Dura crítica de Juan Manuel de Pradas a la última novela de Juan Badanas
Los lúcidos duendecillos aguafiestas de La Fiera Literaria , como los definiera Ana Nuño, en memorable artículo publicado en Quimera nº 202, abril de 2001, han tenido acceso al original inédito de la crítica que el riguroso comentarista de novedades editoriales rentables, Juan Manuel de Pradas, dedicó a la última novela de Juan Badanas; y, en execrable acto de pillaje industrial, lo han fotocopiado para darlo a conocer a nuestros lectores. Al parecer, hecha la crítica a la novela badanana, para ser publicada en ABC Cultural , cayó en la cuenta De Pradas de que le había salido bastante más rigurosa, exigente, descalificadora y agresiva de lo que él, hombre generoso, amable y morigerado tiene por costumbre. Y la retiró, con las debidas licencias, para sustituirla por otra más suave, longánima y positiva. He aquí el texto nonnato, considerado duro por el imberbe polifacético:
«Dios Padre Todopoderoso, y sus coros angélicos en traje de gala, tendrían que bajar a la tierra, para pasar -el índice humedecido en agua bendita- las páginas de la última novela con la que el que siempre ha sido santo de mi devoción y objeto de mis diarias oraciones, Su Eminencia Reverendísima Juanito Badanas -¿para cuándo, Majestad, Duque de la Novela o marqués de Badanas?-, se ha dignado publicar, para deleite no sólo de quienes le profesamos culto de latría y babeamos anhelantes cada día del año, a la espera trémula de sus teofanías librescas, sino asimismo para todos aquéllos que estén dispuestos a ser objeto de las bendiciones urbi et orbi del depositario del más portentoso estilo, de la más inmensa escritura, de la más descomunal capacidad de seducción que quepa esperar de un fabuloso fabulador, presto a orgasmar a todo el que se le ponga a tiro de invención inenarrable. Este que escribe confiesa haber gozado, durante la lectura de El geógrafo de Rousseau , de orgasmos incontables, y hasta haber disfrutado de unas cálidas diarreas, las cuales mancharon calzas que no volverá a lavar: reliquias que serán por los siglos de los siglos en vitrina dorada y repujada. El geógrafo de Rousseau –ocurrentísimo título, ya que la novela trata de un geógrafo al servicio de un tal señor Rousseau, de la magna parida badanesca– forzosamente ha de producir adicción en quienes de siempre anhelaron encontrarse frente al milagro estético que tanta pobre gente, a lo largo de la historia, desde Cervantes hasta Goethe, intentaron sin éxito. En fin, por dedicar alguna alabanza a un libro que, por decirlo científicamente, tantísimo me ha gustado, proclamo desde la sobriedad que suelo gastar en mis comentarios que tendré que ir haciendo espacio, para que los privilegiados salones de la admiración acojan los no menos privilegiados embites del genio, ¡qué digo!, de la divina luz del verbo que bajó a la tierra, hízose carne trémula y habitó entre nosotros. Haber vuelto a tener la mirífica oportunidad de acercarme a una obra de Juanísimo Badanas, es un privilegio por gozar del cual ya merece la pena haber nacido. Algo que no puedo expresar sin llanto.»
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