Al margen de los críticos

En un artículo así titulado, publicado hace tiempo en ABC Literario , Andrés Trapiello, en clara alusión a Conte, Sanz Villanueva y García Posada, define así al crítico profesional: “Una de esas personas asalariadas que se ganan con esfuerzo su sustento escribiendo cada semana de éste o de aquél, según sople el viento, y que al cabo de cuarenta añ os de “labor profesional” y cuatro mil reseñ as periodísticas no logran reunir ni quince de ellas dignas de componer una triste plaquette con fines al menos arqueológicos (para las tantas comas y cursivas que faltan, sic).

Duro párrafo en verdad. Ni yo, demonio de la guarda de los aludidos, me hubiese resuelto, por causa de mi acendrado cristianismo budista, a decir las cosas tan claramente. Duro -pero no único- párrafo, digo, puñalada trapiella, que no impedirá que esos críticos, con vocación botafumeira, le laman las bolenas al ofensor en cuanto se deje caer con una novela en la que cuente cómo era Madrid en la década de los ochenta (su desbocada fantasía ya le ha llevado a manifestarse sobre cómo era en la de los setenta).

“A menudo, dice también el Rayo (vallecano) Que No Cesa, leemos en los críticos profesionales tal o cual elogio hiperbólico y sin embargo nos asalta una duda (con frecuencia razonable) de venalidad u oportunismo, al tiempo que apreciamos una versatilidad en los juicios que resulta chocante” ( sic , para la falta de comas y para la expresión “duda de venalidad).

La tesis que defiende Trapiello en su artículo es que los mejores críticos, los únicos críticos que valen, son los vocacionales, esto es, los que proceden del mundo de la creación -”apasionados, subjetivos, arbitrarios, monomaníacos, invariables, inteligentes, con propia e interesada visión del mundo”, como Juan Ramón Jiménez, Azorín, Cernuda, Cansinos, Salinas, Bergamín, etc. Estoy de acuerdo con esta opinión trapiellana. Pertenezco a esa estirpe, ¿ cómo no voy a estarlo? Y ¿ cómo no homenajear en este punto a Clarín? ¿ Cómo no recordar que el fundador de la crítica en Españ a fue un poeta, Fernando de Herrera, con sus Anotaciones a Garcilaso ?

Cobear cada semana a un escritor desde criterios coyunturales no sirve más que para el beneficio del negocio editorial; para nada relacionado, más o menos remotamente, con la verdadera literatura. Pero es que los críticos profesionales basan su realización personal, su éxito social e intelectual, en que los escritores estén contentos con lo que escriben sobre ellos (“con lo que ellos escriben sobre ellos, sobre del uno el otro”, que hubiese escrito Javier Marías) y les estén agradecidos por la publicidad; en que los editores, por lo mismo, les llamen a presentaciones, jurados y otros almuerzos o les pongan en nómina junto con los honestos ascensoristas y conserjes, que nada han hecho para merecer semejante compañ ía. ¡ Ah! ¡ Triste Babel Literaria la nuestra, empeorada por la inflación mediática ( horreur! ) y la máxima postmodernista del “todo vale”!

Mas lo peor del caso de los Conte, García Posada, Sanz Villanueva y otros botafumeiros y mandrágoras no es que no sean creadores, es que un día quisieron serlo y fracasaron. Muchas veces he pensado en cuántos males se hubiese ahorrado nuestra pobre monarquía de las letras, si a García Posada le hubiese salido siquiera aquel cuento que empezó sobre una plantación de cebollas en San Juan de Aznalfarache o aquel soneto a su primera comunión para el que no halló ni asonantes. Y si al menos tuviera prudencia y, con semejantes antecedentes, no se atreviese ahora a pontificar, dar consejos y hacer proclamas en loor de los viajes en taxi... Pero la osadía pedante es adorno habitual de los críticos de profesión, que a un tiempo nadan y conservan el macuto, navegan siempre a favor de la corriente, varían de opinión según convenga y no corren el riesgo de asustar a nadie porque carecen de imaginación.

Tony Medialuz

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