Salto de la carpa sobre el fango

Saltar de escritor a político representa, por lo visto, un colosal batacazo en el camino de la seriedad. Si no, que lo diga el señor de la foto, de siempre un escritor serio y competente que, en cuanto se vio prohombre y del gobierno, se lanzó a la basura con sus calcetines nuevos. Durante unos pocos días, los feroces pensamos que por fin nos había llovido, si no del cielo, sí del celeste imperio, el redentor de un sistema industrial aplicado a la cultura, sostenido sobre la impostura, la mentira, la desvergüenza y el comercio. Poco duraron nuestras esperanzas. Apenas tomó posesión, don César se largó a Barcelona para refrendar con su presencia ministril el más desvergonzado chanchullo del mediocre cotarro literario español, en el que tanto abundan: el llamado Premio Planeta, un indisimulado acto de marketing, mediante el cual un fabricante de libros pícaro y  sin escrúpulos estéticos ni éticos consigue millones de euros de publicidad gratuita para sus productos libriformes, contando con la imbecilidad de los periodistas, la incultura del pueblo y el deseo de chupar cámara del ministro de Cultura, el presidente de la Generalitat y los miembros de la Casa Real (del rey abajo, todos han pasado por el estercolero). Añadamos que la ayuda no sólo es moral: también se obsequia al listillo con horas de publicidad televisiva y radiofónica, mediante la radio y la televisión públicas, esto es, ésas que pagamos los ciudadanos.

Luego del paso por el Ministerio de tres diletantes de la cultura, y quizá también de la política, como Pilar del Castillo, Esperanza Aguirre y Carmen Calvo, que más al ras de la hierba calcinada no podían haber descendido, algunos pensamos, ya lo dije, que la llegada de un escritor podía cambiar las cosas. Más  que de eso, de lo que pareció ansioso el señor Molina  fue de corear alabanzas en torno a dos pseudoescritores pertenecientes ¡cómo no! al grupo Prisa, programados con meses de antelación, pero señalados por seis o siete miembros –todos provenientes de la cátedra universitaria, pero en ese momento a sueldo del "editor"- de un jurado que, como tal, jura que los dos payasos han triunfado en buena lid. Así es como el mecenas risueño premia y destaca dos libros que él mismo va a publicar. Operación digna de producirse en una monarquía cocotera, que se prolongará en las páginas culturales de los medios de comunicación y en los suplementos literarios semanales, donde será tratado como hecho cultural lo que no es sino lo que hemos dicho.

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