: “Praga no tardó en enterarse de la presencia de De Wet. Cogió una suite...”. ¿Quién cogió una suite? ¿Praga? clama el fiscal.
Id., pp 372-373: “aunque nadie lo recuerda es bien sabido”.
Id., p 380: “hasta que ya no se diga nada y ya más no haya”.
TERCERO: La que responde al nombre de Almudena Grandes (de los Grandes de España) ofende con frecuencia en sus (presuntas) novelas al buen estilo, a la gramática y a la lengua, como vamos a demostrar aportando unos pocos ejemplos de los cientos que podríamos.
Las edades de Lulú, pp 65, 75, 178, 183 y 206: confunde escuchar con oir.
(Faltan tantas comas imprescindibles en esta novela, que si le pagaran cada falta a duro, con dos libros tendría para comprarse un rallador de queso.)
Malena es un nombre de tango, p 25: “cuando ya nos habíamos alejado un paso, me pasó”.
Id., p 32: Confunde escuché con oí. También en pp 235 y 289.
Id., p 37: Dice “vestidas siempre con la misma ropa” cuando lo que quire señalar es que a las niñas las vestían siempre con trajes iguales.
Id., p 44: “Me sentía a punto de desmayarme de un momento a otro”. Redundancia culpable.
Id., p 56: “y llevaba siempre medias negras, nunca marrones”. Hasta los académicos Cebrián, Jesús Aguirre y Ansón entenderían que si las llevaba siempre negras, nos las llevaba nunca marrones.
Id. p 217: “la abrumadora superioridad del sexo femenino que se protegían los unos a los otros”. Lo que no podría adivinar ni el más sabio de los lectores es que el verbo protegían se refiere a unos “enanos” de los que ha hablado en la línea anterior.
Id., p 69: “¿Pero es que no lo ves?” Esta falta la cometen todos los escritores españoles, entre ellos, naturalmente, los tres que comparecen esposados. Es así: “Pero ¿es que no lo ves?” Como esta otra: “¿Qué pasa, que entonces no había coches?” Sonroja tenerle que decir a una escritora que eso se escribe así: “¿Qué pasa? ¿Que entonces no había coches?”
(Entre paréntesis: Almudena Grandes es una laista reincidente, delito por el que ya ha cumplido varias condenas. Como su maestro Javier Marías, situa mal casi todos los signos de puntuación; como su maestro Antonio Gala, emplea tantas frases hechas que sus libros parecen los de actas de una comunidad de propietarios).
Id., p 213: Hablando de un miembro viril, dice no atreverse a calificarlo de otra cosa que de pene. Pene es sustantivo, Almudena, bonita de cara. El calificativo hubiese sido penal, péneo, peneal, penudo, boludo, penestre o algo así.
Id. p 217: “la abrumadora superioridad del sexo femenino que se protegían los unos a los otros”. Lo que no podría adivinar ni el más sabio de los lectores es que el verbo protegían se refiere a unos “enanos” de los que ha hablado en la línea anterior.
Id., p 230 y 244: Escribe esquina por rincón. También en p 298.
Id. p 277: “_Qué quieres, que me eche a llorar?” Casi ningún escritor sabe que esto se escribe así: “¿Qué quieres? ¿Que me eche a llorar?”
Id., p 261: Escribe que “el abuelo era propietario de su cuerpo”.
Id., p 289: Malena se casa y nos explica: “mi marido era un hombre impresionante”. ¿Cómo sería el marido? se pregunta el lector curioso y tragaperras. Lo que para la autora es impresionante ¿lo será también para mi? Es lo malo de utilizar frases hechas y conceptos convencionales: que no se dice nada que signifique algo. En la misma página dice: “Reina me pareció especialmente impresionada”.
Id., pp 292-293: “Los chillidos de la cerda cabalgaban en el aire helado para anunciar con un matiz discordante, si grotesco, el idílico paisaje que se ancló en mis ojos apenas dejé atrás la última casa del pueblo”. Almudena pasa de los boquerones vinagreta al merengue romana mediante unas camballadas que dejan en suspenso el ánimo del lector voluntarioso e impecune. Yo no me explico cómo asesores literarios, críticos, lectores y presuntos colegas de la autora pasan por encima de párrafos como el transcrito y no tienen, después, que guardar reposo.
Id., p 299: “reemplazó la botella vacía por otra llena antes de llenar...”
CUARTO: Asímismo, la infrascripta dice chorradas y estupideces a las que sólo el retraso mental podría servir de atenuante. Quede la decisión en manos de los psicólogos.
Las edades de Lulú, p 9: En esta página, Almudena describe: “Un hombre, un hombre grande y musculoso, un hombre hermoso, hincado a cuatro patas sobre una mesa, el culo erguido, los muslos separados, esperando. La carne perfecta, reluciente, parecía hundirse satisfecha en sí misma sin trauma alguno, sujeto y objeto de un placer completo, redondo, autónomo, tan distinto del que sugieren esos anos mezquinos, fruncidos, permanentemente contraídos en una mueca dolorosa e irreparable. En los bordes, la piel era tensa y rosa, tierna luminosa y limpia”. El especialista almudentarra, conocedor de la opera omnia almudenensis, sabe que, en las páginas 409 y 362 de Malena es un nombre de tango, la autora volverá a filosofar sobre el mismo tema en estos términos: “Era más alto que bajo, delgado, el pelo negro entreverado de canas, las manos a juego, y un culo probablemente estupendo, a juzgar por la curva que marcaba en el perfil del panta¬lón.[...] Aprecié la calidad de su carne, su espalda inmensa, lisa, un trapecio perfecto, y las huellas circulares de los riñones como dos hoyos casi colmados, sobre un culo perfecto, el mejor, el más hermoso de todos los culos que he visto nunca, redondo y rotundo y carnoso y plano y duro y firme y elástico y claro y suave y amasable y mordible y engullible y deglutible, como ningún otro culo haya existido jamás. Como se ve, Almudena Grandes es, además de óptima escritora, un experta en culos, que, como dice el teniente coronel Tejero, es lo más grande que se puede ser en este mundo, después de ser español. Ha tenido que ver todos los culos del mundo para poder afirmar que no ha habido otro igual al que ella vio una memorable noche. Pero Almudena es también culiadicta y fetichista de culos. No quisiera tener yo mi nalgar en las proximidades de su dentadura, en el momento en que le diese el volunto de engullir culos y deglutirlos. Por otra parte, no cabe duda de que, para captar las mezquindades, las muecas y los frunces de un ano, hay que haber observado atentamente muchos culos. Ante semejantes portentosas cualidades, no sabe uno qué parte descubrirse, ni si exclamar chapeau! o caleçon!
Id., p 16: además de filosofar sobre sus cualidades, al culo se le puede hacer sujeto de la descripción épica: [Los azotes en el culo se hacían cada vez más violentos] “y estallaban en mis oídos con el bíblico estrépito de las trompetas de Jericó”. Y es que, como decía el cardenal Wiseman, autor de Fabiola y sevillano él, quien tiene una fe profunda (Almudena sabemos que la tiene) hasta el culo lo relaciona con un pasaje bíblico.
Id., p 16: “Su culo temblaba como los muslos de una virgen añosa en su noche de bodas”. Es cosa de preguntarse que a cuántas vírgenes añosas habrá sorprendido Almudena estrenando el tálamo nupcial. Porque resulta que no es eso lo que les pasa. ¡Lo que les tiembla es el mondongo!
Id., p 95: “le dábamos un susto mortal, razonablemente mortal”. Como no llega a ingenioso, se queda en chorrento.
Id., p 121: “meditó durante un cierto tiempo sobre la posibilidad de darle por culo”. Lo que se llama una meditación trascendental.
Id., p 133: “Ella, la directora del internado, sufrió diversas transformaciones antes de establecerse como una mujer de treinta y cinco años”. ¿Treinta y cuatro transformaciones, tal vez?
Id., p 169: “Desapareció por una puerta abierta”. Otra cosa, Almudena, hubiese sido un milagro.
Id., p 186: “Su sexo parecía el poste central de una carpa de circo.” Creemos sinceramente que exagera un poco.
Id., p 254: La policía está fuera, ella está dolorida y apenas puede caminar. El, que la arrastra escaleras abajo, aprovecha la ocasión propicia para decirle: “Tienes unos pies horribles, demasiado grandes.”
Malena es un nombre de tango, p 15: “abrumadoramente hermosa” (horterismo adjetival).
Id., p 29: La “abrumadoramente hermosa” es una pobre mujer que lleva entontecida desde los tres años, viviendo como un vegetal, cayéndosele la baba y vomitando la mitad de las papillas que le dan. Es imposible que sea hermosa.
Id., p 61: La tía monja cuenta a la niña, en la capilla, la historia de Santa Agueda y, como debía de ser costumbre en su orden, cada vez que ha de referirse a los sagrados senos de la santa, dice “”las tetas”, poniendo, para ilustrar el relato, sus propias ubres sobre el altar.
Id., p 86: “Ambas éramos mellizas. No iba a ser melliza sólo una de las dos, Almudena.
Id., p 87: “era una niña perfecta, la niña total”. ¿Qué leches desnatadas quiere decir “niña total”? Esto es un desacierto expresivo que hace evocar el peor lenguaje periodístico.
Id., 113: Dice que Reina era “una razonadora implacable”, pero el caso es que, hasta ahora, el lector no la ha visto razonar; sólo balbucir sandeces.
Id., p 188: En una misma y breve escena, tres metáforas cuya alegación será probablemente protestada por la defensa: “Sus dedos se aferraban a mis pechos como un ejército de niños desesperados y hambrientos”. “Antes de que mi sujetador cayera al suelo como un cadáver de trapo”. “Con la característica sonrisa que algunos dioses condescendientes reservan para un eventual tropiezo de los mortales”. Ciertamente característica, como sabe muy bien todo el que conoce a un dios condescendiente.
Id., p 192: Malena intenta “reunir la punta del pulgar con la de los otros dedos” de la mano que tiene en torno al pene de Fernando, y no lo consigue. Digo yo: o mano pequeña o un auténtico penélope.
Id., p 225: “Eché a andar despacio por la calle Velázquez, y no la dejé hasta la esquina de Ayala. Entonces torcí a la izquierda, crucé la Castellana, y subí por Marqués del Riscal hasta Santa Engracia. Doblé la esquina, esta vez a la derecha, y seguí andando hasta Iglesia”. ¡Qué periplo más apasionante! Digno, en verdad, de que lo hubiera relatado Robert Louis Stevenson. Hay que ver la emoción del momento en que atraviesa la Castellana. ¡Y cuando se encuentra con Santa Engracia?
(La enorme cantidad de párrafos que dedica Almudena a las difíciles menstruaciones de su hermana presuponen la errónea creencia deque eso pueda interesarle a alguien.)
Id., p 252: Bueno, pero, resumiendo, viene a decir Malenna su abuela, ansiosa de adornar lo más posible su pedigrí, “pero vosotros votábais a los rojos”. “Ni hablar”, corta la respetable dama sorprendiéndonos a todos. Ella, dice, ni se acercaba a las urnas. En cuanto a él: “Tu abuelo, cuando se decidía, votaba por los anarquistas, sólo por joder”. ¡Lo que son las cosas, oh lector! Almudena, lampando durante media novela por que el abuelo aparezca como el prototipo del intelectal de izquierdas y resulta que el buen hombre votaba, no por convicción profunda ni como resultado de una seria reflexión, sino “por joder”. Un frívolo, como la autora.
Id., p 260: “Siempre he sentido un poco de lástima por los hombres que se esfuerzan en comportarse como caballeros”. Lo anotamos, Almudena. Si alguna vez coincidimos, no nos comportaremos como caballeros, sino como lo que somos.
Id., pp 264-265: Ejemplo de un pecado que comete muchas veces Almudena: luego de pintar en veinticinco líneas a la abuela como madre despegada, dedica otras tantas a demostrar que la verdad es que era muy pegada. (El mismo ritmo de pegue-despegue lo aplica a las relaciones materno-fetales de la abuela con sus naciturus.)
Id., p 279: No es ya que se nos cuente todo el pasado de la abuela, es que se entra en detalles como el de cuántas veces cohabitó con su marido -veinte- en medio año. ¿Que no tenían ganas? ¡Bueno, mujer! Eso no lo convierte en noticia para la posteridad. Luego se nos informa de que la abuela tuvo hemorragias, la abuela vomitaba, la abuela tuvo que guardar reposo, etc. ¡Ya está bien, Almudena! ¿A quién crees que interesa todo esto? Por lo visto, se trata de un prurito irreprimible. Si es así, satisfazlo fuera de la narración: coge las difíciles menstruaciones de Reina, el desvirgamiento de Malena en el agro y los achaques de la abuela embarazada y escribe una trilogía tocoginecológica, con recetas, consejos y lista de fármacos incorporada, que te prometo no leer.
Id., Id. : Deja claro Almudena que los viejos no celebraron nunca la Nochebuena, pero sí la Nochevieja. Lo contrario, nos hubiese escandalizado. Como nos escandaliza, a fuer de modernos cosecuentes, que le pusiera Reyes a los niños. ¡Qué barbaridad! Almudena comprende el desaguisado ideológico y obliga a la abuela a excusarse: “ya ves tú, qué absurdo, en el fondo era estúpido, porque no éramos creyentes...” La que es estúpida y absurda, Almudena, es esta explicación vergonzante, que ofende la inteligencia del lector hispano, partidario de los magos y de sus roscos, sea creyente, sea de la rama lagarterana, bética, de secano o carmelita descalza.
(El gazpacho mental de la autora resplandece en detalles como el de llevar ahora un tercio del libro presumiendo de familia pobre pero honrada, cuando antes se ha llevado otro tercio haciéndolo de niña bien, con masión en un barrio de alta burguesía, colegio de monjas, fincas en el agro y antepasados conquistadores).
QUINTO: Aunque, por razones prácticas, no vamos a aportar ninguna prueba, limitándonos a remitirnos a los textos, afirmamos y juramos que las obras de Almudena Grandes contienen más refranes y frases hechas que un almanaque de taco de los salesianos.
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