Sor Lucía

Como ha informado nuestra fraternal colega La Fiera de papel, la entrañable Lucía Etxebarría ha afirmado en una entrevista, que, a lo largo de su no dilatada pero sí intensa vida, ha recibido tres amenazas de muerte: una de ETA, otra de un antiguo amante y otra de La Fiera Literaria. Esto me ha hecho evocar la primera aparición del personaje en nuestras páginas. Hela:

«En Papel Literario, de Málaga -12-IV-98-, José Sarria escribía lo siguiente de Lucía Etxebarría, último de los “nadales” de Palomo Conte: “Hace unos días, una revista de tirada nacional se cuestionaba acerca de por qué ahora todo el mundo habla y escribe mal de Lucía Etxebarría. Me imagino que será porque mientras esta muchacha diga tonterías como que a los hombres lo único que les interesa de ella es el tamaño de sus tetas, la peña no va a dedicarle a cambio elogios y lisonjas. Por cierto, que cuando Lucía cita a los hombres, me imagino que se está refiriendo al entorno de hombres que a ella le rodea, porque de otro modo la frase tendría un trasfondo de presuntuosidad que no se corresponde con el material objeto de atención, dada la escasa curiosidad que despierta su cuerpo en bolas ofrecido por la revista Dunia el pasado mes de febrero, para quien posó voluntariamente. No se puede encender la mecha y cabrearse luego por la explosión”.»

Mi voto de castidad me impide conocer el dato de si hay michelines o no en la anatomía etxebarriana y si, por tanto, merece o no el despertar generalizado de la conscupicencia ibera. A Lucía la conozco sólo como ente mediático. Ni siquiera, todavía, como escritora. Pero el corresponsal de la Fiera en USA, profesor de literatura española y gran escritor donde los hubiere y se detectaren, de quien me fío plenamente, en su última carta y entre otras cosas, me dice lo siguiente: “De la niña esa que ganó el Nadal había leido su novela anterior, Amor, proszac y no sé cuántas cosas más. Alguien me la regaló, porque yo no compro obras maestras. Espero que vengan a mí como los niños a Cristo o las alfombras mágicas a los príncipes en el reino de Serindip. Era una novela porno. Pero estaba muy bien escrita, la verdad sea dicha, aunque se frustrase al final. La tipa capta de maravilla y con gran ironía el maldito lenguaje de su generación. Como era de esperar, le falta calado intelectual, aunque de drogas y jodienda entienda lo suyo aquella ciudadana. De pasada, en determinado punto de un monólogo interior, confunde a San Francisco Javier con su tocayo, el Borja bueno y gran duque de Gandía. Hace que San Francisco Javier se enamore de la emperatriz Isabel. Apaga y vámonos. Estas aberraciones no las repara nadie en las editoriales.”

M. Asensio Moreno

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