Cuando la adoración se convierte en bobería
Sinceramente, ignoro lo que ve Ignacio Echevarría en la obra de Javier Marías para que así, sin venir a cuento, le otorgue el doctorado con la nota de sobresaliente cum laude . Desde hace tiempo, he observado que existe un grupo que, además de adorar bobaliconamente a Benet, un chispeante divulgador pero aburrido novelista, rinde pleitesía, además del espinazo de la prudencia, a todos aquéllos que por cosas de la vida tocaron con sus manos la túnica del maestro: Marías, Guelbenzu, Azúa, etc.
Curiosamente, se trata de unos cuantos escritores bastante torpones en cuanto se refiere a la correcta administración de las estructuras narrativas y, en el caso de Guelbenzu, una contumaz propensión a la pedantería y a la ininteligibilidad más esdrújulas. Marías, Guelbenzu y Azúa son verdaderos peñazos como narradores, por mucho que alardeen de perseguir y de emular las hazañas del maestro venerado.
Pero vayamos con Echevarría, un crítico tan erudito como pedante. Y ahora, además, bobo. Porque sólo desde una bobalicona admiración -la idea es de Bernhard- se puede uno rebajar la inteligencia ante un escritor como Marías. El artículo de Echevarría que me sirve de referencia para escribir éste lo publicó Babelia (22.1.2000) y llevaba por título Orígenes del Doctor Marías .
El artículo no aporta nada nuevo, ni viejo, a lo que se sabe de Marías: que es un escritor inflado y prestigiado por cierta crítica, la de El País, y que, para más inri, cada vez que algún crítico pretende fundamentar y justificar su valía la mete, con la venia, hasta el garganchón. Porque, una de dos, o no aporta ningún análisis original ni riguroso, o se limita a naufragar en un mar de lugares comunes y tópicos más comuneros aún.
Echevarría ironiza acerca del momento de la retirada de Marías. El chico empezó tan joven que ha llegado a una cierta edad, cincuenta años, que ya se siente mayor, viejo, decrépito. Como se inició tan bisoño en el arte de novelar, ya tiene ganado, al parecer, el cielo de una jubilación más que anticipada. Curiosa argumentación. El motivo fundamental de que Marías precipite su retirada del mundo de la literatura no se debe al hecho de que se le haya acabado su filón, no sólo literario, también temático, sino, sencillamente, a que es mayor. Deliciosa paparrucha mental.
Déjese Echevarría de paparruchas y zarandajas. Dígalo claramente: Marías puede retirarse ya, pues lo único que ha desmostrado en estos últimos años es su capacidad de repetirse como ajo porro de calidad. Lo único que ha perfeccionado es su mediocridad literaria, pero no su asmática sintaxis, que sigue aquejada de los mismos disparates morfosintácticos.
Dice Echevarría que Marías es un escritor importante. El adjetivo se queda en mera enunciación. ¿Por qué es importante Marías? Si Echevarría lo tiene claro debería dar un paso al frente y anunciar al mundo las bases consistentes, y no vaporosas, en que se apoya esa importancia. Dice Echevarría que la novela primeriza de Marías, Los dominios del lobo , es “extraordinariemente divertida y encantadora”. ¡Oh, sí! Muy divertida y muy encantadora. “¿Como la puta Mimí?”, que diría P. Léautaud. Un crítico, si lo es, tiene que ser más exigente consigo mismo, y si pretende vender un producto que hace aguas por tantos flancos, el doble de exigente. Cuando no se tiene nada que decir, se utilizan los comodines lingüísticos más socorridos, entre ellos los adjetivos inefables de interesante, importante, extraordinario, divertida, encantadora, maravillosa, memorable... ¿Qué es una novela interesante, extraordinaria y divertida? ¿Cuáles son los elementos estructurales y estilísticos que hacen de una novela todo eso y más? Dice Echevarría y aquí, sí, aquí el crítico pretende sentar cátedra literaria, que la aportación de Marías a la novela española -ahí es nada, como si fuera posible hablar así, como si la novela española se redujera a un manual, a un suplemento literario, a un grupo superelegido de escritores, como si el crítico conociera todas las novelas que se editan- consistió en “confrontar sus premisas con la novela llamada castiza” y haber contribuido “a la depuración de dos nociones: cosmopolitismo y narratividad”.
Ya advertía Nietzsche de que uno de los vicios más nefastos que aquejaban el cerebro de ciertos intelectuales era confundir los porqués con las consecuencias de las cosas. Atribuir a Marías la causa primera y eficiente del supuesto cambio operado en la novela de los años 70 se me antoja un juicio no sólo exagerado, sino, lo que es peor, insultante e injusto. Demuestra una supina ignorancia voluntaria acerca de lo que en esa época se publicaba y se había publicado, especialmente a partir de 1962, aunque no faltan antecedentes.
Los críticos de El País , pero no sólo ellos, nos quieren hacer creer que aquí, en este país, sólo hubo una novela costumbrista, castiza o realista, berzotas ella, y que su réplica moderna e inteligente se debió a los Marías, Mendoza, Millás y Molina. La quinta de la Eme. Hay que repetirlo una vez más: el realismo convivió con otro tipo de novela que partía de otros presupuestos literarios y epistemológicos, como fue la denominada novela metafísica o del realismo total, cuyos exponentes, siempre silenciados por estos críticos, fueron Carlos Rojas, Antonio Prieto, Andrés Bosch y Manuel García Viñó. ¿Cuándo se hará justicia a esta generación?
Ningún escritor ni ninguna novela, por muy estupenda que sea, agota la múltiple realidad de lo dado. El crítico, por muy sabio que sea, no lo sabe todo y lo que sabe es una parte del todo. Pero, a lo que se ve, hay mucho crítico sinécdoque. Tranquilos, porque hay remedio. Es un vicio que se cura con humildad, aunque no socrática. Porque es falso que no sepamos nada. Lo importante es saber que sabemos muy bien lo que sabemos, porque lo que no sabemos es casi todo. Así que, lo que conviene es no hablar en vano, y hablar de lo que sabemos sin elevarlo a la categoría de sinécdoque. Pues, para “sinecdoquistas” cultivados, ya están los políticos.
Remedando al Baudelaire del Prometeo liberado, y teniendo delante la reseña de Echevarría, diríamos: “Esto es crítica literaria. ¿Qué es crítica literaria? ¿Qué es el señor Echevarría? ¿Crítico? ¡Ejem! ¿Escritor? ¿Oh, oh!”. Cámbiese Echevarría por García Posada, Conte, Guelbenzu, Goñi, etcétera y el plato estará, definitivamente, servido.
Ramón Beltzarana
Arriba
|