Quién es quien en La Fiera Literaria
Juan Risaco Condobrín

Juan Ignacio Sebastián Elcano de Risaco y  Condobrín nació en León hace ya bastantes años  —no tantos como quisieran sus criticados—, de familia prócer venida a más. Marqués de Risaco y duque de Condobrín por su cuna, apenas llegado al uso de razón (lo que en su caso aconteció antes de los tres años), renunció a entrambos títulos de nobleza en favor de una ONG. Leyendas locales refieren que saltó directamente del seno materno a la universidad. Doctor en Filología Española y licenciado en casi todo lo demás, el caso es que, sea o no cierta la leyenda referida, a los dieciocho años lo encontramos dando clases en la Sorbona, siendo el catedrático más joven de Europa, al mismo tiempo que Franco era el cabo más joven del ejército español en Marruecos y el padre de Almudena Grandes, el más precoz introductor  de la chacina extremeña en Madrid.
En París, publicó sus primeros libros, perteneció al círculo de Goodman e intervino activamente en la preparación ideológica del Mayo del 68. Según es fama, Daniel Cohn Bendit no daba un solo paso sin consultar con él. Además de en la primera universidad francesa, De Risaco, hoy compañero Risaco, progresista y republicano si se nos permite la redundancia, ha ejercido la docencia en varias universidades norteamericanas. En la actualidad, en el tiempo que le deja libre La Fiera Literaria, se dedica a hacer obras de caridad y a difundir el ateismo a través de una olivetti portátil, pues sus creencias le prohíben utilizar el ordenador. Es coautor del primer Catecismo para no creyentes.
Es guapo, ateo y sensual, cualidad esta última que le obliga periódicamente a realizar lo que sus amigos llaman una gira sexual, de la que regresa reventado, pero dispuesto a convertirse de nuevo, con renovado ímpetu, en puro hombre de letras. Por no demasiado tiempo. En cuanto en la redacción le vemos soltar la cánula y acicalarse los morritos, ya sabemos que se prepara para un nuevo combate y que las españolitas en edad de merecer han de disponerse a recibirle o a echar a correr. Nadie en España sabe más que él acerca de la novela del siglo XIX y, muy pocos, tanto como él de teoría y práctica del género narrativo. Incansable trabajador, ha sacado a la luz, en pulcras y documentadas ediciones, obras de autores extracanónicos de la pasada centuria y del XVIII, razón por la cual ha sido amonestado por la Academia Española y amenazado de excomunión por la Casa Real.
Ningún crítico se ha ocupado de su obra. Nunca ha recibido premio, prebenda o condecoración alguna. La única medalla que ha adornado su pechera ha sido la de la cofradía del Niño Jesús de Praga, que le concedieron, a la ternísima edad de un lustro, los maristas de León, antes de expulsarle por su participación en la famosa revuelta de los bocadillos de viento, tan degustados después de la guerra civil. Pero Juan Ignacio Sebatián Eugenio, cuyas dos últimas obras han versado sobre la perra que ha tenido siempre España contra la modernidad, lleva con orgullosa sonrisa su catacumbez,  en la cual se hermana con lo más noble, literariamente hablando, del país.

Después de veinte años de feliz, aunque nunca hogareño matrimonio, del que ovo dos hijos y una hija, se separó amistosamente de su bienamada, neé francesa, y se afincó en Madrid, donde, en unión de otros intelectuales poseedores como él de un espíritu libre en sentido nietzscheano, se dispone a propiciar, en los primeros meses de 2000, el último gran parto sociopolíticocultural del siglo XX. I. M.

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