Limpia, fija y por las noches mete la dentadura en un vaso de agua

No voy a cometer el error de pedir que la Real Academia Epañola, concretamente la de la Lengua, se modernice. Soy consciente del silencio estruendoso (por oxímoron) que supone combinar en una misma estructura sintáctica el nombre de esta regia institución con la mínima noción de modernidad. A fin de cuentas cumple su función social de tutela geriátrica, y tiene cierto valor en cuanto a elemento pintoresco y folclórico. Además, y es una cuestión de dignidad, no suelo pedir (por rogar o demandar) cuando me estoy dirigiendo a un tropel de altos funcionarios a los que les pago las facturas.

Quiero más bien señalar una anomalía, que se desprende de una manifiesta incapacidad. Y también aquí debo hacer un inciso. No me refiero a la anomalía en la que tantas veces incurre el departamento de recursos humanos (acuérdese el lector: uno de los próximos en entrar será el ilustre lingüista, novelista excelso y amante de las esdrújulas Juan Manuel de Prada). Tampoco me refiero a la anomalía, en este caso hasta ofensiva, que supone tratar al usuario de la lengua como un mentecato falto de criterio y gusto, proponiéndole palabros como “cederrón” [sic.] (señores académicos, que esto, cuando lo montaron en el siglo XVIII –qué tiempos, ¿eh?–, se supone que era para “fijar las voces y vocablos de la lengua castellana en su mayor propiedad, elegancia y pureza).

La anomalía a la que me refiero es mucho más popular, y si la palabra todavía significa algo, también democrática. Hasta hace cuatro días, uno para leer necesitaba impepinablemente de la mediación del papel. Y lo cierto es que en algunos supuestos como la literatura seguirá siendo así durante mucho tiempo. Pero en otros casos, como la prensa y otras herramientas de trabajo o información, cada vez es menos necesario (o cuanto menos, cada vez es más opcional) comprar un objeto físico, pagarlo, dedicarle un espacio en la solución habitacional de cada cual, y tener que levantarse para ir a buscarlo, soplar el polvo que lo cubre, buscar la página, volver a buscar cuando no ha sido suficiente con la primera vez, etc. En efecto, lo ha pillado usted, hablo de diccionarios, enciclopedias y otras obras de referencia.

Y para cerrar el círculo y evitar suspicacias, añadiré que hablo de diccionarios y otras obras de referencia que ha pagado usted, no de la Larrouse en tamaño y color a elegir que abarrota ese horrible mueble librería que tiene en el comedor de su casa. Se supone que la Real Academia Española debe cumplir una función social. De hecho, los señores que trabajan allí, si se les pregunta, suelen quejarse de lo mal que habla el pueblo llano, la tele, la máquina de tabaco. Supongo que les estoy descubriendo las Américas, y me encanta hacerlo de forma gratuita, pero: ¿se han parado ustedes a pensar, ilustres académicos, que una buena fórmula para que el populacho aprendamos a hablar y escribir sería darnos lo que es nuestro y facilitar el acceso gratuito (repito, “acceso gratuito”), pues el contenido ya lo hemos pagado) al producto de sus venerables cavilaciones?

Además de una horterada, es una falta de respeto que se nos haga pagar por segunda vez por cualquiera de los diccionarios que ustedes se traen entre manos, para mayor gloria, por si fuera poco, de la empresa mercantil Espasa Calpe. Internet existe, señores académicos, pregúntenle a sus nietos y verán, la ciencia avanza que es una barbaridad (Don Hilarión dixit, supongo que este referente sí lo manejan). Y no basta con tener una página web  -sé que ustedes la han actualizado hace poco, y en relación a la anterior no está mal-, hay que tenerla actualizada, tiene que ser funcional, y poner al alcance del usuario la mayor cantidad de información posible del modo más sencillo. Créanme si les digo que, además, no es tan difícil hacerlo.

Es una grosería que hasta el “cederrón” que comercializan ustedes como alternativa lucrativa a este servicio, tenga más prestaciones y sea más útil que la web actual. Más o menos, a este respecto están ustedes en 1996, así que ánimo, que en unas décadas alcanzan el presente. Y recuerden vuestras mercedes que no tienen el derecho a optar o no por estos medios de transmisión de la información, sino la obligación de hacerlo.

Escargot