Los importantes premios

Numerosos críticos –la mayoría, todos – , a la hora de comentar una determinada novela, justifican la atención que le prestan y el juicio favorable que sobre ella expresan diciendo que “ha obtenido un importante premio”.

¿Desde cuándo los premios forman parte de los valores literarios? Especialmente, los premios “a la española”, no concedidos por personas que, en principio, forman parte del jurado como expertos, sino como empleados de una editorial que les paga por estar allí. Por otra parte, ¿Quién o qué otorga esa “importancia” a los premios? ¿La propia empresa convocante? ¿La cantidad de dinero que conllevan? Pero ¿desde cuándo el dinero ha tenido que ver con la literatura? No logramos descubrir en qué radica la importancia concedida por los críticos a los premios hasta considerar su obtención como un valor estético.

Planeta premia una novela que va a editar Planeta; Alfaguara premia una novela que va a publicar Alfaguara; Destino premia una novela que va a publicar Destino... Y lo mismo Espasa Calpe, Plaza Janés y todas las demás. El premio literario a la española es una forma folcklórico-mundana que las editoriales han inventado para obtener publicidad gratuita, contando con el analfabetismo ilustrado de los periodistas, la frivolidad de nuestras autoridades culturales y la complicidad, por supuesto, de los escritores. ¿Y los críticos literarios, los académicos y los catedráticos y profesores de literatura tienen eso en cuenta, repetimos, como si fuera un valor?

Imagínense al Ministro de Sanidad presidiendo el fallo y/o entrega de un premio al mejor dodotis, la mejor compresa o el mejor papel higiénico, convocado por el fabricante de turno. Ridículo ¿no? Pues es lo que hace el Ministro de Cultura con tal de obtener unas cuantas fotos que llevarse al álbum. Y los periodistas, con tal de tener algo de qué escribir. Estos, incluso, airean la picaresca de algunas editoriales y las descaradas inmoralidades de algunos “mecenas”, como gracias que forman parte de nuestra idiosincrasia cultural. Y, desde luego, sin poner nunca en entredicho los resultados. ¡Que inventen ellos!

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